sonetos españoles
1.
¿Por qué será que en castellana tierra
yo me pongo a soñar la tierra mía,
y al centro de la mar alzo la sierra
y en la montaña azul marinería?
En paz de amor puede encender la guerra
mi corazón con tácita anarquía,
hacer la noche en la mitad del día
y ser la sed que ante la copa yerra.
Pero tengo al final de esta llanura
una palmera para la ternura
y una clara verdad que me sosiega.
El alba crece entre mi humano limo
y cuando llegue el día de la siega
me entregaré a la luz como un racimo.
2.
España, estás en mí, como una espada
sobre el costado del amor abierto,
esquife anclado en el seguro puerto
de tu sangre en mi ser multiplicada.
Llego con la sandalia desatada
a la llanura y al sellado huerto,
y el corazón se suma a tu concierto
con un clamor de herida campanada.
En mi infancia de bosques te sabía
honda lección del cielo que no pasa
y árbol de luz para la sombra mía.
Hoy que te palpo con asombro ciego
comparto el pan que se doró en tu fuego
y habito en tí, como en la propia casa.
3.
Estos campos sagrados que me ofreces
cuando miro en la noche los collados
quedan en mi recuerdo iluminados
con olivos de luna y con cipreses.
Alza las torres como lentas preces
a los cielos por tí reconquistados
y no hay villa ni alcor donde no reces
entre un vuelo de arcángeles dorados.
Cruzas por mí lo mismo que un camino
y en tu casa de amor soy el cimiento
yo, el nómada sin tierra, el peregrino.
Me posees y labras sin fatiga
y en las viñas del Cid soy un sarmiento
y en el trigal de Dios soy una espiga.
4.
Tú me colmas, España, tú me habitas.
Mi soledad con tu presencia llenas
y a tu encantada cárcel me encadenas
con tus manos que inician margaritas.
A tu abismo de luz me precipitas.
Me levantas en todas tus almenas
y me salvas, al par que me condenas,
con tus palabras en mi sueño escritas.
Tú me llevas, España, de la mano
a través de los íntimos senderos,
lazarillo del hombre americano.
Y en este agosto del solemne estío
sueltas al surtidor de tus luceros
sobre mi sed de abandonado río.
5.
Déjame recordar en las mañanas
la teologal ciudad donde yo vivo,
a Popayán donde tu nombre escribo
con un abecedario de campanas.
Déjame que recuerde sus lejanas
torres donde tu Dios está cautivo,
que vague por sus calles pensativo
intuyendo tu rostro en las ventanas,
Con un clamor de Oscuros vendavales
diga también la tempestad de oro
la verdad de mis anchos litorales.
Que yo desde tus montes inmortales
uno mi voz al infinito coro,
como las sumergidas catedrales.
España, VIII de 1954
6.
Sobre esta rada tropical añoro
tu faz, España, en el feliz verano
sumada al viento y al nocturno coro
de las profundas aguas del océano.
¡Quién pudiera volver al castellano
solar -atravesando el mar sonoro-
a sembrar con la palma de la mano
este renuevo de Castilla de Oro!
Al encinar me doy en la palmera
y al olivar en todos los manglares
que crecen en mi orilla marinera.
Tan sólo en sueños regresar yo puedo
-a través de las vías estelares-
a Santiago, a Granada y a Toledo.
Buenaventura, 1962
7.
Península inmortal de carne y hueso
por el mar de mi sangre circundada,
que yo grabé en el mapa con la espada
de Mio Cid en secular proceso.
Sobre el tórax del tiempo dibujada,
desde América siempre yo regreso
en los galeones de Don Blas de Lezo
y el corcel de Jiménez de Quesada.
Entre el vuelo de coplas y saetas
sobre la piel celtíbera de toro
pinté al azar retablos de poetas.
Retorno, España, de la mar-océana
y reintegrado al milenario coro
hablo a mi Dios en lengua castellana.
cancion
Sabed que traigo del Océano
-peces y sal, espuma y sol-
sobre la palma de la mano
sólo un marino caracol.
No me busquéis en las corolas
de un nombre vano y musical,
llamádme sí, como las olas
nombran al tallo del coral.
Que os traigo aquí las escolleras
en el momento del tifón,
alas, palmeras y banderas
sobre el pavés del corazón.
Que os traigo un viento de veleros
-beso de yodo en el manglar-
y una elegía de luceros
que naufragaron en el mar.
Que os traigo el mar en cuyo centro
las islas son una canción,
la marejada... y más adentro
como otro islote el corazón.
Porque yo vengo del Océano
sobre el esquife de un cantar,
el caracol cabe en mi mano
y hasta su nombre me da el mar .
Declaración de amor
Las algas marineras y los peces,
testigos son de que escribí en la arena
tu bienamado nombre muchas veces.
Testigos, las palmeras litorales,
porque en sus verdes troncos melodiosos
grabó mi amor tus claras iniciales.
Testigos son la luna y los luceros
que me enseñaron a esculpír tu nombre
sobre la proa azul de los veleros.
Sabe mi amor la página de altura
de la gaviota en cuyas grises alas
definí con suspiros tu hermosura.
Y los cielos del sur que fueron míos.
Y las islas del sur donde a buscarte
arribaba mi voz en los navíos.
Y la diestra fatal del vendaval.
Y todas las criaturas del océano.
Y el paisaje total del litoral.
Tú sola entre la mar, niña a quien llamo:
ola para el naufragio de mis besos,
puerto de amor, no sabes que te amo.
¡Para que tú lo sepas, yo lo digo
y pongo al mar inmenso por testigo!
Tríptico conyugal
1.
Todos los días, junto a mí, lo mismo
que la luz enclaustrada en el diamante:
de día y noche amurallando instantes,
de noche y día conjurando el sismo.
Todos los días en el cataclismo
de mi ser y las horas delirantes,
hasta salvarme del humano abismo
en que se hundió mi planta itinerante.
Todos los días en el maremoto
y el naufragio. En el alba y las tinieblas
de mi lecho y el ángelus remoto…..
Y las noches que son amor o nada
porque los días con tus manos, pueblas
y entronizas la paz reconquistada.
2.
Toda mi soledad se hizo navío
para seguir tus huellas emigrantes
y la sangre también trocóse en río
y el río se hizo cuerpo del infante.
Anclada estás en cada sueño mío
desde ayer, para siempre, desde antes
que el llanto preludiara en el rocío
mi nocturna canción de navegante.
Te diste así, a mi efusión marina
en fruto y flor y pájaro en la rama
y fuego que en crepúsculo germina.
Con Helena y Ronsard el tiempo hallamos.
Somos hoguera en la infinita llama,
savia y raíz en el eterno ramo.
3.
Que he de morar en tí, y en cada rosa
que tú siembres, morir de poesía;
en el silencio y en la diaria prosa
soy el heraldo de tu profecía.
Llama que con tu incendio se desposa,
ala que se desborda en sangre mía;
hermana y madre y solidaria esposa,
compañera en la noche y en el día.
Yo te elegí entre todas las mujeres,
país de amor y huerto florecido,
lumbre del hijo en mis atardeceres.
Adelaida de luna y terciopelo:
¡en la orilla del mar desconocido,
toco en tus manos el umbral del cielo
El nieto
Traigo un ramo de peces de colores
para poblar el río de tu sueño
y una orquesta de pájaros marinos
en este aniversario de alma y cuerpo.
Que el niño caracol de la ribera
copie el rumor de la inicial palabra
y las raíces que el manglar sustenta
sean bosques de mástiles y de anclas.
Transplantaré la rosa de los vientos
a tu oculta floresta de corales
y con el pez martillo y el pez sierra
levantaré tu casa sobre el valle.
El pez espada montará su guardia
civil, en torno del mínimo acuario,
David Felipe, que arribaste al mundo
en la hora propicia de los salmos.
La postrera sirena de la fábula
te contará la rumorosa historia
del bisabuelo, a quien donó Medusa
una isla austral, que bautizó Gorgona.
Guarda tu prehistoria de emigrantes
el mascarón de proa del navío
que fue de Ulises y guió mi padre
sobre las grises aguas del Pacífico.
La diestra cardadora de la espuma
de las olas, ungió collar de perlas
al cuello maternal, en la vigilia
nupcial de las gaviotas y goletas.
Desde entonces hay faros en los ojos
de todas las mujeres de mi sangre
y hay redes en sus brazos pescadores
y bahías al fin de cada viaje.
Desde entonces los hombres de mi estirpe
se dan al mar en su bajel, cantando
y nacen en el vientre de un esquife
y mueren en la proa de sus barcos.
La selva virgen es madre y amante
y las islas del sur son nuestra patria
que alinderan marimbas y tambores,
en la noche que viene desde África.
Cruza el viento una ronda de hipocampos
entre el aire y el agua de diciembre,
caballitos de mar que yo enjaezo
para que tú galopes solamente.
Sembraré en tu silencio una palmera
para que con la mano de la brisa
tañas el arpa de la mar y encuentres
en Dios, la suma de las lejanías.
Pejca
Voy pejcate la luna
pa que voj pintéj la cuna
der hijo que me daráj.
Que no lo sepa tu mama,
ni tu prima, ni tu heimana,
ni er zambo de tu papá.
Voy pejcate un lucero
pa iluminate er sendero
y ar niño que ha de llegá.
Dejá abieta la ventana
pa que te alumbre la cama
cuando voj solita ejtáj.
Er día que najca mijo
pa mojtrate er regocijo
er má te voy a pejcá,
así manque te muy lejo
er só en cada reflejo
mi amor te recordará.
No creigaj que yo ejtoy loco
ni que dijvarío un poco.
Lo que rigo ej verdá.
Voya pejcate un ejtrella
pa que voj juguéj con ella
y mátej la escuridá.
No hace juarta la atarraya
que puse a secá en la playa,
a la sombra der parmá,
poique a jembra que quiera
le pejco Una tintorera
con una mano, no ma!
Er mar ej mi viejo amigo
y cuando sueño contigo
se amansa y pone a cantá.
Er mar sabe que en la proa
sin nombre de mi canoa
tu nombre voy a pintá.
Er má sabe que no miento.
Lo sabe también er viento
que er cielo te voy a dá
pa mojtrate er regocijo
er día que najca er hijo
que Dios noj va a regalá.
concierto
A media noche escucho adentro
de mi latir, vibrar, sonar
el tambor que tocaron mis abuelos.
Sus negras manos
golpean sobre el pecho,
por el camino cierto
del corazón.
Sus negros dedos
posados en mis sienes,
transitan el sendero de los sueños.
Entre las pausas
del ancestral concierto
oigo romper cadenas
en la esclavitud del silencio.
A media noche.
Solo. Soñando.
Despierto.