conejo721

Poemas, frases y mensajes de conejo721

Selección de poemas, frases y mensajes mais populares de conejo721


Tengo

Tengo los años suficientes,
tengo los tiempos enredados,

tengo algo que escribir para nada y para nadie,
tengo los sentimientos naufragados,

tengo frío y tengo miedo,
tengo el alma derruida,

tengo mi privacidad compartida y un triste
desconsuelo con sonrisas,

tengo la promesa de la muerte,
tengo el alma deshecha en sensaciones,

tengo incompleto este compendio que me dio
vida y hoy me la quita,

tengo convicta hasta la víspera,
tengo la espera inconsolable,

tengo los versos destruidos entre palabras
incendiadas,

tengo los ojos en el límite,
tengo mis piernas derrumbadas,

tengo la pasión irresoluta de un alfabeto
incomprendido,

tengo la silueta derrochada,
tengo las sílabas eternas,

tengo la impaciencia sospechada de no
saber donde buscarte,

tengo el espíritu insolado,
tengo el agravio de todas las voces,

tengo la secuencia invencible de todas las
nubes que son mías,

tengo una mañana transparente,
tengo una tarde ensangrentada,

tengo mil noches al resguardo de lo que
desconozco en un completo desafío,

tengo un por venir y no lo tengo,
tengo mi mundo consumido,

tengo una repentina sensación de que
el momento está próximo y lejano,

tengo hecha trizas la consciencia,
tengo mil lluvias escurridas,

tengo viva la estupidez de no haber soñado
despierto una vez más,

tengo una pregunta sin respuesta,
tengo una respuesta inexistente,

tengo un pájaro y una rosa esperando por ti
en el fondo de mi alma,

tengo los sonidos confundidos,
tengo maléficas mis lunas,

tengo un silencio inexorable que me cuenta una
historia muda y desvastada.

Jorge Rosso

Nazco del hombre

Nazco del hombre, de la aurora y de la noche,
nazco de mí, traductor criminal de mi propio guión,
forense de mis restos y mis lágrimas espantado en la
ceguera, dibujando a lápiz esperanzas y
cicatrices para desdoblar la vida con mis ojos de piedra,

nazco del hombre y de la lluvia, y de una tormenta en vano
que se estrelló en las congojas,
aniquilando estrellas empedradas de almas,
nazco del silencio con mi corazón perdido entre los
lechos,
nazco del perdón haciendo encrucijadas en tu cuerpo,

nazco del hombre mientras envejece el mundo y el tiempo
de la noche con su codicia al hombro arrebata el
vagido de aquél danzarín suspiro,
nazco en la mañana cuando la aurora peina con reflejos
la orilla vacía y mis pies carretean por el muslo
de las dunas,

nazco del hombre que no es nada ni nadie,
nazco desde este interior mío sin amor ni sensaciones,
escritor de mi estúpida fábula, girando con el viento que
ni siquiera respira por creerme,
pues la infancia en mí, ha pesado más que mis años de
vivencias,

nazco del hombre y su calamidad, y en un silencio ahogado
lucho contra el olvido envejeciendo rápidamente,
nazco de un tiempo fugitivo en su corteza,
y desde una hirsuta semilla en su grieta hasta la vida
narraré esas tercas palabras en su sinsabor,

nazco del hombre de hambres arañando una reliquia,
de aquél reflejo cruzado por cordeles de alambre con
finas y sensuales prendas tendidas en los párpados,
nazco de los sexos del sol y de la luna, y de sus hijos
vivientes cincelados en el gozo,

nazco del hombre de la biblia y de aquella primera costilla
engendrando un nuevo ser,
habían ido en pos de la renovada carne relatando un
diluvio que devorara el pecado,
nazco de la música de dios aunque no le importe si aún
vivo entre sus hijos,

nazco del hombre de las llamas que inhumara aquél frágil
puente al edén,
nazco de mí, de mi estrategia adormecida, de un
ciclón sin arco iris y sin mi familia literaria en un
paraíso inhabitado,
nazco de mi estero y de mi nácar por alguna fugaz razón
que no tengo el coraje de entender,

nazco del hombre y sus principios, nazco de mi hija y de
su pecho adolescente y humilde cuando la tomo por amiga y
hermana de mis años diminutos entre las palabras
del día,
nazco de su mente y de sus manos cuando duerme sobre
un inmaculado manto, su sonrisa,

nazco del hombre y de las cavernas con ecos, y de los años
pasados y presentes buceando en sus tramas fronterizas,
acaso mis ancestros de barro surjan de sus urnas
recitando genealógicas suicidas,
nazco de la cumbre de mi madre y de mi padre y de los cerros cercenados por la naturaleza sapiente,

nazco del hombre que vive y muere en su líquido mundo a
horcajadas de su lengua insípida,
nazco en la verdad transformándome en mentira desde la
creencia suburbana que atruena en el interior de mi tumba,

nazco del hombre y de la tierra, y de la leyenda olvidada
del profeta soñoliento,
nazco cada mañana por doquier entre llanto y carcajadas
y entre estas cuatro paredes blancas que protegen mi
brío soñador,

nazco del hombre del hogar con intrépida impaciencia
en sus hombros de crepúsculo,
nazco de mí, de esta cuerda locura en esta enorme noche
maltrecha y sin sentido,
nazco de la flor y de la tumba, y de la mujer demonio
pintada en mis espaldas, y aún cuando su estremecido cuerpo
se me niegue dormiré entre sus caderas,

nazco del hombre y de mis huesos inhumanos, desde el
interior vacío de las ciudades flotantes,
nazco del aliento que naufraga en un poniente,
del beso destruido y predestinado por la intensión de
su creador,
nazco de los navíos corroídos donde parece fallecer la
voz de dios,

nazco del hombre y en la derruida época en que alguna
violenta hembra asesina a su hijo dentro de su vientre,
nazco de las aguas y ventiscas donde el mar y su
memoria agudizan un clamoreo de gaviotas cuando por fin
su alimento brinca hacia la libertad,

nazco del hombre y sus bemoles, y de la sombra sigilosa
del iris de la flor,
nazco de los blancos y los negros y del color de tu rostro,
y de las palomas volando entre las naves cuando el sol
en tus cabellos forma un verso en su atavío,

nazco del hombre y de la vida, y de los jirones, secuelas
del adiós donde hundida en la carne viaja la última
nostalgia,
nazco de mí y de ti, centelleante mariposa que llevas
el nombre y las vestiduras de mi amada, donde un noble
trino vuela convirtiéndose en caricia,

nazco del hombre y de la luz, del anochecer primero
dominado por el brillo de la luna,
nazco de la creencia y del relámpago, y desde el llanto
contenido cuando con lascivos movimientos aumenta la
fiebre del amante después de cuatro copas,

nazco del hombre y de mis sueños, y de aquél que quise ser
y no supe, y del prodigio que ha muerto en el camino,
nazco de mí, desafiando al tiempo y a la vida,
nazco por mí y por los míos,
nazco porque solo naciendo, vivo y me contento,

nazco del hombre y sus milagros de amor entre un sudor de
muerte en mi ciudad de rascacielos,
bajo el párpado del diablo aún existen las promesas sin
talones de que fuera yo lo que soñaban los hipócritas,
nazco de mi feliz estupidez sin que nada me importe
porque solo soy yo y nada ni nadie más,

nazco del hombre de cenizas y desde la muerte misma,
y del deseo de pintar sobre las olas este bello óleo
ensangrentado en la caricia y en el beso,
nazco de la sombra cuando con antiguo sabor la lengua
precipita hasta tu boca este génesis soñado,

nazco del hombre y sobrevivo, con el derecho y la
opción de la eutanasia,
nazco del afuera y del adentro, nazco del amor tuyo y mío,
de un incendiado viento a través del horizonte,
de un huracanado beso en las alas de la tarde,
he soñado con la fusión de la verdad sin un después
si nosotros somos las naciones de una tierra sin mapas,

nazco del hombre de piernas largas como lluvia,
del campo y los ombúes donde el pájaro anida y se procrea,
nazco bajo un duelo de pulgares que a par navegan por
tu espalda y desde una poesía sin úteros mi
cuerpo adormecido muere cuando agoniza la suave magia
sobre tu piel de pergamino.

Jorge Rosso

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No tengo sombras ni pulgares

Ya no tengo tus horas,
no sé si estar, si correr,
el sol se esconde donde se oculta mi alma,

no soy siquiera una huella en un charco, y
el otoño flota ornamentado,

extraño aquél sueño que nunca existió,
no soy tus letras ni tus pasos,
no soy la desnudez junto a la tuya,

ya no tengo fuerzas ni momentos,
no veo aquél amor que me diera de mamar,
y digita un violín curvado en tu cintura,

no soy tu, no soy yo,
no soy aquél nosotros que abrazáramos,
no tengo espalda ni prisa,
solo un diezmado rebaño de espuma,

siento entumecidas mis manos erguidas en
busca de tus manos,
no soy la simiente construida,

no tengo mi locura ni tus besos,
ya está el futuro devastado de canciones,
no puedo despertarme con sonrisas
pues extraño la voz de tu mirada,

estoy desnudo, estoy vacío,
no tengo mis labios en la bahía de tu piel,
solo un mundo de cristal y la bestia
contrariada,

no tengo pan ni tengo fuego,
no tengo piel ni estupidez,
ya no hay tormentas en tu cuerpo,

me encuentro como un niño dentro de su madre,
sin luz, sin sonido y sin lluvias,
solo un pálido pezón que devora mis ojos,

no tengo el grito repicando como un sable,
gira mi mente en un ancho vuelo y
apaga una balada en su periplo,

trepa el día de voces largas cubriendo mis
huesos,
no tengo paz ni tengo calma,
no siento el corazón ni el desafío,

tengo la incertidumbre de una frontera,
la cabeza negra arrodillada,
y el cuerpo repleto de presencias cayendo
hacia la ruina,

tengo ajadas mis arrugas y mis sienes
y un espíritu guardado en un armario,
mi fantasma solo y tonto que agoniza
y un bandoneón que aturde mis oídos,

no tengo sombras ni pulgares,
no tengo dios,
solo un delfín estremecido en mi interior,

solo quise que el cielo nos uniera
disipando tempestades,
te miro y estoy ciego,
visión imborrable de este viento que besáramos,

tengo un cuarto repleto de errores,
y ya no hay nada que decir,
solo la mancha del alma respondiendo por ti,

no tengo rayos ni tengo heridas,
no tengo un llanto original,
solo la sangre blanda desde el baldío del
ángel,

ya no tengo un suspiro entre tus labios y
los míos,
ya no hay estrellas,
ni mi muerte puntual.

Jorge Rosso

Atruena, que quiere ser silenciosa

Todo se sucede,
simple, sin prejuicios,
y todo está por suceder
hasta el secreto en el hueso,

desde la jungla de su personalidad
cada cosmos se libera y delibera
consigo,

desde una nada casi temible,
sonríe, solo sonríe,
y me mostró su abierto corazón,

y de inmaculada manera,
ya conozco sin ver los ojos de su alma,
ya la nombro sin nombrarla,

tibia sensatez que inventa imágenes,
las detiene, las conserva,
y como el sabio conjuga el verso,
robándole pequeñas fantasías a la vida,

manteniendo brillos, acumulando
sombras, solo sonríe,
posada en la nube de su otoño,

y besos en el beso del pedestal
de los labios, la mencionan,
la seducen,

palpa la tierra su palma,
y solo intenta la noble felicidad
en un futuro riguroso cercano,
y el espíritu, indeleble,

breve, demasiado breve,
vive un recuerdo
hacia la paz perdurable,

cómo olvidarla?...
ahí donde la pesadilla se vuelve sueño
vive su sonrisa,

y la garganta recostada,
para que nunca deje de sonreír,
... atruena, que quiere ser silenciosa.

Jorge Rosso

Que aunque los sueños de la tarde nos envuelvan

Hasta la próxima esquina donde la vida se detenga,
donde se hagan materia los sueños,

donde un ángel me regale su mejor sonrisa y
en un bálsamo me recuerde la flama del corazón,

donde se junten las manos y las bocas se fusionen,
donde un chelo nos aturda con dulzura,

donde las palomas liberen su gracia y su vuelo,
donde la poesía sutil nos demuestre el sentimiento
del alma.

Hasta la próxima lluvia donde renazca el amor
que anhela su otra mitad, donde de un cielo que
llora caiga el milagro de una estrella,

donde el silencio solo exista cuando descanse el
viento y algún poeta con su simple canción nos divague
la cabeza,

donde la lógica deje su poder a la demencia divina,
donde los esteros del amor permanezcan húmedos
y los deseos no embauquen la pasión,

donde los pies descalzos se topen con las blancas
arenas y no lastimen su impaciencia, donde la flor
conserve su prestancia.

Hasta la próxima sábana donde la penumbra me
sorprenda con mi mano en tu cintura, donde la palabra
soledad se adormezca y no moleste por un rato,

donde la estúpida mentira agonice y no entorpezca
la llegada de la paz interior, donde florezca
la sublimación de los seres,

donde las ventiscas cerca del mar disuelvan las
neblinas del pecho y se introduzcan a sotavento
todas las verdades esenciales,

donde el pájaro nos cuente el secreto de la luna
en su cuna de cristal, donde las borras del corazón
no hagan mella en sus senderos.

Hasta la próxima historia donde un redondo sol se
duerma engendrando una llama en el cielo, donde
como por encanto las campanas repiquen como pianos,

donde no existan los héroes y la igualdad desde la
colina marche en un continuo devenir, donde se
dispare la sangre entre orgasmos y gemidos,

donde las mandíbulas se carguen de sustancias y
cada principio obtenga su final valiente, donde
derechas e izquierdas se crucen en un ritual de
firmamentos,

donde remendadas primaveras hablen del otoño y
entre sublimes pensamientos inundaciones y sequías
hagan las pases, donde por fin niños y sonrisas
conjuguen un bienestar de paz.

Jorge Rosso

La espera

La espera es ausencia mortal,
el la mueca del tiempo donde el cuerpo alcanza su
plenitud disfrazando un principio incumplido,

la espera es ansiedad,
es una amiga perversa que excita al viento y
recorre el mundo con ojos de horizonte,

la espera es la incomprensión,
es una frontera desnuda que no se deja ver,
es un baldío en la intemperie de la piel,

la espera es una apócrifa libertad,
es la imposibilidad de cerrar los ojos y perder
la cordura por un instante,

la espera es un tiempo indescifrable,
es estar sin estarlo y entregar sin entregarse,
es tiempo programado sin volver,

la espera es el anhelo que no existe,
es la transparencia absoluta pintada de marrón
cuando la horada la mirada,

la espera es un momento en replanteo,
es la búsqueda inacabable de uno mismo frente al
espejo indolente que a diario inventa una mentira,

la espera es una terquedad indigna,
es la inlucidez ignorante que mantenemos vigente
entronando a quien sabemos que no va a volver,

la espera es un silencio perdurado,
es la sed impaciente del espíritu por compartir
en su momento lo que aún no ha sucedido,

la espera es un amor que no corresponde,
es la negación áspera que emana a contra beso
desde las piernas de la vida junto al vino
que la seduce,

la espera es un lecho de lágrimas,
es un lugar donde la emoción y la tristeza
parecen hallar su felicidad con ideas diferentes,

la espera es un sendero de penumbras,
es una poción a la que alguien recurre cuando
los miedos atacan desde el desierto de la soledad,

la espera es una lluvia intensa,
es un acople a lo diáfano pisoteado por las
sombras que intentan cercenar la luz de una
mirada,

la espera es el andrajo del alma,
es ese implacable momento que profana y subasta
los últimos minutos del atardecer,

la espera es un arraigado corazón,
es la intriga y la incertidumbre de un más allá
cargado de esperanzas que creen y esperan.

Jorge Rosso

Dos aves negras

Silencio,
sombras de nada,
una pesadilla indistinguible,

como una mueca del destino se
corporizan los fantasmas y
nuestras cicatrices
nos recuerdan un pasado real,

sueño una gestación,
periplo de voces y de truenos,
y en un espejo de azabache y plata
se yerguen nuestras siluetas
frágiles como la pluma,

y brota la nostalgia con la lluvia
en su lenguaje,
cuando todavía canta mi negro corazón,

me encuentro en los brazos en los
que quisiera perderme, sin una mirada
que reemplace una historia,

y aunque nos haga cosquillas
el roce del amor, el amor sabe de
esperas y fragancias, y del canto de
las aves que te arrullan sin ser
vistas,

somos dos aves negras,
oscura nostalgia interminable,
venimos del destino que nos propuso
la vida de nuestro propio destino
en este minuto estéril,

y aún así me digo,
deseo tu sombra, oscura como mi
alma,
como la verdad del silencio,
y el silencio de una mentira,

no es verdad que se estrangulen los
colores de los sueños,
si, es veraz nuestro negro sabor
inocultable cuando ocultas tu palabra,

somos una letra postergada,
una hoja en blanco,
como cuando te escurres con tu vuelo
entre mis sueños de agua, errantes,
siderales,

tanto negro día habita nuestros
cuerpos y tanta noche imaginada,
tanta muerta oración,
que fallece al instante tanto amor
inmaculado,

una negra remembranza sin ataduras
ni pulsadas emociones,
trepa desde mi estómago que retorna
de un negro mar,

no desnudes los pliegues de tu cuerpo,
negra ave,
desnuda tu alma pura para que puramente
logre hacerle el amor sin profanar lo
solemne,

mientras, mi oscuro cadáver espumoso
ubicará sus restos y su sangre en este
infierno sórdido,
y el héroe que creí ser acabará
por diluirse en su negra esperanza.

Jorge Rosso

A estas arterias mías, la crisálida

Cumplían años mis arterias, interpretaban la
tierra de la oscuridad,
cambiaban como el viento y trepaban por la
sombra buscando al sol,

se gestaba la vida a sabiendas de la muerte,
caminaba la música sin tetas, sin corcheas, y el
espantapájaros del día, hacía un celeste
falso y altanero,

y estaba ahí, en ese día nocturno, la
trovadora lengua imaginándose carcomida por el
mar,
descifrando una mujer desnuda sobre la magia
herida de voces y de noche,
toda la bestia mía, golpeada y oscura, tenía boca
de doncella,

más allá del hueso yacía un insecto consumido,
más allá del tiempo una tortuga contará aún mejor
los pueblos que los pumas,

y en un puño de agua, mis venas, la crisálida,
destrozaba el lamento, cruento y sabático,
se esfumaba la paciencia temporal en una longitud
desmedida,

desconozco, aún, lo explorado del entorno del
corazón, las arterias granates vuelan a
caballo, fabuloso entre las arcas con el último
niño sobre una cumbre de historias,

alza la bandera de la fábula pujante, este ladrón
triste, e impera el hambre de la risa,
hoy, la cisterna de los nervios espera despertar en
algún sensual pliegue despojada del vacío.

Jorge Rosso

La nada, nada en los ojos

Del tomar y del dar nacen circunstancias insaciables
y el oído, amarrado a la bendición del mar, eleva
tu mano hasta mi calmo cuerpo,

mi calavera gigante es una trocha en la
cintura salvaje, y baja el gusano hasta el jardín
del día de la sangre,

el amor se ama en una sola dimensión,
y la nada, nada en los ojos,

camina entre las aves con su estribillo errante y
las palmas gordas de caricias,

esta piel que yo jalo rompe el gozo del sueño en
la gruta de cenizas,
y es allí donde celebro la comunión de las manos y
los cielos,

en la tragedia del día es mi muerte ahogada entre
tus aguas, murmurando la palabra sublime,

y es la carne encapuchada, oculta entre dóciles
cabellos quien esparce sus lamentos,

la piel repleta de llamas y de formas arrepiente un
silencio,

descansa ahora en el umbral, el capitán del navío.

Jorge Rosso

Esa sutileza deliciosamente sexual

Estoy parado en el barranco de la tarde,
mi cuerpo espera por ti y se deshace,

una sola penumbra dentro tuyo se refriega en
soledad meditante al tiempo que me erizas,

todas las letras son un vacío ancestral cuando
te abres para mí al borde de la espera,

y dónde está el pudor cuando el amor nace si
los hijos del amor se recluyen en ti?...

y dónde se ocultan las aguas de tu cuerpo
cuando mis labios lo recorren con sentencia?...

esa tintineante piel desflecada y entregada
a la sola pasión de nuestros sexos desnudos,

todas las arterias se degüellan estrepitosamente
entre caricias hasta el punto del indicio,

tu, devoradora del pecado, has hecho de
mí, un hombre de nada ni nadie,
has permanecido asida de mi sexo y de mis muertes,

y aquí estoy porque he latido, despertando en el
interior de tus tormentas,
impregnado de ti y dentro tuyo,
hermanando el polvo de tu sexo que derramaste
en mis encías,

una sola multitud de voces me llama desde el
centro de tus senos tambaleantes y traduces
con los ojos este enjambre de piel,

ardiente el sendero de tus nalgas húmedas,
vacilantes, cual si fuesen crepúsculo de sangre
que irrumpe entre mi sangre,

a la vuelta de un día viven todos los recuerdos,
y a la vuelta de tu cuerpo se derrama mi esencia
contenida, sosteniendo la voz de la trompeta,

toda la miel dispuesta entre tu vulva,
sin obstáculos ni gritos, sin sonrisas sumergidas,
solo mi lengua transparente en tu clítoris erecto
y las nubes incendiadas,

tus pechos en mis muslos, tu boca en mi sexo,
gimen los minutos en la garganta del diablo y
divulgan la fiebre calcinada,

a toda marcha, compañera desnuda,
la carne del amor desata las formas tuyas y mías
enclavando sus mástiles en un punto por donde
se ausentan soles,

las lenguas se entrelazan como ausentes a todo,
las manos merodean la piel en sentido endemoniado
de lunas y de vientos,
los sexos se inmiscuyen en aquellos rincones donde
no se admiten los secretos,

todos mis pliegues tuyos, todo tu llanto mío,
y los cuerpos mecidos anocheciendo propósitos
lentos, imprudentes,

en este cielo de principios incesantes he bebido
todos los jugos de ti, y habrás calmado tu sed
con mis fluidos,
habremos ceñido las frentes y apretado los ojos
hasta incentivar un granate estremeciendo la piel
de los silencios,

mis dedos habían ido por tus ríos de fiebre al
comando y a la orden del gesto inmaculado,
y a la hora de cruzar nuestros espasmos no
tardaría un amanecer más,

hemos vivido uno en la desnudez del otro,
habrán penetrado tu cuerpo partes de mí, hasta
nacerse en algún camino fronterizo,

canta aún mi corazón entre tu carne
y entre el reloj y el calendario vive nuestro mundo
consumido de orgasmos,
todo el mar arrasado por nosotros cuando ya trepa
por la lluvia la luz original.

Jorge Rosso

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Hasta el instante en que tu boca se desfogue

I

El tiempo liba como un milagro cuando huyen los
pájaros en una trivial bandada,
y fértil, la risa del cielo entre los árboles,
busca a palmas, los labios bajo la humedad de la
tarde,

cuando mis cinco dedos cincelados confunden del
bosque estas hojas truncas, y el otoño cruje en
los sueños de amante,
se suicida la lengua, confluencia certera en el
confín de mi piel,
hasta el instante en que tu boca se desfogue,

II
después de la lucha que mis vértices conceden,
hay más que una palabra de muerte,
una derrota en el sendero de la calma
convoca a este antiguo jinete, y el tiempo
de largas piernas con sus gemidos cobardes,
ahonda la nostalgia de las manecillas del goce,

lejos, lo permanente es el amor, la cresta retorcida
donde todo resbala y las ventiscas rechinan,
hace eco un suspiro y nace antes de la agonía,
hasta el instante en que tu boca se desfogue,

III

el grito hace silencio hacia las tempranas horas
de la lluvia, la tempestad solo existe entre los
pechos arqueados,
y estos pobres músculos hasta su holgura en las
sombras bajo la sábana dócil, relinchan,

y cuando ya se despide la víctima interna, dentro de
mis huesos, desciende fugaz tu boca de halcón
buscando en mi tumba un principio sin fin,
que disgregue la cristalina verdad,
hasta el instante en que tu boca se desfogue,

IV

el destino ejerce su magia y nos conecta con sus
brisas y cúspides,
los hombros y los muslos anónimos inventan el
espacio en un acribillado enjambre,
y forman un lamento las gargantas nobles apuntando al
cenit,

expuestas las heridas de azúcar arrastran un recuerdo,
la vida es una soledad acompañada y en
el lago del cuerpo, solemne y diáfana, la mirada del
vino habla azorada en su capullo incandescente,
hasta el instante en que tu boca se desfogue,

V

la lengua marca estas huellas hostiles,
hace la sangre y la fina cáscara desde la dentellada
blanda,
mueren la voz y la lágrima cada vez y fuerza una
segunda batalla este día con tonada de himno,

y dice adiós el encapuchado sol que se diluye,
haciendo sombra de tus labios sobre mí,
desnudo demonio pintado de arco iris junto a mis
restos en cruz horizontal,
mientras todo existe y vive,
hasta el instante en que tu boca se desfogue,

VI

veo a mi tiempo asesino jadeando,
tu espasmo de mujer se esparce en mí,
yagas absolutas describen versos y tientan a ciegas
el carretel del misterio,
tras la luz y bajo el agua toda una extraña corriente,

suena tu campana a lo largo de mis dedos y se
desploma la sonrisa que nutre tu boca,
a través de la flor, empapa mis ojos el lado más
sutil de tu rostro,
hasta el instante en que tu boca se desfogue,

VII

en los polos de la piel y en esta intemperie interior
donde duermen los mirlos, la seducción apacible brinca
purpúrea como una guarida donde asoma la sal,
en los pliegues y en esta planicie nuestra, inicia
un recorrido táctil el desprevenido tiritar,

y es así que los volcanes copulan a ritmo de los
cuerpos que devoran el sentir implacable,
arena de los vientres movedizos que arrasan la
locura y asciende despavorida la miel que se modela
con las manos donde la caracola murmura,
hasta el instante en que tu boca se desfogue,

VIII

puedo olvidar la tierra y temblar sobre tu pecho,
puedo palpar estas manos que me eligen,
entonces, con cimientos por piernas, este hombre de
oculta mirada y no más que plumas en los bolsillos,
araña el ardor celeste sobre la raíz en aquél
pubis indigesto de la madia noche cuando en él
me hundo,

padezco la armonía frágil y la curva que te plasma
lamiendo el susurro que nace en ti,
robando el sabor y el clamor del espejismo pegajoso
donde calmo mi sed para dormir atrapado en tus
piernas,
hasta el instante en que tu boca se desfogue.

Jorge Rosso

Ya no más, los colores de tu rostro

Ya no más, la estela bastarda desatada,
huía, yo, del estío de la prisa,
gemían los nuevos vientos entre el
matorral de la noche, y el ocaso
moribundo danzaba en sed,

castraban las horas tus hombros féminos,
y los últimos rayos hacían tu avaricia,
cada silencio atrevido yacía certero
en la penumbra de las sábanas,

las voces se apagaban, volando,
y un verso en órbita pareció fallecer,
ya no más, los colores de tu rostro
si tu espalda se menea en la ceniza,

los árboles narraban pálidas leyendas
mientras agitaban tus bordes llameantes,
ya no más, promesas ni mentiras,

quizá la vida te devuelva esa fábula desnuda
y la luz no observe mis ojos vehementes,
cuando transcurran los labios iracundos
en las horas del final,

que no haga, de mí, jirones, este día,
y mi boca remendada no ensangriente estos
instantes tersos,

zumbará el amor partiendo desde tus
pies y la excusa gris nos dictará una
nueva soledad,

ya no más, la piel tibia, agonizante,
el nuevo cielo se habrá deshecho en sombras
de lluvia como en aquella noche en
que aullaron hasta las puertas.

Jorge Rosso

Donde alguna vez las palmas de tus manos

Donde alguna vez las palmas de tus manos
Donde alguna vez las palmas de tus manos
se posaran en mi rostro,
entre las ramas del cielo que confundidas
dolieran su dios de adolescencia,

y en cada confín la empapada sílaba y
la uña humilde clavaba la gran bruma de mis
ojos, y la disipara, acometiendo,

donde alguna vez las palmas de tus manos
derritieran el invierno en mis mejillas,
hallando la arteria errante de la profundidad
rojiza donde solo el cielo basta,

y harto, ya, de echar de menos tu huella tibia,
triste hasta las lágrimas gigantes,
con la ira de saberte ajena, golpeando
las puertas del silencio bajo el agua,

donde alguna vez las palmas de tus manos
besaran mi frente arrancando una sonrisa,
desplomada y mecida hiciera la caricia un
borbollón impiadoso en el espejo de
mis ojos,

y la contracara de mi cara expuesta, incompleta,
bajo la esfera dorada pretendiendo abortar
todo dolor en las cenizas,

donde alguna vez las palmas de tus manos
arrastraran consigo mi forma indeleble,
y un escueto remiendo lograra el anhelo en el
color del decir, a sabiendas de un te amo, mudo,

e irrumpiera, galopando, en el sendero de la piel,
el invisible sabor dialéctico entre tus yemas
y mi rostro, que ingenuo, pretendiera reinventar
una pregunta dibujada.

Jorge Rosso

Una abstracta magia

Desde la sustancia de la médula parece flotar esta
magia hundida en el silencio del aire,

en esta tierra con párpados de barro,

como pájaros de invierno y ojos de niebla se
escapa el pensamiento y el sonido,

bajar la vista y hallarse entre raíces en una
penumbra desnuda como tú,

mientras pinta la luna todos los paisajes tuyos,
cuando rompe la atmósfera y la luz desgarra la
garganta y las dársenas del alba,

y haré brisa con mis manos y mi pulso,
solo dime si en el sendero funerario de mis ojos
se rehace el equilibrio,
esa abstracta magia que antecede lo perfecto,

simetría en movimiento desde la holgura del alma, en
las tabernas del ansiado movimiento
solo tú, y la oscuridad donde agoniza la palabra,

mariposa desnuda, danza sobre mi piel,
has la medida de mi ser en el espejo de tu suelo,

limpia mi soledad con el arte de tus manos y
sóplame una canción de bruma,

brótame un mundo de nieve para elevar mis andrajos
con la flor derretida y
plántame un retoño en la caricia trovadora,

has que brille la noche en el fulgor del reflejo y
recorte la figura de tu cuerpo,

menea este centauro ruiseñor que en el hechizo del
paraíso no habrá son ni dolor.

Jorge Rosso

Soneto de la lágrima

Cuento de penumbras y días varados,
en mi cuerpo el quejido del mar,
una imprevisible lógica,
y algo estalla en el camino gris
extrañamente ancestral,
ejecutando sus dantescos brillos,
escaramuzas, luego,
apenas un goteo deshilachado y vacío,
como si un nuevo recurso me negara el
milagro del sustento,
desvanece el ahora,
se desliza raramente, se menea,
como el diluvio y el infierno,
voladura de tul,
dulce veneno triste
como estas palabras rústicas,
y un suplicio poético, misterioso y húmedo
brinda su fiesta en el cielo,
quisiera cantarte y disolverme en mi
cúspide sin esperar la decrepitud,
la lágrima es mi completa lucidez,
detona una revolución y se
somete al hechizo,
un universo se estrella y se agrupa,
renace un río en la esfera
más allá de los ojos,
una lenta languidez,
ancestros de emoción y deleite,
una semilla fluye y trasciende
sobre el fruto sangrante,
y en la mejilla del cielo la carne
partida, insípida y tosca,
se derrama con su voz larga y
vehemente y cierra sus mentes la
memoria,
cincela la huella la dama húmeda,
cava una tumba en el pecho y
despliega un aullido, la muerte,
convive y se debate, y naufraga en el
lecho de los ojos,
asesina un suspiro el paisaje de voces
secas y rechina, iracunda, la verdad,
gime el viento en los bordes de la aurora
y arrastra estos restos de llanto,
ya no hay diluvio ni infierno,
ni siquiera tu amor.

Jorge Rosso

Y vuelvo a recordarte esta inmensa vez

Al desflecar, mi mano, la palabra,
la palabra tirita su secreto,
el secreto triste del otoño
que sangra en jirones soñolientos,

enrosca, el viento, la barbarie y
miente un impulso que amamanta la razón,
el día invita a prolongar su final
oblicuo,
y andando, el deseo fugaz, alumbra entre
la brisa y las mareas,

mascullando la voz de una guitarra,
la guitarra ennegrecida por las nubes,
las nubes aliadas y alejadas,
me dan la espalda y acechan el orgullo,
traspasa el frío la burbuja que me curva,
y vuelvo a recordarte esta inmensa vez,
la mañana soltó la lluvia desde su estómago
violento como las bolas del azar,

y allá vamos, calmos como terneros con
nuestras piernas desnudas hacia la quilla
del amor,

entre un revuelo de olas y de velas
pintas tus alas en mi cuerpo libre,
sacuden tus brazos un extraño vuelo y te
instalas la tarja del amor insomne,
los ojos se entrecierran y lloviznan en sus
cuevas oscuras e insufla cálido el jinete
puntual, ya caen las hojas y las horas, la
sombra desmenuza la palabra sin sonido,

y entre el cielo de truenos, me queda este
recuerdo que levantó su cabeza, soltó su
grito y se apagó.

Jorge Rosso

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Cuando las intermitencias de la muerte

Alguna vez, todos mis músculos tiesos,
a la intemperie de nada,
doradas de veneno las manos y los dedos
como cuando cruzo tus valles ingenuos sino
apenas el viento traspasara,

va dejando mi boca huellas de sal sobre
las intermitencias de la muerte,
donde descienden las pasiones del halcón
a modo de dormir, barajando los sonidos y
la fiebre,

y la sonrisa cayendo como nieve derretida,
agonizada entre los cuartos de cera,

alta y erguida la luz de la manzana,
gira festiva y nupcial la semilla hiriente
donde la lengua encalla tramposa a la
sombra de tu cuerpo de agua,

hemos inventado el camino de helechos que
nos devuelvan al amor,

lento y vacío viaja y sacude su piel el
momento pedante e indeciso como una nube
que se nutre a cada paso del beso en
la entraña,

con su lengua bestial hundida en mis encías
gira en remolino un montón de oraciones mudas
donde ningún recuerdo prevalece
entonando su himno,

intuye y adivina la luz de las arterias, el
recorrido de las manos como llamas entre
los pliegues desiertos de tu carne,

y lágrimas como oleos dirigen el periplo de
azúcar más allá de la muerte del sol
entre las piernas cristalinas,

... duerme entre los sueños,

... toma mi mano triste y canta con el
viento,

... quédate conmigo hasta la agonía de los
sexos.

Jorge Rosso

Desde la esfera de sus ojos

Vienen y van mis pies describiendo sus cánticos,
mientras el alba se pasea en la arena inyectada
de horizonte,

el mar acredita sus secretos y me los cuenta
con pudor,

la niebla digita una palabra y llora entre sus
ruinas bajo la falda del alba,

y un rostro me trae de la nada, en sus esferas,
me fabrica una historia y quizá descrea de la mía,

un duende perezoso precipita en sus ojos que
con gestos dramatiza la rompiente,

toda la magia se apodera de un principio,
y en el umbral de las campanas hay un sueño que
me arde,

luego riman los poemas, porque dicen lo que
nunca y hacen lo de siempre,

cuan poca calma a la orilla de este mar desordenado
con olas feroces y enigmáticas!,

cuanta fe embebida de viento va forjando fantasías!,

todo parece desaparecer en el movimiento de las
dunas y celestialmente, me enervan,

las aves callan su grito ante el suspiro del
mar, sembrando desolación bajo mis palmas,
y esos ojos gimen un lamento despiadado,

hay un perro que se ahuyenta y su contorno se
deshace, me late un precipicio que no está,

y esa mirada transmite y me transporta hasta la
semilla de un destino fugaz,

yo soy mi dios y me hablo desde el desierto de
mi boca callejera,
soy esta palabra sencilla y me vuelvo vulnerable,

una melodía dormida sacude su cabeza y se delata,
y el viento del sur corroe mis oídos,

mi soledad ya casi existe, se pronuncia a tientas,
y se me rompe el pecho de preguntas entre el
frío del invierno,

hay un fuego que no veo y un rayo al caer,
hay un tiempo titilando bajo nubes de luciérnagas,

y una mano temblorosa y anónima a la orilla de un
rostro, dibujando mi sonrisa,

entre tanto su calma me devora con su mirada a
cuestas, y la siento, y no sé por que la siento,

es el arte de las almas cuando la mañana
se recuesta a morir con su garganta en el suelo,

... y las esferas esperan por ella.

Jorge Rosso

Diálogo de uno solo

Flota mi rostro
entre las aguas de una incierta realidad,
y se eleva en silencio hasta las alas de la risa
digitando las teclas que viven en el pecho,

en el alma, solo peces divagando,
arrugando los renglones de una hoja en blanco,

en el corazón, solo pájaros usando al viento
como almohada,

el ocaso se zambulle desde la pezuña del cielo
cuando la locura se convierte en una tonta compañía,
y el diablo juega con la mente en una
danza macabra,

la boca suele ser prisionera... los oídos no...

las circunstancias se dan desde el comienzo
de la creencia, allá donde los fantasmas
deciden jugar a sentirse vivos, sacrificando la
verdad,

sin oírme será otro ocaso, cada ocaso,
las palabras que me diga no serán un reflejo más,
y se perderá en el aire o en el mar el
deseo diáfano después de enlazar su sombra,

sin horarios ni fechas
los días son míos, y las noches del amor
escribiéndose en la piel, e iré vivo con mi muerte
evitando alguna espera bajo la bofetada del
tiempo,

solo necesito la sensualidad de un suspiro que
fusione estómagos y espaldas, aunque soporte a menudo
su cara de tramposo robando mi sonrisa,

camino a mis huesos bajarán los días cuando mi boca
susurre todavía, y se hamaque la lengua
delirante entre las selvas,

la mente suele ser dictadora... las piernas no...

y cuando la cúpula se estire en vano y las manos
ya no vuelvan de su escondrijo tibio,
todo comenzará a terminarse como el polvo
creyéndose inmortal,

acaso podría fallecer conmigo el resto de mí,
en alguna noche en que se incendien las estrellas,
si todas las suturas temen hallarla muerta a la
vida,

con el sentir de la palabra eternamente anónima y
asomada a mi entrecejo, se presentará suavemente
estruendosa la edad de mi cuerpo,
y serán mis rústicas arterias las que simulen no morir
para seguir vivas hasta el fin de este milagro,

que simulacro enardecido permanecerá conmigo?...
cuanto hechizo verdadero disparará mi sangre en la
ruina quejumbrosa y crujiente de algún sexo?...

el tiempo suele hacerlo todo... los secretos no...

todo párpado acuático entona su himno antes del
final huyendo del sonido,
y las prosas roídas encarcelan su movimiento
bendito remendando teorías maltrechas,

la pocilga choca en la fragancia dentro de su
agujero, y en el jardín de la espalda se
aclimatan las palmas aún cuando en las heridas duerman
palabras de música,

solo quedará algún principio antes del final,
y algún nuevo fin antes del próximo comienzo,
hasta la siguiente calma que se suicide con el viento,

en una invasión de cenizas la sutileza escala mi
interior resaltando la realidad varada y desde
la garganta de este invierno sospechoso solo conservo
peces y pájaros,

cuanta pobreza la mía,
ninguna porción de piel dentro de mi cuerpo insípido
ha escuchado mis palabras,
y en mi penúltimo resabio resbaló tu boca sabiéndose
cobarde,

las camas suelen ser mágicas... los espejos no.

Jorge Rosso

Hace una razón

El viento que detiene los golpes castra una serpiente,
lleva consigo una fecunda burbuja y el invierno
entre los árboles,

atmósfera desnuda que consume el mundo,
un dios de piedra fija la mirada y es un tiempo de
estación hacia la vida que no tiene párpados,

tambalea la razón en alguna habitación,
se destruye y se hace polvo junto a la tenue luz
que recorre los pliegues y las cumbres,

construye magias de madre, impulsa un corazón
que conoce desde la memoria de la tumba y se despoja
a sabiendas del mar,

vive dormida en un silencio de gritos, presta,
aunque se desmembren las fuertes pompas aguachentas
del cielo, sostiene una única verdad equilibrada
en gestos y se desliza, la razón, por las aceras del
impulso asumiendo su forma exorcizada y brillante
entre el bullicio sórdido que ofrece esta
mágica vida,

afirma la calma entre los dedos y despliega sus células,
ávidas manos que evitan una guerra sobre la piel
del hombre borracho de amor,
la razón disuelve los confines de una duda sin dientes,
se aferran las dunas a su dibujo inmaduro,

deslumbra, ahora, en su lecho de algas la precisa
audiencia por alguna noble razón que devora la tierra,
sabe la desgracia del viento en su nuca, aquél que
responda cuando el sol segundo caiga del paisaje y la
luna dance entre las manos,

soy yo, dijo la razón, la que requiere trozos de vida y
añade su verdad infinita, soy yo, la que disculpa
la apócrifa escena de aquél que desvariaba con sus
hijos y bebía con su enemigo sobre el pecado de la tumba,
y soy yo, también, la que muere a diario entre las piedras
derribadas desde el suelo del cielo, haciendo ecos
prodigios en esta atmósfera muda,

los tejidos se unen, se desploman, con la razón en el
crepúsculo,
la coherencia, hermana orgullosa, descansa en el jardín
mientras la ciudad de esponja recorre el sendero
en la memoria,
y duerme el padre dentro de su madre, por azar, para
que la razón nazca.

Jorge Rosso