Prosas poéticas :  Amores así... son eternos
Cuatro años y unas semanas más… resultaban una diferencia lapidaria, para José, un niño de doce años, que miraba con ojos de hombre enamorado a la hermana de su mejor amigo, que el año pasado cuando cumplió quince, pudo verla con ese hermoso vestido rosa, maquillada, sonriente… preciosa; desde entonces, algo ocurrió en su interior para siempre, así que le resultaba muy difícil tratar de disimular su incontenible atracción por Liliana.
Se turbaba, olvidaba lo que iba a decir, tartamudeaba, escapaba a caerse tras varios tropiezos, amén de sonrojarse y la sudoración aquella que molestaba tanto… a todo esto, Liliana le sonreía y continuaba con sus días y actividades sin enterarse del viacrucis del pequeño José, “pequeño”, es que además, aún no se había estirado y le faltaban unos quince centímetros de estatura, por lo menos para igualarse con Liliana.
Ella, grácil de figura, atractiva por ese ángel que tienen algunas mujeres, que sin cobijarse con los estándares de belleza del mercado y la sociedad de consumo, era hermosa, por sus ojos claros, su sonrisa angelical y esa agilidad felina para deslizarse al andar, cuántas veces había hasta delirado imaginando poder abrazar esas formas, esas curvas peligrosas decía, porque le sería muy difícil mantener el control… y cuando hablaba, dejaba admirara una boca que a José le provocaba atrapar a besos…
José, además de resignarse a verla enamorado, pero como un imposible, tuvo que aceptar algo que iba más allá de sus ilusiones; Liliana, su bella Liliana se iría a estudiar lejos… una suerte de eclipse total, cubrió los días y noches de su vida, que a pesar de los chispeantes años de la adolescencia, siempre tenía un corto circuito que lo sumía en una melancolía, que evocaba los detalles de la amada Liliana…
Tuvieron que transcurrir como quince años, José se graduó, obtuvo una tecnología, se casó y fue a trabajar en una planta industrial, en donde la vida le tendría guardada una sorpresa del tamaño del universo: Liliana trabajaba también allí en el área administrativa, no había crecido tanto como José, que era quien ahora pasaba con varios centímetros a “su” Liliana, que aún causaba revuelo en su comportamiento.
Estaba soltera, José de inmediato pensó a sus adentros: ¡ojalá hubiese sabido!, la habría esperado, la habría buscado… pero tenía una pareja, esa noticia sin embargo, no desinfló a José, que estaba feliz, saludaba y se despedía de “su” Liliana con beso en la mejilla, habían ido consolidando su amistad interrumpida; su amigo, hermano de Liliana, había salido a estudiar fuera del país y se quedó a vivir con los gringos, se consiguió su gringuita y no pensaba en volver por ahora.
Los lapidarios cuatro años, ahora no se notaban, el porte y aplomo de José, habían causado especial simpatía en Liliana, que sin darse cuenta, se sentía atraída por el ya no pequeño José. Liliana dejó de hacerse acompañar por su parejo, llegaba y se iba sola del trabajo, así tenía más minutos para poder compartir con José. Él por su parte, iba superando los nervios y a medida que charlaban y compartían, sentía que de alguna manera era correspondido.
José tenía dos hijos pequeñitos, que adoraba y su esposa, era un amor de persona, preciosa como las flores en primavera y habían levantado un hogar, que había causado la admiración y envidia de muchos en su entorno; esto le causaba remordimientos y en varias situaciones le inhibía de dar cuerda a eso tan bonito que compartía con Liliana.
En particular, había un instante que era de alguna manera incómodo: las despedidas, porque sin querer o queriendo, se acercaban un poquito más para darse el beso de despedida, que de a poco iba remordiendo distancias, hasta remorder comisuras de labios y tras varios intentos o refrenamientos mutuos, finalmente desembocar en un inevitable beso con hambres atrasadas, que quien sabe cuánto duraría… allí supieron cuánto se atrajeron y cuánto más se ansiaban.
Liliana que sabía perfectamente, la condición de José y su hogar, se adelantó con total contundencia a señalar, que ella también tenía su relación y que jamás podrá aceptar que José abandone su hogar, sus hijos, su futuro con ellos; ella no se había casado, no le atraía esa condición y prefería desde hace mucho, tener su pareja y nada más, esto a pesar de sus dos últimos enamorados, que habían querido tomarla por esposa…
De los besos y caricias furtivas en esos intervalos del trabajo, dieron el salto a verse fuera de la planta industrial; encontraron el tiempo y en una residencial, el espacio para explosionar todas las ganas acumuladas; ella quiso amarlo y él, cual púber enamorado se dejó llevar por ese vendaval de la mujer de sus sueños, por su obsesión adolescente, su más delirante ternura también… a quien según él, había dedicado hasta su primera masturbación…
Se besaron, se descubrieron a través de miles de caricias y miradas, se amaron y volvieron a amar, se quedaron dormidos y al despertar se amaron una vez más, como el primer beso, con hambres atrasadas… fue una conjunción única, exquisita, inagotable… Liliana ofició como maestra de ceremonias, José obedeció, la amó y aprendió, no paró de hacerlo…
Iniciaba o continuaba así, una relación muy especial, en que se entregaban desaforadamente, como náufragos encontrados, sin exigencias, sin condiciones y cada encuentro, era esa oportunidad exquisita, para brindarse plenamente, para inventar, para recrear, para explorar, llegaban ilusionados y se despedían felices, sin horarios ni calendarios, cuando podían se ponían de acuerdo y lo demás era tan solo la urgencia porque transcurran los minutos y se encuentren una vez más solos, dueños del universo, del tiempo, de ellos mismos…
Por sus compromisos, tuvieron largos corto circuitos, pero siempre se volvían a buscar, a encontrarse y a quererse como sólo ellos, o como diría José, como quería Liliana, la sacerdotisa de su amor, de su cuerpo, del placer y como toda relación, con aportes de la pareja, José también buscó sorprender a su amada, explorando nuevas caricias, besos, espacios, tiempo… de a poco fueron necesitando más tiempo para ellos y buscaron noches enteras, días enteros, tras los cuales, venían las pausas, para necesitarse otra vez… con esas hambres atrasadas, que tanta magia traían, que cuánto placer almacenaban y compartían…
Cada uno por su lado, aceptarían después, que esa construcción amatoria, sería únicamente de ellos, jamás podrían replicar con sus parejas, provocando por el contrario, congelamientos muy críticos que apenas escapaban a ponerlos en evidencia… así mismo las no exigencias y no condiciones, dejaron de ser tales y afloraron en escenas de celos y en necesidad de más tiempo juntos; esto último de manera intermitente, cuando Liliana exigía, José no podía y viceversa, pero nunca se debilitó esa atracción, el deseo, las ganas infinitas de juntarse, de sentirse, de inventar más, de sorprenderse con algo nuevo, de derrochar ternura, pasión, lujuria, en cada nueva exquisita ocasión que la vida les brindara…
Varios años después los lapidarios 4 años que agobiaban a José, cuestionaron a Liliana, que se sintió algo más “madura”, que su amado; si a José nunca le importó esa diferencia cuando era apenas un niño, ahora no cambiaría por nada esa condición, Liliana era su mujer, ella le enseñó a amar, él era su púber amante y lo sería para siempre…
Un día José tomó la mano de Liliana y se la colocó en el pecho, su corazón latía como un tropel de caballos desbocados, varias veces le había hecho sentir esa sensación, esa arritmia, alegría, conmoción, lo que sea, que Liliana provocaba en él; fue su manera de explicar sin palabras, que no pueden: apenas cuatro años y algunas semanas, detener ese ímpetu conque él siempre amó a su Liliana, la hermosa mujer de felino andar, de preciosos ojos, cara bonita, sonrisa angelical, boca deliciosa que adoraba devorar a besos, cada palmo de ella, transcurridas algunas décadas, seguían siendo motivo de sus ansias para amarla más…
Juntos construyeron ninguna rutina, juntos aprendieron a reinventar esto de ser parejas y de aprovechar cada segundo que la vida les permitía compartir con toda la intensidad de quien vive para ello, juntos siguen siendo un tsunami de emociones, de expresiones, de detalles, que bien deberían ubicarse con estrellas en el infinito, allí donde no importa el tiempo… donde amores así, son eternos…
Poeta

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