Prosas poéticas :  La niña y el viejo (Dedicado)
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El hombre tenía su alma tranquila, se había refugiado en la poesía, la que día a día le daba más gozo. Sus sueños, el tiempo los había dejado presos con su espíritu vagabundo.
La música era una etapa quemada, ya no habían más notas en su interior, solo la paz de tiempos pasados, recuerdos que a veces lo hacían sonreír, pero el trajinar de la pluma le deparaba una sorpresa más, quizás, la última.


Un día, en un bello atardecer de su pradera, llegó hasta su pantalla una niña cantora, hermosa como una diosa, tierna como un hada, dulce como el chocolate, de corazón suave y carácter aventurero, que hizo cambiar sus pinturas de lugar y trajo nuevas letras a su viejo cuerpo, sembrando esperanzas, plantando soles brillantes, noches plateadas y alborozados ruiseñores en su ventana.

Ya no hubo tormentas, ni nubes oscureciendo sus días, estos flotaban como barcos de papel en manso lago, solo por dentro crecía una pequeña agonía, porque la niña escribía con tanta pasión que en sus letras se desangraban la emociónes crecían los sortilegios, los hechizos, los calores y la vibrante juventud tirando vestidos de inocencia en su ordenador, haciendo de sus días una tortuosa espera, a cada rato revisaba sus correos, vivía al pendiente de la llegada de aquellas palabras sensuales con las que se acostaba todas la noches, "una amistad virtual", se decía a sí mismo. ¿Para qué ilusionarse? Ella vive muy lejos, a diez mil kilómetros de distancia y amillones de su edad.

La amistad se fue haciendo fuerte a medida que el tiempo pasaba, mientras que la luna su sonrisa dibujaba hechicera como ella, la tierna y pícara niña, el lenguaje en los escritos fue subiendo el voltaje sin ellos mismos darse cuenta, los dos avisando, los dos especulando, los dos totalmente en celo, los dos esperando que surgiera el vuelo esplendoroso de las palabras apasionadas, de la pura desnudez de los sentidos primordiales, del calor atormentado de la mente y el ser del otro, así fueron jugando entreverando calor, confusión, amistad, esmero y mucha lujuria, la niña se hizo vientre explorador, el hombre viejo, un joven arrebatador de poemas, canciones, música y utopías.

La imaginación fue tórrida, adyacente, impúdica, pero qué importaba, en su vida había renacido el color, en el de la niña el desahago, en su carisma una ilusión; en el de ella, inusitado frenesí.¿Qué habían hecho? ¿En qué se habían convertido? ¿Por qué? ¿Para qué? Las preguntas que jamás se hicieron, las bromas se convirtieron en ecos, los ecos en tímidos mensajes, los tímidos mensajes en amistad, la amistad bueno los había tornado en eso, dos seres con unas locas ganas de volver a sentirse vivos, de creer que noche a noche resurgirán de las cenizas como el Fénix, que no hay embustes, ni envidias, que la pantalla la ve a ella crecer, haciéndose mujer, a él, la oportunidad de volver a amar sin medida, sin razón, solo impulsos lejanos de un atardecer.

Allí siguen detrás del teclado jugando a sentirse felices como si no hubiera distancia ni distancias, solo amarse con un puro y pícaro sentimiento, más allá de toda censura, más allá del tiempo y la hermosura.

Luego, que cada quien piense lo que quiera; yo en verdad creo que eso es Amor.

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Poeta

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