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La tarde era triste, la nieve caía, su blanco sudario los campos cubría; ni un ave volaba, ni oíase rumor.
Apenas la nieve dejando su huella, pasaba muy triste, muy pálida y bella, la niña que ha sido del valle la flor.
Llevaba en el cinto su pobre calzado; su hermano pequeño que marcha a su lado le dice: -"No sienten la nieve tus pies?"
"Mis pies nada sienten" -responde con calma- "El frío que yo siento lo llevo en el alma; y el frío de la nieve más duro no es".
Y dice el pequeño que helado tirita: -"¡Más frío que el de nieve!... ¿Cuál es, hermanita? ¡No hay otro que pueda decirse mayor!..."
-"Aquel que de muerte las almas taladre; aquel que en el alma me puso mi madre el día que a mi esposo me unió sin amor".
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Poeta
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Yo di un eterno adiós a los placeres cuando la pena doblegó mi frente, y me soñé, mujer, indiferente al estúpido amor de las mujeres.
En mi orgullo insensato yo creía que estaba el mundo para mí desierto, y que en lugar de corazón tenía una insensible lápida de muerto.
Mas despertaste tú mis ilusiones con embusteras frases de cariño, y dejaron su tumba las pasiones y te entregué mi corazón de niño.
No extraño que quisieras provocarme, ni extraño que lograras encenderme; porque fuiste capaz de sospecharme, pero no eres capaz de comprenderme.
¿Me encendiste en amor con tus encantos, porque nací con alma de coplero, y buscaste el incienso de mis cantos?... ¿Me crees, por ventura, pebetero?
No esperes ya que tu piedad implore, volviendo con mi amor a importunarte; aunque rendido el corazón te adore, el orgullo me ordena abandonarte.
Yo seguiré con mi penar impío, mientras que gozas envidiable calma; tú me dejas la duda y el vacío, y yo en cambio, mujer, te dejo el alma.
Porque eterno será mi amor profundo, que en ti pienso constante y desgraciado, como piensa en la gloria el condenado, como piensa en la vida el moribundo.
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Poeta
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Alegre y sola en el recodo blando que forma entre los árboles el río al fresco abrigo del ramaje umbrío se está la niña de mi amor bañando.
Traviesa con las ondas jugueteando el busto saca del remanso frío, y ríe y salpica el glacial rocío el blanco seno, de rubor temblando.
Al verla tan hermosa, entre el follaje el viento apenas susurrando gira, salta trinando el pájaro salvaje,
el sol mas poco a poco se retira; todo calla... y Amor, entre el ramaje, a escondidas mirándola, suspira.
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Poeta
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Y no buscaste un sol, no; le tenías dentro del corazón, y ya el instante de su feliz oriente presentías...
¡Ese sol era Amor! Astro fecundo que el corazón inflama y, con su fuego iluminando el mundo, como un sol en el alma se derrama. Ante él los sueños de la fe benditos, las blancas ilusiones, la esperanza, y del alma la virgen poesía, todo en enjambre celestial se lanza a hacer en torno al corazón el día.
Así también el sol del firmamento fúlgido al asomar. La flecha de oro de su rayo primer rasga el espacio... En el pálido azul del éter vago, las últimas estrellas cintilan en sus limbos de topacio, tiemblan, se apagan tímidas... y luego el astro rey desde el confín profundo sacude sobre el mundo su cabellera espléndida de fuego.
Como bocas amantes que se aprestan al beso voluptuosas, entreabren palpitantes su incensario de púrpura las rosas. Las brisas se levantan a despertar los pájaros dormidos en el tibio regazo de sus nidos, y ellos, alegres, despertando, cantan. Y cantando despiertan el inquieto rumor de los follajes, y el bosque todo, saludando al día desata la magnífica armonía de sus himnos solemnes y salvajes.
Y todo es vida rebosando amores y todo amores rebosando vida. Desde el trémulo seno de las flores cargadas de rocío; desde el murmullo del cristal del río, y el retumbo soberbio de los mares; desde la excelsa cumbre de los montes y el azul de los anchos horizontes hasta la inmensidad del firmamento, es todo luz, perfumes y cantares, es todo amor, y vida y movimiento.
Tu sol, el de tu amor, por mucho tiempo dentro de tu alma retardó su oriente; por mucho tiempo su divino rayo no iluminó sobre tu regia frente las lindas flores de tu rico mayo. Por mucho tiempo en vano la belleza te revistió de sus preciosas galas, y en torno de tu espléndida cabeza impaciente el amor batió sus alas.
Por mucho tiempo así. Llegó el momento, la ansiada aurora, el despertar fecundo: y, tú lo sabes bien: dentro de mi alma, ante el sol de tu amor, alzose un mundo.
El mundo de mi loca fantasía, mi mundo de poeta, un pedazo de cielo que se abría en la región del alma más secreta, un enjambre de sueños voladores en torno de dos almas cariñosas, y del alba a los tibios resplandores un escondido tálamo de rosas para el sueño nupcial de los amores.
Un cáliz desbordado de embriagueces, de inmortales delicias, un torrente de besos, de suspiros, de lágrimas de amor y de caricias. ¡Ah! ¿Dónde estaba de mi lira ardiente la orgullosa canción que supe un día? ¿Do la palabra que, bañado en fuego, al oído feliz de la belleza, en otro tiempo modular sabía? ¿Do las flores gentiles que el poeta al pasar la Hermosura derramaba con musa fácil, juvenil e inquieta?
¿En dónde está mi audacia, en otro tiempo. en otro tiempo tan feliz y loca...?
Ante el sol del amor que vi en tus ojos, cayó a tus pies mi adoración de hinojos mi alma tembló y enmudeció mi boca.
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Poeta
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La luz de ocaso moribunda toca del pinar los follajes tembladores; suspiran en el bosque los rumores y las tórtolas gimen en la roca.
Es el instante que el amor invoca, ven junto a mí; te sostendré con flores, mientras roban volando los amores el dulce beso de tu dulce boca.
La virgen suspiró; sus labios rojos apenas, ¡Yo te amo! murmuraron, se entrecerraron lánguidos los ojos,
los labios a los labios se juntaron y las frentes bañadas de sonrojos, al peso de la dicha se doblaron.
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Poeta
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Mirad la aurora, madre del día, ¡cómo derrama luz, alegría!
Allá en el cielo todo es fulgores; ¡todo en la tierra cantos y flores!
Sobre las hojas tiemblan las perlas, vienen las brisas a recogerlas.
Saltando el ave trina en la rama, brilla el aljófar sobre la grama.
¿Dó va el incienso, de los aromas? ¿Qué dice el ritmo de las palomas?...
Y todo, luce, canta, se agita, vida sagrada doquier palpita.
Alza la tierra su amante coro, y el sol la paga con besos de oro.
Luego, la noche su negra tienda abre del mundo sobre la senda.
Y entre la sombra muda y tranquila asoma el astro su alba pupila.
¿Sois, por ventura, blancas estrellas, del cielo al mundo lágrimas bellas?
¿Joyas que bordan el regio velo? con que a la tierra cobija el cielo?
¿Chispas que lanza la eterna sombra? ¿Polvo que deja Dios en su alfombra?...
Astros y flores quizá no viera si amor al alma su luz no diera.
Las vagas notas que el arpa lanza, ¿no, son el himno de la esperanza?
El alma encierra luz, armonía, es una aurora la fantasía.
Doquier que vague mi pensamiento, la miel recoge de un sentimiento.
Cual mariposa va la ilusión sobre las flores de la creación.
En los ruidos que se levantan hay dulces ecos, voces que cantan.
Rumor de besos y de suspiros flota en las alas de los céfiros.
Como en la selva trinan las aves, hay en el alma voces süaves.
Ecos solemnes desconocidos, por voz humana no traducidos,
Ecos que el alma tímida esconde, ecos que vienen de no sé dónde.
Quizá del verbo del alma inmensa que dice al hombre que vela y piensa:
"-De toda vida yo soy la llama: contempla, adora, espera y ama."
Yo creo. Por eso mi alma levanto. Amo, y espero... Por eso canto.
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Poeta
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Morena por el sol de mediodía que en llama de oro fúlgido la baña, es la agreste beldad del alma mía, la rosa tropical de la montaña.
Diole la selva su belleza ardiente; diole la palma su gallardo talle; en su pasión hay algo del torrente que se despeña desbordado al valle.
Sus miradas son luz, noche sus ojos; la pasión en su rostro centellea, y late el beso entre sus labios rojos cuando desmaya su pupila hebrea.
Me tiembla el corazón cuando la nombro; cuando sueño con ella, me embeleso; y en cada flor con que su senda alfombro pusiera un alma como pongo un beso.
Allá en la soledad, entre las flores, nos amamos sin fin a cielo abierto, y tienen nuestros férvidos amores la inmensidad soberbia del desierto.
Ella, regia, la beldad altiva, soñadora de castos embelesos, se doblega cual tierna sensitiva al aura ardiente de mis locos besos.
Y tiene el bosque voluptuosa sombra, profundos y selvosos laberintos, y grutas perfumadas, con alfombra de eneldos y tapices de jacintos.
Y palmas de soberbios abanicos mecidos por los vientos sonoros, aves salvajes de canoros picos y lejanos torrentes caudalosos.
Los naranjos en flor que nos guarecen perfuman el ambiente, y en su alfombra un tálamo los musgos nos ofrecen de las gallardas palmas a la sombra.
Por pabellón tenemos la techumbre del azul de los cielos soberano, y por antorcha de himeneo la lumbre del espléndido sol americano.
Y se oyen tronadores los torrentes y las aves salvajes en conciertos, en tanto celebramos indolentes nuestros libres amores del desierto.
Los labios de los dos, con fuego impresos, se dicen en secreto de las almas; después .... desmayan lánguidos los besos y a la sombra quedamos de las palmas.
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Poeta
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¡Quién me diera tomar tus manos blancas para apretarme el corazón con ellas, y besarlas..., besarlas, escuchando de tu amor las dulcísimas querellas!
¡Quién me diera sentir sobre mi pecho, reclinada tu lánguida cabeza, y escuchar, como en antes, tus suspiros tus suspiros de amor y de tristeza!
¡Quién me diera posar casto y suave mi cariñoso labio en tus cabellos, y que sintieras sollozar mi alma en cada beso que dejara en ellos!
¡Quién me diera robar un solo rayo de aquella luz de tu mirar en calma, para tener, al separarnos luego, con qué alumbrar la soledad del alma!
¡Oh, quién me diera ser tu misma sombra, el mismo ambiente que tu rostro baña, y, por besar tus ojos celestiales, la lágrima que tiembla en tu pestaña!
¡Y ser un corazón todo alegría, nido de luz y de divinas flores, en que durmiese tu alma de paloma el sueño virginal de sus amores!
Pero en su triste soledad, el alma es sombra y nada más, sombra y enojos... ¿Cuándo esta noche de la negra ausencia disipará la aurora de tus ojos?
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Poeta
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Buscaba mi alma con afán tu alma, buscaba yo la virgen que mi frente tocaba con su labio dulcemente en el febril insomnio del amor.
Buscaba la mujer pálida y bella que en sueño me visita desde niño, para partir con ella mi cariño, para partir con ella mi dolor.
Como en la sacra soledad del templo sin ver a Dios se siente su presencia, yo presentí en el mundo tu existencia, y, como a Dios, sin verte, te adoré.
Y demandando sin cesar al cielo la dulce compañera de mi suerte, muy lejos yo de ti, sin conocerte en la ara de mi amor te levanté.
No preguntaba ni sabía tu nombre, ¿En dónde iba a encontrarte? lo ignoraba; pero tu imagen dentro el alma estaba, más bien presentimiento que ilusión.
Y apenas te miré... tú eras ángel compañero ideal de mi desvelo, la casta virgen de mirar de cielo y de la frente pálida de amor.
Y a la primera vez que nuestros ojos sus miradas magnéticas cruzaron, sin buscarse, las manos se encontraron y nos dijimos "te amo" sin hablar
Un sonrojo purísimo en tu frente, algo de palidez sobre la mía, y una sonrisa que hasta Dios subía... así nos comprendimos... nada más.
¡Amémonos, mi bien! En este mundo donde lágrimas tantas se derraman, las que vierten quizá los que se aman tienen yo no sé que de bendición.
Dos corazones en dichoso vuelo; ¡Amémonos, mi bien! Tiendan sus alas amar es ver el entreabierto cielo y levantar el alma en asunción.
Amar es empapar el pensamiento en la fragancia del Edén perdido; amar es... amar es llevar herido con un dardo celeste el corazón.
Es tocar los dinteles de la gloria, es ver tus ojos, escuchar tu acento, en el alma sentir el firmamento y morir a tus pies de adoración.
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Poeta
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Como al ara de Dios llega el creyente, trémulo el labio al exhalar el ruego, turbado el corazón, baja la frente, así, mujer, a tu presencia llego.
¡No de mí apartes tus divinos ojos! Pálida está mi frente, de dolores; ¿para qué castigar con tus enojos al que es tan infeliz con sus amores?
Soy un esclavo que a tus pies se humilla y suplicante tu piedad reclama, que con las manos juntas se arrodilla para decir con miedo... ¡que te ama!
¡Te ama! Y el alma que el amor bendice tiembla al sentirle, como débil hoja; ¡te ama! y el corazón cuando lo dice en yo no, sé qué lágrimas se moja.
Perdóname este amor, llama sagrada, luz de los cielos que bebí en tus ojos, sonrisa de los ángeles, bañada en la dulzura de tus labios rojos.
¡Perdóname este amor! A mí ha venido como la luz a la pupila abierta, como viene la música al oído, como la vida a la esperanza muerta.
Fue una chispa de tu alma desprendida en el beso de luz de tu mirada, que al abrasar mi corazón en vida dejó mi alma a la tuya desposada.
Y este amor es el aire que respiro, ilusión imposible que atesoro, inefable palabra que suspiro y dulcísima lágrima que lloro.
Es el ángel espléndido y risueño que con sus alas en mi frente toca, y que deja -perdóname... ¡es un sueño!- el beso de los cielos en mi boca.
¡Mujer, mujer! Mi, corazón de fuego, de amor no sabe la palabra santa, pero palpita en el supremo ruego que vengo a sollozar ante tu planta.
¿No sabes que por sólo las delicias de oír el canto, que tu voz encierra, cambiara yo, dichoso, las caricias de todas las mujeres de la tierra?
¿Que por seguir tu sombra, mi María, sellando el labio, a la importuna queja, de lágrimas y besos cubriría la leve huella que tu planta deja?
¿Que por oír en cariñoso acento mi pobre nombre entre tus labios rojos, para escucharte detendré mi aliento, para mirarte me pondré de hinojos?
¿Que por sentir en mi dichosa frente tu dulce labio con pasión impreso, te diera yo, con mi vivir presente, toda mi eternidad... por sólo un beso?
Pero si tanto, amor, delirio tanto, tanta ternura ante tus pies traída, empapada con gotas de mi llanto, formada con la esencia de mi vida;
si este grito de amor, íntimo, ardiente, no llega a ti; si mi pasión es loca..., perdona los delirios de mi mente, perdona las palabras de tu boca.
Y ya no más mi ruego sollozante irá a turbar tu indiferente calma... pero mí amor hasta el postrer instante te daré con las lágrimas del alma.
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Poeta
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