Cuentos :  RABITO
De pequeña solía desear una muñeca grande, suave al tacto, que abriera y cerrara los ojos, con cabello sedoso y largo para poderla peinar, recuerdo que cuando pasaba en las tiendas veía con decepción los anaqueles exhibiendo grandes peluches y muñecas de mejillas sonrosadas, largos rizos y hermosos vestidos porque para entonces ya sabía que nunca recibiría un regalo de esos; mis muñecas siempre fueron de plástico, pequeñas y calvas, con el tiempo crecí y olvidé esa ilusión infantil hasta que ya adulta y con motivo de un intercambio navideño recibí de regalo un gran conejo de peluche, fue una verdadera sorpresa y la disfruté. Era todo blanco, su cabeza redonda, de vivaces ojos cafés y sonrisa ingenua, sus patas delanteras abiertas invitaban al abrazo, hasta el rabito me pareció gracioso por lo cual lo bauticé precisamente como Rabito y fue el primero que compartió mi cama, el sillón para ver el televisor o leer, un asiento propio en el comedor, solía también hablarle y abrazarlo con aquélla nostalgia infantil de cierta forma compensada, todo ello antes de su extraño comportamiento, sé que suena extraño, porque debo confesar que a mí esas historias de muñecos vivientes me parecían temas de películas o recursos maternales para aquietar chamacos.
Todo comenzó muy sutilmente; con cambios de postura que bien podían pasar desapercibidos para una persona tan distraída como yo, como por ejemplo encontrarlo acostado cuando yo creía haberlo dejado sentado, boca abajo cuando yo recordaba haberlo visto boca arriba, etc. Aunque no era algo serio ya presentía que algo no era normal y comencé incluso a fotografiar esos cambios de postura para convencerme de que eran reales, lo tomé con extrañeza mas no con alarma, pero empecé a preocuparme cuando no solamente cambiaba de postura sino también de lugar como de la cama al sillón, del sillón al comedor o la cocina y viceversa, eso comenzó a ponerme nerviosa, porque tener la seguridad de dejar un objeto en un lugar y después encontrarlo en otro diferente parecía más propio de personas con lagunas mentales que inofensivos descuidos, recordé sin querer cuentos de entes atrapados en muñecos capaces de causar daño y comencé a mirar a Rabito con desconfianza, traté de recordar alguna sensación extraña al recibirlo, al abrazarlo o cuando solía tener diálogos con él a manera de juego, pero no hubo en esos días temor o escalofríos, por lo cual trataba de minimizar un comportamiento a todas luces anómalo para un objeto supuestamente inanimado, aún así me daba vergüenza recurrir a algún esoterista o ministro eclesiástico, era inaudito que en pleno siglo veinte, en una ciudad moderna y a una persona de lo más común le ocurrieran esas cosas.
Así como me acostumbré a sus cambios de postura también me acostumbré a sus desplazamientos, trataba de no darle importancia, pero él avanzaba en su atrevimiento, porque despúes comencé a sentir en esos ojos de plástico algo siniestro, un brillo inquisidor y burlón que me seguía por toda la casa y eso sí me alteraba; entonces intenté encerrarlo con llave en el armario, pero en vano, de alguna manera salía y me lo encontrara cómodamente instalado entre las sábanas de mi cama, esperándome en el sillón frente al televisor o en su silla del comedor. Su desfachatez era evidente y uno de esos días, en un arrebato de desesperación lo agarré de las orejas y lo estrellé con todas mis fuerzas contra la pared, Rabito no rebotó, simplemente cayó boca abajo en el piso, me encerré en mi habitación culpándome de cobarde por no arreglar definitivamente la situación simplemente quemándolo, pero había dejado pasar mucho tiempo y en el fondo temía que al igual que en las películas de terror abriera sin dificultad la puerta de mi cuarto (cerrada con seguro) y saltara sobre mí para apuñalarme o estrangularme, desperté a cada rato, pero esa noche nada pasó y al otro día me levanté y abrí sigilosamente la puerta: Rabito no estaba donde había caído y respiré aliviada, repitiéndome ingenuamente que en realidad no había recibido ningún conejo de peluche como regalo, que todo había sido un mal sueño y muy tranquila, entré al baño y me desvestí para ducharme, pero cuando corrí la cortina de la regadera encontré al pervertido Rabito observándome con ojos burlones; eso ya era demasiado, lo tomé de las orejas para abofetearlo con saña, le grité todo mi repertorio de leperadas y lo tiré por la ventanita, mr fui calmando poco a poco mientras el agua refrescaba mi mente y mis nervios, pero al salir del baño ahí estaba otra vez, acomodado en plena sala, con unas cuantas pajitas de hierba adheridas a su albo cuerpo.
Desde entonces su descaro fue abierto: me lo encontraba siempre espiándome a donde fuera con esos ojos burlones desde encima del televisor, sobre el refrigerador, en la mesa de la cocina, desde la ventana del patio, en una silla del comedor, junto a la computadora, en la cómoda, en la cabecera de la cama, etc. De nada me servía aventarlo, el maldito siempre aparecía impecable esperándome a donde me dirigiera; ante ese acoso perdí la tranquilidad de mi hogar, mis rutinas siempre estaban siendo escrutadas por Rabito; no pude repetir la explosión de furia que tuve cuando corrí la cortina para ducharme, había perdido todo temple ante esos ojos morbosos que me seguían todo el tiempo, y aunque reconozco que mi situación era ridícula, más me hubiera avergonzado exponerla ante mis escasas amistades o a algún brujo o psíquico de la ciudad, era increíble que un muñeco tan bonito pudiera contener el espíritu de un acosador y quién sabe si hasta asesino, me tacharían de esquizofrénica y me recetarían calmantes, seguramente me sugerirían sabiamente que me deshiciera de él. Y en teoría era muy fácil hacer una fogata en e patio y quemarlo de una buena vez o aventarlo como basura cuando pasara el camión recolector, pero un absurdo temor me detenía, como si el endemoniado muñeco leyera esos pensamientos y me advirtiera de una implacable venganza, podía jurar que sus ojos chispeaban diabólicamente cuando sentía tales impulsos, quizá me las tuviera que ver con un ejército de Rabitos dispuestos a secuestrarme y quemar mi casa o me convirtieran mediante un satánico rito en una Rabita como ellos, todas esas ideas descabelladas me torturaban, lo reconozco; Rabito se había adueñado de mi casa y ahora de mi voluntad, y yo sin poder desahogarme con nadie, yo que siempre me reí de quienes consultaban hechiceros cuando enfermaban o tenían una mala racha o se sobresaltaban al ver películas de terror, ahora la grotesca era yo pero me sentí imposibilitada para actuar , mi nerviosismo llegó al punto en que bastaba la figura de cualquier conejo en cualquier presentación y de cualquier tamaño para que mis dedos comenzaran a temblar y mi corazón palpitara aprisa, sudaba frío y varias veces estuve a punto de soltarme a llorar.
Esta situación duró tal vez unos meses que a mí me parecieron eternos, y fue una hermana que llegó de vacaciones con su hija a casa de mi madre la que propició la oportunidad de librarme de Rabito, cuando mi hermana llegó a mi casa para saludarme, el causante de mi desgracia se encontraba cómodamente descansando en el sofá, a mi sobrina le gustó tanto que se lo regalé de inmediato, a pesar de las advertencias de mi hermana, yo sabía que mi sobrina era de esas niñas caprichosas a las que ningún juguete les dura porque les gusta desbaratar, ensuciar, lanzar, pintar, jalar y demás rudas acciones a sabiendas de que no habrá reprimenda, ella era capaz de bañar a Rabito en lodo haciéndolo pasar por cerdo y luego remojarlo en cloro y tallarlo con cepillo de cerdas duras para que volviera a quedar como conejo blanco, ese solo pensamiento me hizo sonreír y cuando por fin dio por terminada la visita y se retiró balanceando descuidadamente su peluche nuevo por fin pude respirar en paz .
Lo lógico era que una vez con Rabito lejos yo volviera a ser la de antes, libre de entes acosadores, pero a la alegría inicial por haber creído recuperar el control de mi vida siguió una inexplicable nostalgia, como si la casa estuviera vacía, al ver la televisión movía la cabeza de un lado a otro, buscando; al acostarme palpaba las sábanas, me sorprendía revisando cajones sin motivo, soñaba a Rabito en manos de mi sobrina, sin una oreja, sin un ojo, sucio y roto, luego despertaba con remordimientos, la dulce venganza se transformaba en pena y angustia, sus ojos antes amenazadores suplicaban piedad, quizá a esas horas ya exhibiera tatuajes hechos con plumón permanente o estuviera lleno de piercins hasta el rabo, tal vez le hubiera costurado un parche en el ojo y colocado una pata de palo, era absurdo pensar todo eso pero no podía evitarlo, mentalmente me acusaba de haber exagerado la actitud de Rabito, de que mi terror anterior nunca hubiera tenido fundamentos, que él siempre me buscaba por fidelidad y yo era una ingrata paranoica que aprovechó la primera oportunidad para deshacerse de un cándido obsequio, recordé el día que me lo regalaron y lloré sinceramente por su suerte, ¿cómo había llegado a eso? ¿Cómo se me había ocurrido considerarlo un ente demoniaco? ahora me imaginaba y desesperaba su sufrimiento (si eso era posible) o de plano me había vuelto masoquista, era inaudito que lo extrañara y sufriera como si se tratara de mi primer novio, ya las imágenes y las figuras de conejos me hacían sentir ruin y me quedaba mirando estúpidamente los aparadores donde se exhibía alguno. Se acercaba el fin de las vacaciones y con él el regreso de mi hermana a su ciudad, cuando me avisó que saldrían en el camión de las diez de la mañana me propuse recuperarlo a como diera lugar, Salí de la casa y en lugar de irme a trabajar me dirigí a la estación, llegando allí diez minutos antes de que partiera el autobús, había mucha gente y seguramente mi hermana y sobrina ya se hallaban en la sala de espera, por lo que irrumpí desesperadamente en el preciso momento en un empleado de limpieza sacaba la bolsa de basura de uno de los botes y siendo ésta transparente pude ver a mi martirizado peluche, no me importó el espectáculo que hice al arrebatarle la bolsa y sacar el muñeco roto y apestoso todavía con restos de spaguetti, lo abracé como a un bebé a pesar de las hormigas que lo invadían y lloré de alegría, ni siquiera me despedí de mi hermana, me alejé de ahí con el corazón alborozado; rellenaría a Rabito, lo costuraría, lo lavaría en el baño mientras me duchara y lo perfumaría con mi propia loción, ahora sí, querido, ya nada nos separará…
Poeta

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