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Recuerdo que una tarde de soledad y hastío, ¡oh tarde como tantas! , el alma mía era, bajo el azul monótono, un ancho y terso río que ni tenía un pobre juncal en su ribera.
¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia que borra el misterioso azogue del cristal! ¡Oh el alma sin amores que el Universo copia con un irremediable bostezo universal!
Quiso el poeta recordar a solas las ondas bien amadas, la luz de los cabellos que él llamaba en sus rimas rubias olas. Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...
Y un día -como tantos-, al aspirar un día aromas de una rosa que en el rosal se abría, brotó como una llama la luz de los cabellos que él en sus madrigales llamaba rubias olas; brotó, porque una aroma igual tuvieron ellos... Y se alejó en silencio para llorar a solas.
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Poeta
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Antonio Machado
Caminante no hay camino
Extracto de Proverbios y cantares (XXIX)
Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar
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Poeta
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Caminé hacia la tarde de verano para quemar, tras el azul del monte, la mirra amarga de un amor lejano en el ancho flamígero horizonte. Roja nostalgia el corazón sentía, sueños bermejos, que en el alma brotan de lo inmenso inconsciente, cual de región caótica y sombría donde ígneos astros, como nubes, flotan, informes, en un cielo lactescente. Caminé hacia el crepúsculo glorioso, congoja del estío, evocadora del infinito ritmo misterios0 de olvidada locura triunfadora. De locura adormida, la primera que al alma llega y que del alma huye, y la sola que torna en su carrera si la agria ola del ayer refluye. La soledad, la musa que el misterio revela al alma en sílabas preciosas cual notas de recóndito salterio, los primeros fantasmas de la mente me devolvió, a la hora en que pudiera, caída sobre la ávida pradera o sobre el seco matorral salvaje, un ascua del crepúsculo fulgente, tornar en humo el árido paisaje. Y la inmensa teoría de gestos victoriosos de la tarde rompía los cárdenos nublados congojosos. Y muda caminaba en polvo y sol envuelta, sobre el llano, y en confuso tropel, mientras quemaba sus inciensos de púrpura el verano.
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Poeta
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Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre el mar.
Nunca persequí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse…
Nunca perseguí la gloria.
Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino sino estelas en la mar…
Hace algún tiempo en ese lugar donde hoy los bosques se visten de espinos se oyó la voz de un poeta gritar “Caminante no hay camino, se hace camino al andar…”
Golpe a golpe, verso a verso…
Murió el poeta lejos del hogar. Le cubre el polvo de un país vecino. Al alejarse le vieron llorar. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar…”
Golpe a golpe, verso a verso…
Cuando el jilguero no puede cantar. Cuando el poeta es un peregrino, cuando de nada nos sirve rezar. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar…”
Golpe a golpe, verso a verso.
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Poeta
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Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá? Yo voy cantando, viajero, a lo largo del sendero... -La tarde cayendo está-.
En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día; ya no siento el corazón.
Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando. Suena el viento en los álamos del río.
La tarde más se oscurece; y el camino se serpea y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir: Aguda espina dorada, quién te volviera a sentir en el corazón clavada.
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Poeta
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Yo escucho los cantos de viejas cadencias, que los niños cantan cuando en corro juegan, y vierten en coro sus almas que sueñan, cual vierten sus aguas las fuentes de piedra: con monotonías de risas eternas, que no son alegres; con lágrimas viejas, que no son amargas, y dicen tristezas, tristezas de amores de antiguas leyendas.
En los labios niños, las canciones llevan confusa la historia y clara la pena; como clara el agua lleva su conseja de viejos amores, que nunca se cuentan.
Jugando, a la sombra de una plaza vieja, los niños cantaban...
La fuente de piedra vertía su eterno cristal de leyenda.
Cantaban los niños canciones ingenuas de un algo que pasa y que nunca llega: la historia confusa y clara la pena.
Seguía su cuento la fuente serena. Borrada la historia, contaba la pena.
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Poeta
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Y no es verdad, dolor, yo te conozco, tú eres nostalgia de la vida buena y soledad de corazón sombrío, de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene huella ni olfato y yerra por los caminos, sin camino, como el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío y el aire polvoriento y las candelas chispeantes, atónito, y asombra su corazón de música y de pena.
así voy yo, borracho melancólico, guitarrista lunático, poeta, y pobre hombre en sueños, siempre buscando a Dios entre la niebla.
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Poeta
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Y ha de morir contigo el mundo mago donde guarda el recuerdo los hálitos más puros de la vida, la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano que tú querías retener en sueños, y todos los amores que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo, la vieja vida en orden tuyo y nuevo? ¿Los yunques y crisoles de tu alma trabajan para el polvo y para el viento?
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Poeta
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Y era el demonio de mi sueño, el ángel más hermoso. Brillaban como aceros los ojos victoriosos, y las sangrientas llamas de su antorcha alumbraron la honda cripta del alma. -¿Vendrás conmigo? No, jamás; las tumbas y los muertos me espantan. Pero la férrea mano mi diestra atenazaba.
Vendrás conmigo... Y avancé en mi sueño, cegado por la roja luminaria. Y en la cripta sentí sonar cadenas, y rebullir de fieras enjauladas.
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Poeta
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Allá, en las tierras altas, por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, entre plomizos cerros y manchas de raídos encinares, mi corazón está vagando, en sueños...
No ves, Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía, bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo.
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Poeta
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