Textos :  Consecuencias
Cuando el ambiente no nos permite respirar con comodidad, cuando sobre la mente solo reposan muy pensadas oraciones violentas con la que, sin escrúpulo alguno, pretendemos hundir más el cuchillo. Las miradas suelen chocar con un intervalo constante, los improperios en voces silenciosas aumentan y, aunque en algún momento se amaron, hoy no tienen la concentración necesaria (ni quieren tenerla) p
Cuando el entorno se vuelve pesado no es posible siquiera esbozar alguna mueca parecida a una sonrisa, el recurso sarcasmo, las continuas críticas hacia cualquiera que sea la debilidad del contrincante y cualquier otra sarta de inútiles modalidades de defensa sin riesgo de ataque se hacen presentes.
ara hacer ímpetu de memoria y exorcizar alguna visita al mirador, aquel primer beso alumbrado por dos farolas en sus últimos segundos de vida útil, quizás, recordar las escenas cursis que hacía años atrás se atrevían a exhibir sin mayor pena, el estupor de aquel encuentro físico, los abrazos cálidos en el primer viaje juntos, aquella navidad en la que se hizo exasperante la ausencia de la otra mitad, atreverse – sin miedo alguno- a buscar en la casi infinita memoria algún momento en el que una discusión trivial no significaba el final de nada. Ni el comienzo de nada.
Las fuerzas disminuyen; el amor también. Aquellas personas que, sin miedo alguno podían atreverse a echar un polvo rápido en cualquier baño por no poder controlar el deseo inherente de eso que llamamos amor, esas mismas personas que soportaron las críticas y juicios imprudentes de seres ajenos (y no ajenos) por el gran paso que se disponían a tomar. Hoy, esas dos personas que hace una treintena de años dejaron atrás todo tipo de críticas para embalarse de sentimiento con el único escudo que puede utilizar una pareja: el amor. Hoy esas dos personas no soportan las miradas, no parecen guardar ningún rasgo de aquel empalagoso sentir, sufren sobremanera con el simple hecho de estrechar las manos que años atrás acariciaban los sexos sin pudor, sin miedo.
El odio parece ser el único sustituto lógico, total antagónico de una trama en la que no hubo ni enemigo ni rival más allá de lo que sus propios sentimientos refutaban… o confirmaban.
A pesar de tener el milagro de una vida engendrada por la máxima demostración de amor como rasgo en común, ya no había modo ni manera de mantener una conversación civilizada. Ahora se comportan como dos soldados enemigos, dispuestos a acabar entre sí, aunque de esto dependa la vida de millones de personas.
Ninguna de las partes se ha parado a pensar en ese cuerpecito joven que nació fruto de un sentimiento tan lejano al que hoy por hoy profesan, ni él ni ella se pararon a pensar en cómo podía esto afectar el crecimiento de aquella personita.
Se estrechan las manos con calor y odio, intercambian papeles y se sientan en la misma mesa ¡ya no se aman!, se sientan frente a frente, pero ellos no hablan pues ahora los intermediarios encargados de romper toda señal de lo que en otrora era un amor lindo y puro empezaron sus ataques, usando la jerga legal típica de estos abogados indignos que viven de esto, de darle el pisotón final a una historia. Es evidente que ella no pensó en su hija cuando permitió que aquel extraño acariciara su ingle, profanara sus senos, relamiera su lengua y se apoderara de su sexo, es evidente que ella, ¡la esposa mala! No pensó en las consecuencias cuando traicionó el amor de su esposo, de su hija… de su familia. Es evidente que él no pensó en su descendencia cuando, al descubrir el moretón (o mordisco) en el entrepierna de su esposa arremetió contra ella en un catastrófico ataque de celos que terminó con una visita madrugadora a un hospital y con una mujer con fracturas múltiples en las costillas y alegando algo tan estúpido como “Me caí por las escaleras”. Era evidente que éste matrimonio no debía continuar, pues ya estaban rotos los márgenes de respeto, por fallas recíprocas y malévolas que terminaron adhiriendo existenciales traumas a la unión.
Los abogados siguen intentando llegar a un acuerdo amistoso, mientras esas dos personas que antes se amaban con tanta intensidad, callan esperando algún alegato final, hoy no pueden recordar aquella primera vez en la que hicieron el amor o aquel primer aniversario… Hoy él, solo puede recordar el espantoso segundo en el que golpeó tan terriblemente a aquella traicionera mujer, Ella, solo puede recordar aquel penoso sexo basado en una química tan tonta, que acabó con su matrimonio. Ambos se sienten culpables, ya no recuerdan las cosas que los llevaron a amarse, solo pueden recordar los desplantes y las cagadas que hoy, los mantienen allí, odiándose. Ni él ni ella, se detuvieron a pensar en la pequeña hija, y ella, aunque los vea a ambos durante su crecimiento… Tendrá que crecer sola, siendo la única afectada por la falta de conciencia de sus progenitores, lo que ella deberá entender con el pasar de los años, es que muchas veces el amor no es suficiente. Y aunque ahora resulte precario el esfuerzo de sus padres en darle el doble de la atención que faltó en aquellos fatídicos momentos, ella (como si se tratase de una característica inherente a su ADN), solo recordará lo que en algún momento la hizo sufrir.


Héctor L. González.
Poeta

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