|
(Del apócrifo Abel Martín)
Cuando el Ser que se es hizo la nada y reposó, que bien lo merecía, ya tuvo el día noche, y compañía tuvo el hombre en la ausencia de la amada.
Fiat umbral Brotó el pensar humano. y el huevo universal alzó, vacío, ya sin color, desubstanciado y frío, lleno de niebla ingrávida, en su mano.
Toma el cero integral, la hueca esfera, que has de mirar, si lo has de ver, erguido. Hoy que es espalda el lomo de tu fiera,
y es el milagro del no ser cumplido, brinda, poeta, un canto de frontera a la muerte, al silencio y al olvido.
|
Poeta
|
|
Como atento no más a mi quimera no reparaba en torno mío, un día me sorprendió la fértil primavera que en todo el ancho campo sonreía.
Brotaban verdes hojas de las hinchadas yemas del ramaje, y flores amarillas, blancas, rojas, alegraban la mancha del paisaje.
Y era una lluvia de saetas de oro, el sol sobre las frondas juveniles; del amplio río en el caudal sonoro se miraban los álamos gentiles.
Tras de tanto camino es la primera vez que miro brotar la primavera, dije, y después, declamatoriamente:
-¡Cuán tarde ya para la dicha mía!- Y luego, al caminar, como quien siente alas de otra ilusión: -Y todavía ¡yo alcanzaré mi juventud un día!
|
Poeta
|
|
¡Tenue rumor de túnicas que pasan sobre la infértil tierra! ... ¡Y lágrimas sonoras de las campanas viejas!
Las ascuas mortecinas del horizonte humean... Blancos fantasmas lares van encendiendo estrellas.
-Abre el balcón. La hora de una ilusión se acerca... La tarde se ha dormido y las campanas sueñan.
|
Poeta
|
|
Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales.
Es la clase. Ee un cartel se representa a Caín fugitivo, y muerto Abel, junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco truena el maestro, un anciano mal vestido, enjuto y seco, que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil va cantando la lección: "mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón ".
Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales.
|
Poeta
|
|
¡Oh, sí! conmigo vais, campos de Soria, tardes tranquilas, montes de violeta, alamedas del río, verde sueño del suelo gris y de la parda tierra, agria melancolía de la ciudad decrépita, me habéis llegado al alma, ¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino que a Dios guardáis como cristianas viejas, que el sol de España os llene de alegría, de luz y de riqueza!
|
Poeta
|
|
(A Juan Ramón Jiménez)
El poeta es jardinero. En sus jardines corre sutil la brisa con livianos acordes de violines, llanto de ruiseñores, ecos de voz lejana y clara risa de jóvenes amantes habladores. Y otros jardines tiene. Allí la fuente le dice: Te conozco y te esperaba. Y él, al verse en la onda transparente: ¡Apenas soy aquel que ayer soñaba! Y otros jardines tiene. Los jazmines añoran ya verbenas del estío, y son liras de aroma estos jardines, dulces liras que tañe el viento frío. Y van pasando solitarias horas, y ya las fuentes, a la luna llena, suspiran en los mármoles, cantoras, y en todo el aire sólo el agua suena.
|
Poeta
|
|
He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio: tras las murallas viejas de Soria -barbacana hacia Aragón, en castellana tierra-.
Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua, cuando el viento sopla, tienen en sus cortezas grabadas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas.
¡Alamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras ramas llenas; álamos que seréis mañana liras del viento perfumado en primavera; álamos del amor cerca del agua que corre y pasa y sueña; alamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva!
|
Poeta
|
|
(Introducción a los sueños)
Leyendo un claro día mis bien amados versos, he visto en el profundo espejo de mis sueños
que una verdad divina temblando está de miedo, y es una flor que quiere echar su aroma al viento.
El alma del poeta se orienta hacia el misterio. Sólo el poeta puede mirar lo que está lejos dentro del alma, en turbio y mago sol envuelto.
En esas galerías, sin fondo, del recuerdo, donde las pobres gentes colgaron cual trofeo el traje de una fiesta apolillado y viejo, allí el poeta sabe el laborar eterno mirar de las doradas abejas de los sueños.
Poetas, con el alma atenta al hondo cielo, en la cruel batalla o en el tranquilo huerto, la nueva miel labramos con los dolores viejos, la veste blanca y pura pacientemente hacemos, y bajo el sol bruñimos el fuerte arnés de hierro.
El alma que no sueña, el enemigo espejo, proyecta nuestra imagen con un perfil grotesco. Sentimos una ola de sangre, en nuestro pecho, que pasa... y sonreímos, y a laborar volvemos.
|
Poeta
|
|
Es una tarde cenicienta y mustia, destartalada, como el alma mía; y es esta vieja angustia que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo ni vagamente comprender siquiera; pero recuerdo y, recordando, digo: -Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
|
Poeta
|
|
Es una forma juvenil que un día a nuestra casa llega. Nosotros le decimos: ¿por qué tornas a la morada vieja? Ella abre la ventana, y todo el campo en luz y aroma entra. En el blanco sendero los troncos de los árboles negrean; las hojas de sus copas son humo verde que a lo lejos sueña. Parece una laguna el ancho río entre la blanca niebla de la mañana. Por los montes cárdenos camina otra quimera.
|
Poeta
|
|