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Son barcos que zarparon finalmente y en sus bodegas llevan la alegría, esa carga que acerca la utopía y la alcanza por su fuerza eficiente.
Ambos barcos se buscan mutuamente y en sus siluetas crece la poesía la inagotable fuente de energía que procede del cántico valiente.
Y los dos permanecen educando, en la bella fragancia navegando cunden con soleada ola sumada.
Del auténtico atlante es su herramienta y en defensa de la fiera dorada dos barcos van en la misma tormenta.
(José Pómez) http://pomez.net
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Poeta
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Nos han visto postrados al rumor de unos rezos que aprendimos de niños, cuando todo era bueno. Después de haber crecido como la mala hierba, pletóricos de ausencia y en pantanosas tierras; de haber dudado tanto, de habernos confiado, por pálidos reflejos, a credos nada claros... Teoremas formulamos y frases aprendimos y en nubes de ilusión buscamos raciocinio. Capítulos trazamos de complicada historia que ahora, sin nosotros, se desenvuelve sola. Y estamos al amparo de débiles recuerdos: la señal de la cruz, un canto y unos versos.
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Poeta
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Soledad entre cosas cargadas de sentido. Mientras hierve en el fuego la pasta o la verdura, no merece la pena ya ni hablar por teléfono con amigos que comparten de lejos la misma desazón en silencio contigo, cada cual encerrado en su propia espesura; la renuncia, el fracaso y un recuerdo de afectos que llenaban la vida de síntomas inciertos en tiempos felices de vino y rosas. Soledad es la losa sin epitafio escrito.
Soledad es la herida por la que respiramos. Construye cada cual el nido donde puede con materiales nobles o plebeyos y no existe otra ley que aguardar el momento de salir, para volver a encontrarnos por las calles y plazas donde todo sucede; los amores, los pactos, el alud de proyectos que hasta ayer nos mantuvo más o menos despiertos en aras de una idea confundida. Soledad es la herida por la que no sangramos.
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Poeta
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No es sólo la pasión de los abrazos, la saliva, el aroma, el vértigo, los besos o el plácido desvelo de la ausencia.
Mi amor es la fábula y la trama, el relato interior que sigue a cada encuentro, la glosa que acompaña los adioses, el minucioso examen de las frases y el eco que tu voz le pone a mi silencio.
Mi amor es ser feliz y no engañarme anticipando el daño del negro desengaño, cuando el sexo se esfume en el recuerdo remoto y resentido de un orgasmo. El consentir la calma en las mareas y atesorar las horas y los días de la fiesta de luz que celebramos, del banquete voraz de los sentidos.
Y abolir la frontera de los cuerpos, detenernos, subiendo la escalera, a besarnos en todos los peldaños.
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Poeta
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¿A qué fuerza convoco, yo que un tiempo hice brotar los tallos con mi aliento y ahuyenté las sombras? Hoy esta sal en los labios, ¿de qué mar la traigo? ¿De dónde este temblor que me desarma? Conozco tu perfil: eres el miedo que vive agazapado en la quimera.
Y llamo al amor, a sus huestes de plata, a sus naves de fuego que surcan seguras las aguas encrespadas de un espejo. Voy a hacer el amor con mi miedo, a inventarle un cuerpo firme, a penetrarlo a hacerle gemir de deseo.
Quiero al miedo desnudo, rendido, tendido en el suelo, excitado, sudoroso, imberbe. Quiero una fiesta de carne con el espíritu aterido, el intruso que ciega las ventanas. Que se vuelva boca abajo y se ofrezca rogando fuerza en su flaqueza. Entrar y salir. Dentro y fuera. Dar y amagar con quitar y que la auténtica paz sea la guerra. Y liberar mi alma prisionera con gritos de placer en sus entrañas.
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En el amor fatal no brilla el pensamiento. La mente se coagula cuando la sangre estalla. Vuelve sombrío el ingenio y sin gracia la fatuidad fanática del fuego. Yo creo en un amor clarividente, una efusión borracha de prudencia, el fruto que se alcanza, las fuentes del desierto.
El riesgo y la pasión están en el afecto, en un miedo común al abrazarse. Dormidos, compartir el mismo sueño. Despiertos, afilar las diferencias. Amor que no se abisma ni se engaña, amor que se resuelve en transparencia.
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Poeta
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Toda mi ropa huele a cuando estabas. Sería al abrazarte -no lo entiendo- o que estuviste cerca y se quedó prendido. Si arrimo mi nariz al hombro o a la manga, te respiro. Al ponerme la chaqueta, en la solapa, y en el cuello de un jersey que no abriga. Aroma de placer, de feromonas, de recostarme en ti mientras dormías. Por mucho que la lave, mi ropa lo conserva: es un perfume dulce que me alivia como vestir mi carne con tu piel. Y está durando más que mi recuerdo. Tu rostro en mi memoria se disipa, casi puedo decir que he olvidado tu cuerpo y sigo respirándote en las prendas que, al tiempo que me visten, te desnudan. Pero la ropa es mía. De tanto olerte en mí, tu olor es mío. Tu olor era mi olor desde el principio, fue siempre de mi cuerpo, no del tuyo, de un cuerpo que lo tengo a todas horas para quererlo entero como jamás te quise y olerlo de los pies a la cabeza. Es el olor de todas mis edades, del niño absorto y puro, del claro adolescente eléctrico y espeso, de un joven con insomnio que soñaba fantasmas del amor, y es también el olor que al transpirar mis sueños dejaron en las sábanas.
Quién sabe tú a qué aspiras sin este efluvio mío, sin mi esencial fragancia. Estando en compañía, serás siempre la ausente igual que si te fueras o no hubieras llegado. Pues no olerás a nada, no dejarás recuerdo ni podrás despertar auténtico deseo ni embalsamar las yemas de los dedos que un día te acaricien con un perfume físico y concreto. Serás para el olfato de los otros como un espejo para los vampiros. Y yo atesoraré con más fe que codicia este perfume dulce de mi cuerpo que descubrí contigo. Si quieres existir, respíralo de nuevo.
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De un día para otro, todo cambia. Si ayer amanecías deslumbrado y tus ideas parecían claras, hoy mismo, en el espejo del lavabo, has visto al perdedor de las facciones neutras inflado de bostezos y con el encefalograma plano.
La brisa que hoy alivia tu paseo mañana es un ciclón que te estremece. En una vuelta, igual que cambia el tiempo, quien tuvo no retiene, el más sincero miente y el sueño del amor se desvanece de puro aburrimiento. En una vuelta orgánica del cosmos, se pierden privilegios, se asustan los valientes.
Por un latido a tiempo, la risa más forzada se aparece lozana y sugestiva. y entonces quién no sale a la calle feliz, quién no disfruta haciendo su trabajo, quién no ofrece favores a un amigo, quién no se ilusiona. Pero, a decir verdad, de todos ellos tampoco nadie espera sacar de esos destellos que a veces les alientan alguna cosa clara.
Pues ni el más tonto ignora que la vida no tiene, en general, ni sombra de sentido y que el azar, que es dadivoso pero incoherente, no reparte papeles; sólo momentos, escenas, situaciones confusas, estados del humor y la conciencia.
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En la roca de esmeraldas que imagina, el anciano defiende su aureola. Con diecisiete años, le dijo que era azul una mujer del norte y le advirtió que nunca la perdiera.
Vendrán las nubes que ensombrecen las buenas intenciones y formas de pensar como naufragios. Te dejarás caer por levantarte, te ocultarás por miedo. El viento dispondrá tus verdaderos gestos y el paso de los otros tu destino.
No serás lo que creías, tu rostro mostrará las simas de tu alma, traducirás tu ruina, enfangarás tus sueños con tus dudas. Pero nunca descuides la aureola, no dejes que se extinga ni cuentes que fue azul en un poema.
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Poeta
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¿A qué viene esconderse los espectros? Entonces no era así. Íbamos juntas las almas en busca de cuerpos porque en uno solo no cabía la conciencia. Qué arteras artimañas usamos por no vernos, qué orgullo solitario en nuestras cuevas adornadas con estampas del deseo.
Hablaron de un camino que lleva a la derrota. También de una cascada que da la bienvenida y de una comunión de sombras exaltadas. Sabemos ya que el tacto nos daba la medida de nuestra pretensión, pero el recuerdo borra la intensidad vital, el sol, la llamarada.
Espectros de una vida que se agota, hemos llegado hasta aquí. Vamos juntas las almas al olor de los cuerpos, que en esa confusión estaba la respuesta. Por absurdo que parezca el desafío, habrá felicidad en el rencuentro. Cuando hagan la señal, salgamos de las cuevas.
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Poeta
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