Poemas :  Luzbel.
Luzbel.

El bello Luzbel iba con sus pavos reales,
Sobre una carroza de oro y arcoiris,
Se besaban desnudos Isis con Osiris,
Y el sol daba al ocaso matices ideales.

Con Luzbel iban todos los pecados mortales,
Y los pavos lucían sus copetes azules,
Y la Heráldica era en un campo de gules
Cintas de fuego negro y estrellas siderales.

Luzbel miró a los cielos y preso de Soberbia
Quiso cambiar su historia de niño tan mimado
Y cayó de su carro de arcoiris y oro.

Era en su boca dulce amarga la Protervia,
Y los siete pecados eran vino dorado.
Hormiga, cirio, adelfa, escolopendra, toro.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero. Por Dios, qué cosa más mala y mira que era buena la idea.


Luzbel.

Luzbel iba con sus pavos reales sobre una carroza de oro y arcoiris. Las ruedas de oro y violeta se sostenían sobre frías estrellas verdes y sobre relámpagos de oro naranja. Exhalaban los hibiscos y las madreselvas su perfume a caramelo, y las libélulas rojas y doradas iban de junco en junco. Luzbel estaba en la tarde, toda dorada y toda verde, entre chispas de oro entre los árboles, las acacias amarillas y las jacarandas moradas acunaban colibríes de diamante, y se miraba en el agua el sol. Dorados resplandores acuáticos había en los estanques donde los solitarios nenúfares rosas eran visitados por dulcísimas abejas, se sostenían los jardines y los estanques sobre atletas de torso de nácar de brazos poderosos y mirada verde, y el universo entero se balanceaba sobre una inmensa tortuga amarilla, de oro, que caminaba sobre las aguas opalescentes. Las sirenas de las fuentes cantaban con voces de cristal azul brillante rimas de arcángeles de fuego, de cabello azul y rosa, que jugaban con querubines de pelo violeta y mirada oscura. En los ojos de los querubines estaba Luzbel bebiendo vino moscatel y granadina, y se emborrachaba entre mariposas doradas y fucsias, naranjas y escarlatas. El carro de Luzbel iba con sus sesenta pavos reales azules, sobre un lecho de amatistas iridiscentes, Isis niña besaba a Osiris niño con besitos de pomelo amarillo y mandarina, y se escanciaba en las orquídeas y las rosas el rocío gota a gota. Las libélulas azules acorraladas pendían de las hojas de las minúsculas zarzitas, llenas de serpientes verdes. Y el arcoiris iba desde el violeta al dorado, al fucsia al rojo al azul al verde, entre centellas. Los espejos reflejaban partituras lilas y partituras naranjas y sobre los pentagramas caminaban los pétalos carmesíes o fucsias de los geranios. Se iba la tarde como una fresca aguamarina al sol y en esto que Luzbel mandaba a los caballos de su carro a galopar entre llamaradas. Las aguas eran profundas y negras, llenas de ranas verdes, con Shubukins de oro. Los sátiros en los parques de los magníficos palacios de alabastro buscaban ninfas desnudas y las encontraban tocando la flauta, melodía en la que iban ocultas corazón y pensamiento, y los chivos se encargaban de deleitarlas con sus largos penes de plata. Se acababa la tarde, los vencejos chirriaban maravillosos sobre un poniente violeta y oscuro, como un zafiro azul, y salían diminutos murciélagos a cazar mosquitos. Llegaba la noche y sobre el carro de oro y arcoiris con sus sesenta pavos azules las estrellas titilaban soberbias. Pero el niño satánico quería más. Los espejos se rompieron a las once de la noche, una armonía se desprendió precipitada desde un cielo de estrellas azules y el niño satánico cayó de su carro irisado que iba sobre llamaradas de carbones encendidos, y Luzbel se quemó. Su cara era siniestra, sus alas de murciélago feroz, tenía dos cuernos en la frente y le acompañaban los siete pecados capitales. El carro ahora era un carro negro como la noche, conducido por caballos maléficos, de dientes como cuchillas y ojos llenos de víboras, y en las colas tenían cabezas de dragones. Y Lucifer lo mandaba con la Muerte a su lado llena de cráneos amarillos, y los pavos reales eran pavos reales rojos, e iba sobre un lecho de cucarachas violentas. Y en esto llegó San Miguel arcángel con sus ejércitos de ángeles rubios y las arpas se estremecían tocadas por los dedos de los yonquis y los drogadictos esquizofrénicos. Y hacían daño las notas de las arpas y las campanas furiosas tocaban a arrebato, y el fuego era como una mancha de petróleo siniestro, y los cormoranes huían espantados y en sus ojos se veían hormigas macabras. La noche estaba dentro de todos los espejos rotos, dando gritos de mujer con hijo muerto y en todas las catedrales se cometían sacrilegio con el Cuerpo de Cristo ensuciado por las manos oscuras de los moros. Y San Miguel mandaba a sus legiones y las centellas eran azules y Satanás mandaba también a los suyos, que eran bellísimos y muy malos y fornicantes, y las centellas eran rabiosamente negras y había hormigas verdes y hormigas naranjas devorando flores y rosas, y yo me tomaba una copita de anís dulce.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

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papajumed
Publicado: 16/5/2013 0:47
Incondicional
Unido: 5-10-2010
De: Filadelfia, E.U.A
Comentarios: 4691
 Re: Luzbel.

interesante leer tus letras, saludos