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Aquel juglar burlesco que, a son de cascabeles, me mostraba el amargo retablo de la vida, hoy cambió su botarga por un traje de luto y me pregona el sueño alegre de una alegre farsa. Dije al juglar burlesco: queda con Dios y tu retablo guarda. Mas quisiera escuchar tus cascabeles la última vez y el gesto de tu cara guardar en la memoria, por si acaso te vuelvo a ver, ¡canalla!...
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Poeta
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La calle en sombra. Ocultan los altos caserones el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.
¿No ves, en el encanto del mirador florido, el óvalo rosado de un rostro conocido?
La imagen; tras el vidrio de equívoco reflejo, surge o se apaga como daguerrotipo viejo.
Suena en la calle sólo el ruido de tu paso; se extinguen lentamente los ecos del ocaso.
¡Oh angustia! Pesa y duele el corazón. ¿Es ella No puede ser... Camina... En el azul la estrella.
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Poeta
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Tus ojos me recuerdan las noches de verano, negras noches si luna, orilla al mar salado, y el chispear de estrellas del cielo negro y bajo. Tus ojos me recuerdan las noches de verano. Y tu morena carne, los trigos requemados, y el suspirar de fuego de los maduros campos.
Tu hermana es clara y débil como los juncos lánguidos, como los sauces tristes, como los linos glaucos. Tu hermana es un lucero en el azul lejano... Y es alba y aura fría sobre los pobres álamos que en las orillas tiemblan del río humilde y manso. Tu hermana es un lucero en el azul lejano.
De tu morena gracia de tu soñar gitano, de tu mirar de sombra quiero llenar mi vaso. Me embriagaré una noche de cielo negro y bajo, para cantar contigo, orilla al mar salado, una canción que deje cenizas en los labios... De tu mirar de sombra quiero llenar mi vaso.
Para tu linda hermana arrancaré los ramos de florecillas nuevas a los almendros blancos, en un tranquilo y triste alborear de marzo. Los regaré con agua de los arroyos claros, los ataré con verdes junquillos del remanso... Para tu linda hermana yo haré un ramito blanco.
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Poeta
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Lejos de tu jardín quema la tarde inciensos de oro en purpurinas llamas, tras el bosque de cobre y de ceniza. En tu jardín hay dalias. ¡Malhaya tu jardín!... Hoy me parece la obra de un peluquero, con esa pobre palmerilla enana, y ese cuadro de mirtos recortados... y el naranjito en su tonel... El agua de la fuente de piedra no cesa de reír sobre la concha blanca.
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Poeta
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Huye del triste amor, amor pacato, sin peligro, sin venda ni aventura, que espera del amor prenda segura, porque en amor locura es lo sensato.
Ese que el pecho esquiva al niño ciego y blasfemó del fuego de la vida, de una brasa pensada, y no encendida, quiere ceniza que le guarde el fuego.
Y ceniza hallará, no de su llama, cuando descubra el torpe desvarío que pedía, sin flor, fruto en la rama.
Con negra llave el aposento frío de su tiempo abrirá. ¡Despierta cama, y turbio espejo y corazón vacío!
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Poeta
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Húmedo está, bajo el laurel, el banco de verdinosa piedra; lavó la lluvia, sobre el muro blanco, las empolvadas hojas de la yedra.
Del viento del otoño el tibio aliento los céspedes ondula, y la alameda conversa con el viento..., ¡el viento de la tarde en la arboleda!
Mientras el sol en el ocaso esplende que los racimos de la vid orea, y el buen burgués, en su balcón, enciende la estoica pipa que el tabaco humea,
voy recordando versos juveniles... ¿Qué fue de aquel mi corazón -sonoro? ¿Será cierto que os vais, sombras gentiles, huyendo entre los árboles de oro?
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Poeta
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En una tarde clara y amplia como el hastío cuando su lanza blande el tórrido verano, copiaban el fantasma de un grave sueño mío mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.
La gloria del ocaso era un purpúreo espejo, era un cristal de llamas, que al infinito viejo iba arrojando el grave soñar en la llanura...
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso repercutir lejana en el sangriento ocaso, y más allá, la alegre canción de un alba pura.
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Poeta
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He andado muchos caminos he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra.
Y pedantones al paño que miran, callan y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas.
Mala gente que camina y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio preguntan a donde llegan. Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja.
Y no conocen la prisa ni aún en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino, donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y un día como tantos, descansan bajo la tierra.
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Poeta
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Pasan las horas de hastío por la estancia familiar, el amplio cuarto sombrío donde yo empecé a soñar.
Del reloj arrinconado, que en la penumbra clarea, el tictac acompasado odiosamente golpea.
Dice la monotonía del agua clara al caer: un día es como otro día; hoy es lo mismo que ayer.
Cae la tarde. El viento agita el parque mustio y dorado... ¡Qué largamente ha llorado toda la fronda marchita!
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Poeta
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Un mesón de mi camino. Con un gesto de vestal, tú sirves el rojo vino de una orgía de arrabal.
Los borrachos de los ojos vivarachos y la lengua fanfarrona te requiebran ¡oh varona!
Y otros borrachos suspiran por tus ojos de diamante, tus ojos que a nadie miran.
A la altura de tus senos, la batea rebosante llega en tus brazos morenos.
¡Oh, mujer, dame también de beber!
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Poeta
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