Tus ojos
Estábamos a solas en el parque silente
la tarde en desmayadas medias tintas moría,
y era tal el encanto que en las cosas había
que daban como ganas de besar el ambiente.
Primavera llegaba y el retoño incipiente
-anuncio placentero de la flor- verdecía,
y el alma contagiada del milagro del día,
florecía lo mismo que el jardín renaciente.
Ella escrutaba el cielo con fijeza tan honda,
que el verdor transparente de sus ojos letales
tomó de pronto un verde sensitivo de fronda.
Yo la miré y ansioso de halagar sus antojos,
la dije ante los tiernos brotes primaverales:
-Esta vez ha empezado la estación en tus ojos.
Eclipse
En medio a mis congojas, en mitad de mi hastío,
tu recuerdo lejano, tu recuerdo clemente,
vino, desde las sombras, a posarse en mi frente
y a decirme que aún vive nuestro amor, amor mío.
Perdóname! La culpa del injusto desvío
fue del hombre que sueña, no del hombre que siente.
Míra: puede en su rumbo desviarse la corriente
pero la imagen sigue reflejada en el río.
Tu recuerdo en mi alma se nubló como aquella
lumbre de los luceros que en la noche callada
se eclipsa si las nubes se detienen ante ella.
Mi olvido fue una nube que ya va de partida,
y tu amor es la estrella que un momento eclipsada
sigue irradiando inmóvil en lo azul de mi vida.
Elogio primaveral
Estábamos a solas en el parque silente
la tarde en desmayadas medias tintas moría,
y era tal el encanto que en las cosas había
que daban como anhelos de besar el ambiente.
Primavera llegaba y el retoño incipiente
-anuncio placentero de la flor- verdecía
y el alma contagiada del milagro del día
florecía lo mismo que el jardín renaciente
Ella escrutaba el cielo con fijeza tan honda
que el verdor transparente de sus ojos cordiales
transformóse en un verde sensitivo de fronda.
Yo la miré y ansioso de halagar sus antojos,
la dije ante los tiernos brotes primaverales:
esta vez ha empezado la estación en tus ojos.
Amor errante
Así dijo en la noche, desolado, el viajero:
vengo de las diversas comarcas del amor;
crucé por muchas almas y en todas fui extranjero;
de todas salí siempre con fatiga y dolor.
Vi en los ojos más claros un mirar traicionero,
y en las bocas más frescas hallé el mismo sabor;
no hubo brazos capaces de hacerme prisionero,
ni carnes que temblaran con un nuevo temblor.
De una mujer en otra fui pasando y en cada
una dejé una parte de mi vida inmolada...
Ya no tengo que darles ni espero que me den.
Sólo con los amores que he soñado me quedo,
y con el tuyo ¡oh muerte! aunque me causa miedo
que tus labios destilen sólo tedio también.
Tu boca
Escollo de buriles y pinceles,
es tu boca una vívida granada
que pide, tentadora y encarnada,
un beso audaz que la disuelva en mieles.
Cuando a la risa abandonarte sueles,
difunde en rededor tu carcajada
el grato olor a fruta sazonada
que hay en la intimidad de los vergeles.
Es abreviada gruta de frescura,
constreñido paréntesis de flores,
animado jardín en miniatura.
La besara con férvido embeleso
para sentir, muriéndome de amores,
la eternidad en lo fugaz de un beso.
Valse nocturno
En la paz de la alcoba sosegada,
bajo la media noche en agonía,
llega a mí, desde incierta lejanía,
una llorona música olvidada.
Entra en mi corazón como una alada
saeta de letal melancolía,
porque recuerdo que cuando eras mía,
si algo nos supo unir fue esa tonada.
El vals - lírica flor que se deshoja-
se va apagando al fin y una congoja
mortal deja en la noche difundida...
Yo un infinito desamparo siento,
y es que a veces un vals que va en el viento,
¡suele ser, más que un vals, toda una vida!
El retrato de la amada
Ella es así: la frente marfileña,
a sol bruñidos los cabellos de oro,
y dichoso compendio del sonoro
brazo de un arpa la nariz risueña.
Su perfil reproduce el de fileña
concha de mar en que durmió un tesoro,
y los hombros, de helénico decoro,
son dignos de un reposo de cigüeña.
Es tan blanca, que a veces se confunde
su cuerpo con la luz. en lo que mira
una instantánea castidad infunde;
a su lado inocencia se respira,
y en conjunto feliz ella refunde
nieve, perla, ave, flor, ángel y lira.
***
Ella es así: por donde pasa deja
de subyugante sencillez la nota;
cada expresión que de sus labios brota
algún móvil purísimo refleja.
Nunca turba su voz áspera queja;
nunca innoble pesar su alma denota;
donde impera la sed, ella es la gota;
donde falta el panal. ella es la abeja.
La intimidad de los jardines ama;
ingenua devoción le inspira el arte
que en el dolor de sus bálsamos derrama.
Cual pan de Dios la comprensión reparte;
si dicha no le doy no la reclama,
mas si alguna le dan, tengo mi parte.
El tesoro
Dos columnas pulidas, dos eternas
columnas que relucen de blancura,
forja la línea irreprochable y pura,
como trazada en mármol, de tus piernas.
Con qué noble prestigio las gobiernas
cuando al marchar, solemne de hermosura,
imprimes a tu cuerpo la segura
majestad de las Venus sempiternas.
Y cuando, inmóvil, luminosa y alta,
en desnudez olímpica te ofreces,
entre tus muslos de marfil resalta,
como una sombra, el bosquecillo terso
de ébano y seda, bajo el cual guarneces
el tesoro mejor del universo.
Éxtasis
En la noche de enero plenamente estrellada,
como acaso en los siglos no lo ha sido ninguna,
parecían los cielos constelados de luna,
florestas por donde iba pasando una nevada.
Era un lecho de bodas la tierra perfumada;
propicio era el silencio; la paz era oportuna;
mas la noche inspiraba tal arrobo, que ni una
vez osaron mis labios besar los de la Amada.
Unción ultraterrena de dos almas; delicia
de dos seres que, a solas, eluden la caricia
y que juzgan sacrílego contemplarse un momento.
Noche, de tan hermosa, noche casi imposible,
en la que era su carne, cual la luz, intangible,
y puro, cual los astros, era mi pensamiento.
Idilio columbino
Sobre el techo rojizo de la iglesia aldeana
se congregan en corte las palomas. El día
confunde con el d'ellas su blancor: se diría
que milagrosamente las brotó la mañana.
De súbito, ascendiendo, la legión se desgrana
en un vuelo vibrante que en el éter se amplía,
para tomar con una cadenciosa armonía
bajo la rutilante claridad meridiana.
Vibra el soplo fecundo del amor. El palomo
ronda a su compañera, que se le postra, como
dócil cojín de plumas que la luz tornasola.
Como al solio un monarca, sube en ella de un paso
y busca el sexo esquivo, desplegando la cola
a manera de un lúbrico abanico de raso.