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Mientras el crudo diciembre Arroja nieve y granizo, Y del palacio las puertas Conmueve el ábrego impío, A su amparo en noche oscura Se acoge un mísero niño, Que abandonaron sus padres Y no halla en el mundo asilo: Ambas manos junto al pecho, Tiembla de susto y de frío; Y hasta el aliento le falta Para demandar auxilio... ¡Jamás tuvo el inocente Quien oyera sus suspiros, Quien enjugase su llanto, Quien le llamara su hijo! En el hueco de unas rocas Le hallaron recién nacido, Sin más protector que el cielo, Ni más padre que Dios mismo; Sólo Dios, que abre su mano Para el tierno pajarillo, Y hasta en el aura derrama Las semillas y el rocío.
Huérfano desventurado, No llores tan afligido; Y llama a la misma puerta Que hora te sirve de arrimo: Llama otra vez, que su dueño En blando lecho adormido, En sueños ve los tesoros Que conducen sus navíos; Y no ha de ser tan cruel, Que al escuchar tus gemidos, Te niegue un pobre sustento, Te niegue un mísero abrigo.
«¡Amparad piadosos A un niño infeliz; Y Dios os lo premie Mil veces y mil! Solo y desvalido ¡Ay triste! nací; Que mi propia madre Me alejó de sí... Si madre tuvisteis, A Dios bendecid; ¡Y en memoria suya Doleos de mí! Nunca una palabra Cariñosa oí; Llanto de mis ojos Por leche bebí...
Por Dios y su Madre, Piadosos abrid; Si no, a vuestra puerta, Me veréis morir!...»
Apenas estas palabras Sollozaba el huerfanito, Cuando dentro del palacio Sonó de un can el ladrido; Cien esclavos acudieron; Y amenazaron al niño, Si en mal hora el dueño adusto Despertaba a sus gemidos.
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Poeta
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Único asilo en mis eternos males, Augusta soledad, aquí en tu seno, Lejos del hombre y su importuna vista, Déjame libre suspirar al menos: Aquí, a la sombra de tu horror sublime, Daré al aire mis lúgubres lamentos, Sin que mi duelo y mi penar insulten Con sacrílega risa los perversos, Ni la falsa piedad tienda su mano, Mi llanto enjugue y me traspase el pecho. Todo convida a meditar: la noche El mundo envuelve en tenebroso velo; Y aumentando el pavor, quiebran las nubes De la luna los pálidos reflejos: El informe peñasco, el mar profundo Hirviendo en torno con medroso estruendo, El viento que bramando sordamente Turba apenas el lúgubre silencio, Todo inspira terror, y todo adula Mi triste afán y mi dolor acerbo. La horrible majestad que me rodea Lentamente descarga el grave peso Que mi pecho oprimió: por vez primera Se mezclan mis sollozos a mis ecos, Y apiadado el destino da a mis ojos De una mísera lágrima el consuelo... ¡Llanto feliz! Cual bienhechor rocío Templa la sed del abrasado suelo, Calma la angustia, la mortal congoja Con que batalla mi cansado esfuerzo; Y en plácida tristeza absorta el alma, No envidiará la dicha ni el contento. Solo en el mundo, de ilusiones libre, De vil temor y de esperanza ajeno, Encontraré la paz que vanamente35 me ofreció con su magia el universo. ¿Qué importa que a mi planta mal segura Aún falte tierra en que estampar su sello, Y al carcomido escollo amenazando, Me estreche el mar en angustioso cerco? ¿No me basto a mí mismo? ¿No me es dado Alzar mis ojos sin pavor al cielo, Sentir mi corazón que quieto late, Y el mundo contemplar con menosprecio? Yo vi en la aurora de mi edad florida Sus encantos brindarse a mis deseos: Gloria, riquezas, cuantos falsos bienes Anhela el hombre en su delirio ciego, En torno me cercaron: oficiosa La amistad redoblaba mi contento; La pérfida ambición me sonreía; Me brindaba el amor su dulce seno Temí, temblé, me apercibí al combate, Demandé a mi razón su flaco esfuerzo; Y apenas pude en afanosa lucha Rechazar tanto hechizo lisonjero. ¡Qué fuera, o Dios, si al rápido torrente Yo propio me arrojara! En presto vuelo Pasaron cinco lustros de mi vida, Y el cuadro encantador huyó con ellos; Huyó, volví la vista, lancé un grito Y en vez de flores encontré un desierto.
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Poeta
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Cesa un instante siquiera, Cesa, avecilla, en el canto, Y no atraigas a los tuyos Con tu pérfido reclamo: El mismo dueño a quien sirves, Te arrancó del nido amado, Te robó la libertad, Te desterró de los campos; Y por complacerle ahora, De tanta crueldad en pago A tu esposo y a tus hijos Tú misma tiendes el lazo. La voz del amor empleas, Brindas con dulces halagos, Cuando la tierra y el cielo A amar están convidando; Pero entre tanto escondida La muerte acecha a tu lado, Pronta a salpicar con sangre Las bellas flores del prado ¡Ay! deja al hombre cruel Valerse de esos engaños; Llamar con voz alevosa y vender a sus hermanos.
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Poeta
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