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No sé cómo aprendimos a querernos, qué hubo en vosotros de mí, qué nos dimos. Corre la vida y estáis al pie de otros edificios, zarandeados, llevados, retenidos en la trama. Pero decidme si habéis elegido, si queríais estar donde estáis y en qué modo se ovilla y desovilla el hilo que nos guía y que nos ata.
No sé por qué no compartimos las mismas habitaciones ni comemos en los mismos restaurantes. Por qué os reproducís. De qué sirven los destellos que se apagan, las lunas negras, los días sin huella.
Padres que fueron hijos, hijos que se hacen padres y niñas que se quedan de pronto embarazadas. Entenderlo, verlo todo de fuera. Pero también entrar, acercarse a las chimeneas de vuestros salones como el extraño que vino de lejos y os cuenta cuentos, os gasta bromas, os dice versos, baila con vosotros, enseña a jugar a vuestros hijos.
De este modo fuisteis construyendo la historia que jamás fue nuestra historia. Y la misma cadena que une vuestros destinos, a nosotros nos libera: para contaros cómo fue vuestro tiempo, qué costumbres teníais, cómo intentabais amaros, qué aficiones os ocuparon, qué dudas os asaltaban, qué palabras os confortaron, qué silencios os preocupaban. La historia de vuestra historia para alumbrar vuestras sombras y arrancar vuestras mentiras. Cómo fue vuestro tiempo de soledad en compañía pues de vivirlo tanto, jamás lo comprendisteis.
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Poeta
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No levantan la mirada. No hay nada más que el aliento gris que emanan sus marrones, un resuello que va espesando arriba y les deja rendidos al asfalto. Ni sueñan: no hace falta. Ni recuerdan. Ni desde luego intentan elevar su plegaria a las alturas.
¿Dios qué puede ofrecerles? ¿Qué puede ofrecer a nadie un mendigo que va pisando charcos sin ser visto?
Pequeños, sometidos, al ritmo de unas músicas paganas y en una ratonera de edificios, celebran naderías. Mientras sigan rodando los días con sus noches y no vuelvan a descubrir el cielo, será mejor así: los párpados caídos y el corazón en casa.
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Poeta
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Pasé la vida entre vampiros y ángeles, libando con paciencia los unos mi energía, los otros trasvolando mis días más sentidos. Todos los trances de luz fueron suyos: al ángel los del cuerpo, los del alma al vampiro.
Al sol como en la sombra estuve ciego y en el tránsito hacia el zenit, perdido. Confundí las alas blancas con las capas negras. Gusté, besando al ángel, los labios del vampiro.
Siempre acudí a la cita con lo eterno. Cada vez que llamó, me encontraba. Unas veces hermoso y otras veces oscuro, el timbre de su voz me subyugaba, la miel de su sonrisa me encendía, y bailábamos juntos, el ángel o el vampiro y yo que nunca supe muy bien con quién bailaba.
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Poeta
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El miedo es una potencia cómica. Me hace temblar en un pasillo por el que voy dichosamente a tientas para no despertarle, con gracioso patetismo, abismado en mi cuerpo.
El miedo es el humor de la carne. Por dentro es una fiebre de pesadillas sin cuento, un terror a la vida. Por fuera es una broma. Y es un prodigio haberlo perdido: por la gracia de sentir que soy ajeno a mí mismo.
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Poeta
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Desangelados, sin alas, sin brillo, en las brasas de los últimos fuegos. Así hemos llegado a creernos, avanzando entre el lodo como vehículos sin ruta y sin pasajeros. Pero el ángel está en nuestros silencios, guiando nuestros desvaríos, amansándonos la fiera. Y el ángel no tiene alas: se ha plegado a la vida con nosotros, se ha rendido a las cosas (sus formas, su número y su precio), tiene sólo una oportunidad y un cuerpo que es el nuestro. Y casi nunca nos abandona. Como sueña, pesa más. Como piensa, nos confunde y nos eleva. Como siente, nos hiere. El ángel que no nos salvará tiene a ratos nuestros cabellos y muy de vez en cuando mira con nuestros ojos. Si toma prestadas nuestras manos, acaricia, crea, limpia. Cuando está en nuestros labios, sonríe y besa con ellos. Y si camina con nuestros pies, se detiene. Hay un vértigo en el ángel que no es nuestro, una curiosidad hambrienta que nos implica. El ángel miente en el espejo, ama por nosotros y ve por lo que vemos.
Cuando el tiempo, que es un mísero contable, nos doblegue con la suma de los días que ha perdido, el ángel se preguntará una vez más a quién sirve sin alas si su señor termina, por qué es traslúcido en un cuerpo que se apaga, por qué ubicuo en un viajero que no regresa. ¡Todo lo que quiso amar el ángel, la que pudo alcanzar, la que alcanzó a pensar! ¡Todos los ángeles que conoció, hablándole cautivos de otros cuerpos como se habla desde dentro, para salir hacia afuera! ¡Todas las cosas que te ayudó a imaginar cuando no había nadie contigo, la que quiso interpretar y la que estaba dispuesto a construir!
Pero entre tanto, el ángel no puede dejarte. Y al pensar en esto con sus pensamientos, el agua sacia tu sed y el pan te alimenta. Las nubes dibujan mensajes para que el ángel, que eres tú, los lea como se lee lo que nada significa y puede significarlo todo. Y en la pasión del ángel, te rindes a ti mismo.
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Poeta
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Hasta cuándo podré querer a muchos sin entregarme a nadie. Cuántos días de espontánea indefinición me quedan por delante. Él me espera y tiene mis facciones. Cuarenta años, hermano. Lo prefiero a todos: amables rostros que reflejaron el mío volátil, almas afines que completaron mi esencia fragmentada. Después de tanto errar por tantos cuerpos, doy con el mío. Por fin un hombre interesante. Soy él. No era yo dirigiendo una nave imperfecta de carne, tan firme y rotunda en su ingrata juventud. Tomad y comed porque yo soy mi cuerpo. Yo quise ser vosotros, amigos del alma, y en cada uno aprendí a quererme. Pero en mí mismo estoy mejor acomodado que en la insaciable búsqueda exterior de inteligencia y belleza. Cuarenta, hermano. Olvida el paraíso de la infancia, que muchos cuestionan: tan hermosos fueron aquellos días suspendidos de horizontes inmensos como estos de ahora, caídos y sin perspectiva. Y del amor ni hablemos pues todo lo apostado se perdió en el propio engaño. Pero me tengo al fin. Ya no me busco en el espejo. Soy el que soy.
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Poeta
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Supón que todo sigue... La voz que siempre escuchas por las tardes cuando a solas suspiras para aliviar el peso, con ganas de cambiar y miedo a las personas y cierta desazón de estar sin ellas.
Oigo la luz, más que verla, tumbado en esta cama antigua, en Almería, al filo de los treinta. Las notas del silencio, el cielo azul cansado y una torre dormida.
...que todo siga siendo tan sencillo: despenar sin heridas como en los viejos tiempos, madrugadas difusas y, a la tarde, un rato nada más en el abismo.
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Poeta
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