ABANICOS DE MUSEO
Bajo cristales, en vitrinas,
reposando estáis olvidados,
abanicos de sedas finas
en lejanos tiempos bordados.
Y os abrís, en un sepulcral
silencio, en fondo carmesí,
a la luz de tarde otoñal,
en el Museo de Cluny.
Y al pensar en lo que no existe,
encanto ayer y hoy desengaño,
decir parece el alma triste:
"¿Dónde están las nieves de antaño?"
¿En cuáles manos marfilinas
lucirían vuestros encajes,
en dulces citas vespertinas
bajo los trémulos boscajes?
Corte de los Luises de Francia,
reverencias ante el estrado...
¡Abanicos! ¡Sois la fragancia
Que va surgiendo del pasado!...
Fragancia que se desvanece
en ideal mundo risueño,
mientras el alma se adormece
en una bruma azul de ensueño.
Al veros, llegan a la mente
ecos de fiestas cortesanas,
cuando os plegábais lentamente
como al compas de las pavanas.
"¡Delfin! ¡Callad, os lo suplico!"
decía la rubia Marquesa,
y en tanto, tras el abanico,
reía una boca de fresa.
Restos de antigua aristocracia
que llevó del tiempo el turbión.
¡Cómo os abriríais con gracia
en los jardines del Trianón!
¡Y qué encantadores secretos
guardareis de épocas remotas,
cuando en Versalles, los minuetos
alternaban con las gaviotas!
Abanicos de sedas finas
que durmiendo estáis olvidados,
desde el fondo de las vitrinas
¡cómo evocáis tiempos pasados!
EN SUEÑOS
Ya aspiro los aromas de su huerto;
Las brisas gimen y las hojas tiemblan.
Cuán bella ¡oh luna! a nuestra cita vienes...
Sueña, alma mía... ¡sueña!
Herido traigo el corazón... ¿Deliro?
¿Es el canto del ave que se queja?
Es su voz... ¡y me llama! ¿Por qué tardas?
Ven, mis brazos te esperan.
¿Son mentira tus besos?... ¡No me engañes!
Ábreme tu alma y cuéntame tus penas.
¿Lloras?... ¿por qué ?... Si nuestro amor es crimen,
Crimen, bendito seas;
Traigo para tu sien una corona,
Para ensalzarte mi arpa de poeta.
Yo haré en mis cantos, alma de mi alma,
¡Nuestra pasión, eterna!
Jura otra vez que me amas, que eres mía;
Jura... ¡nadie ríos oye! ¡Nada temas!
—«¡Tuya! bien mío... ¡para siempre tuya!»
¡Sueña, alma mía... sueña!
LA NAVE ENTRE HIELOS
En el ártico mar, bajo la grave,
fría techumbre del borrado cielo,
rota la proa, yace antigua nave,
prisionera entre témpanos de hielo.
A do vayan inquietas las miradas
en esa soledad do el hielo impera,
tan solo ven llanuras desoladas,
rocas de hielo ... hielo donde quiera.
Entre las sombras de la noche bruma,
Del horizonte en el confín distante;
turbio aparece el sol, fosca la luna,
y en el cielo se ven solo un instante.
De la llanura en la extensión inerte
jamás de vida palpitó un aliento,
y no flota en la calma de esa muerte,
sobre ese horror, ni voz ni movimiento.
Antes de que sus flancos destrozados
fueran allá donde la nave mora,
de los rugientes mares dilatados
todas las playas conoció su prora.
De las hijas del viento en compañía
la vio del ecuador el cielo urgente,
y cruzó con gallarda bizarría
los mares todos, desde Ocaso a Oriente.
Vió la boca del Ganges; el distante
Cabo de la Esperanza; surcó el seno
del Mar de las Antillas resonante,
y su bandera recorrió el Tirreno.
Era su nombre PORVENIR; su vida
fue el libre y ancho mar; y yace ahora
por témpanos de hielo detenida,
e inmóvil yace su volante prora.
Los años pasan. Desde el turbio Oriente
la mira un sol de luz amortiguada,
y una luna sin brillo... y lentamente
la nave se deshace abandonada.
Ya derribó los mástiles el noto;
la quilla, entre los hielos, yace endida;
se hunde el puente ... el timón está roto,
y cayó al mar el ancla desprendida.
¡Arriba, el cielo tenebroso y frío
y el desierto en redor, mudo y sombrío!
EL ALMA MUERTA
Oh la paz y el silencio de los tiempos feudales,
cuando fuí solitario monje benedictino;
cuando el amor de mis noches fue el Cordero divino,
y pintaba mayúsculas en los grandes misales!
De mi carne el cilicio fueron verdes rosales,
y mi solo regalo fue la hostia y el vino,
y de abrojos punzantes ericé mi camino,
do vagaron un tiempo los Pecados mortales.
Pero fueron ayunos y oraciones en vano ...
Siempre rojas mayúsculas dibujaba mi mano,
siempre en rojas mayúsculas se extasiaban mis ojos.
De Satán fue mi alma, de Satán fue mi anhelo ...
Pues cerró con tinieblas mi camino hacia el cielo
el recuerdo implacable de unos labios muy rojos.
ABANICOS DE MUSEO
Bajo cristales, en vitrinas,
reposando estáis olvidados,
abanicos de sedas finas
en lejanos tiempos bordados.
Y os abrís, en un sepulcral
silencio, en fondo carmesí,
a la luz de tarde otoñal,
en el Museo de Cluny.
Y al pensar en lo que no existe,
encanto ayer y hoy desengaño,
decir parece el alma triste:
"¿Dónde están las nieves de antaño?"
¿En cuáles manos marfilinas
lucirían vuestros encajes,
en dulces citas vespertinas
bajo los trémulos boscajes?
Corte de los Luises de Francia,
reverencias ante el estrado...
¡Abanicos! ¡Sois la fragancia
Que va surgiendo del pasado!...
Fragancia que se desvanece
en ideal mundo risueño,
mientras el alma se adormece
en una bruma azul de ensueño.
Al veros, llegan a la mente
ecos de fiestas cortesanas,
cuando os plegábais lentamente
como al compas de las pavanas.
"¡Delfin! ¡Callad, os lo suplico!"
decía la rubia Marquesa,
y en tanto, tras el abanico,
reía una boca de fresa.
Restos de antigua aristocracia
que llevó del tiempo el turbión.
¡Cómo os abriríais con gracia
en los jardines del Trianón!
¡Y qué encantadores secretos
guardareis de épocas remotas,
cuando en Versalles, los minuetos
alternaban con las gaviotas!
Abanicos de sedas finas
que durmiendo estáis olvidados,
desde el fondo de las vitrinas
¡cómo evocáis tiempos pasados!
EN MARCHA
Al porvenir con paso giganteo
Avanza ¡oh Juventud! ¡Sonó la hora!
Potente, de la sombra enervadora,
El pensamiento se alza como Anteo.
Los dioses ya se van, y erguirse veo
La Ciencia en sus altares vencedora.
¡Ya irradia en las tinieblas luz de aurora!
¡Ya rompe sus cadenas Prometeo!
La augusta voz de redención se escucha,
Y la Razón alumbra el limbo oscuro
En donde esclava la conciencia lucha.
¡Adelante! El combate ha comenzado:
¡Entonemos el himno del Futuro
De pie sobre las ruinas del pasado!
EN EL SILENCIO
Cortina de los pilares
es la enredadera verde.
¡Cuál se amontonan pesares
cuando la ilusión se pierde!
¿Ya olvidaste la canción
que decía penas hondas?
De un violín el grato son
se oía bajo las frondas.
Suspendida del alar
lucía mata de flores.
¿Ya olvidaste aquel cantar,
cantar de viejos amores?
De noche en el corredor
te hablaba siempre en voz baja.
¡Cómo murió nuestro amor!
¡Qué triste la noche baja!
Por el patio van las hojas...
en sombras está el salón...
¡Qué tristes son las congojas
de un herido corazón!
EN COLONIA
En la vieja Colonia, en el oscuro
rincón de una taberna,
tres estudiantes de Alemania un día
bebíamos cerveza.
Cerca, el Rhin murmuraba entre la bruma,
evocando leyendas,
y sobre el muerto campo y en las almas
flotaba la tristeza.
Hablábamos de amor, y Franz, el triste,
el soñador poeta,
de versos enfermizos, cual las hadas
de sus vagos poemas:
«Yo brindo —dijo— por la amada mía,
la que vive en las nieblas,
en los viejos castillos y en las sombras
de las mudas iglesias;
»Por mi pálida Musa de ojos castos
y rubia cabellera,
que cuando entro de noche a mi buhardilla
en la frente me besa».
Y Karl, el de las rimas aceradas,
el de la lira enérgica,
cantor del Sol, de los radiantes cielos
y de las hondas selvas,
el poeta del pueblo, el que ha narrado
las campestres faenas,
el de los versos que en las almas vibran
cual músicas guerreras:
«Yo brindo —dijo— por la Musa mía,
la hermosa lorenesa,
de ojos ardientes, de encendidos labios
y riza cabellera;
»por la mujer de besos ardorosos
que aguarda ya mi vuelta
en los verdes viñedos donde arrastra
sus aguas el Mosela».
«¡Brinda tú!»—me dijeron—. Yo callaba
de codos en la mesa,
y ocultando una lágrima, alcé el vaso
y dije con voz trémula:
«¡Brindo por el amor que nunca acaba!»
y apuré la cerveza;
y entre cantos y gritos exclamamos:
«¡Por la pasión eterna!».
Y seguimos risueños, charladores,
en nuestra alegre fiesta...
Y allí mi corazón se me moría,
se moría de frío y de tristeza.
EN GREAT PARK
Por el parque, abstraída, bajo el cielo otoñal,
donde puso la tarde lividez de marfil,
el semblante cubierto con un velo sutil,
de la Quinta Avenida va la flor ideal.
En contraste armonioso con lo obscuro del chal
las mejillas resaltan, como rosas de abril,
y parece, en su coche, Dogaresa gentil
que en su góndola fuera recorriendo el Canal.
La adorable flor rubia de esta enorme Babel
se confunde, a lo lejos, entre el raudo tropel
de las hojas marchitas, bajo el cielo otoñal;
Mientras sueña en su triunfo, cuando al brillo del sol,
en París, el bosque, sea un áureo arrebol
De su muelle carruaje la corona condal.
LAS GARZAS
Se aleja el barco. Luz de madrugada.
La aurora alumbra el peñascal sombrío,
y de garzas el vuelo ligera bandada
tiende en la quietud del río.
En sus alas la luz se atornasola,
y del oriente entre rosados velos
parecen, blancas, en la orilla sola,
un adiós silencioso de pañuelos.