Epílogo de una despedida cruel...

Fecha  27-4-2021 21:38:10 Tema:  Prosas Poéticas
No existe despedida fácil, los desprendimientos dejan huecos, vacíos, muy difíciles de evitar, de rellenar…
Hace casi 38 años, había cumplido mis primeros 55, cuando tuve mi primer infarto, que motivó se me instale una válvula ortopédica mitral; desde entonces entendí, tuve que entenderlo así, que vivir es un regalo divino, que hay que saberlo apreciar. Ésa válvula, tenía una vida útil de 30 años, lo cual a ese momento, representaba mucha vida, un tramo suficientemente largo por recorrer y la recibí como bendición.
En realidad me ha servido por casi 38 años, durante los cuales, he tenido varios infartos y otras afectaciones a mi salud, que he superado en algunos casos y en otros he tenido que aprender a vivir con ellas.
Hace casi 13 años, el trance más crítico fue enfrentar la pérdida de mi compañera de vida, mi fiel y amante esposa: la de la dulce ternura… así la llama mi hijo el poeta, que desolación más terrible, nada pudo sentirse igual ni parecido, nunca antes pude valorar lo mucho que mi Charito me amó, soportó y cuidó, todos los esfuerzos físicos, emocionales, de vida, que ella derrochó por mí… podría decir, que ese nefasto 10 de febrero de 2008, fue otro puntillazo de dolor, de despedida…
Sin embargo el amor y cuidado de mi hija e hijos, permitieron que continúe “viviendo”, si así había que llamar a esta supervivencia; es que a mi corazón parchado, se juntaron nuevos males: diabetes, infecciones, próstata inflamada, varios infartos y micro infartos, que minaron además, mi capacidad de relacionarme con todos; me molesta mucho no poder articular oraciones largas, que aunque las puedo elaborar en mi cerebro, me cuesta pronunciarlas, detesto esta situación.
El suplicio de la soledad, fue cambiando el difícil temperamento, que desde antes ya tenía, las limitaciones físicas, económicas desde siempre, torturaron mis días y aunque los beneficios de la jubilación ayudaron, nunca fueron suficientes y entonces tuve que observar contrariado a más no poder, los esfuerzos en especial de mi hija, la octava de mis nueve hijos, por llevar el día a día… que se desvivía por cubrir lo necesario, intentando que no me dé cuenta de esa lucha tenaz que llevaba sin descanso.
Así vi llegar alarmado, aterrorizado más bien, el fin de la vida útil de mi válvula mitral ortopédica, año 2013, pero gracias a Dios, gracias a la vida, siguió funcionando y años después casi como carro viejo, a veces si, a veces no, había que empujarla… ¡siguió funcionando!, siguió funcionando, conté los días, luego los meses y hasta algunos años, cómo me permitió sobrevivir, aunque sea para ver a mis hijos y nietos crecer, para recibir los pocos relatos que me compartían y hacer de cada uno de ellos una novela en mi cabeza; me emocionaba lo que escuchaba, siempre me emocionó hasta las lágrimas y aprendí a vivir de lo que recibía de mis hijos y nietos, de lejitos, a mi manera, hilando en mi cerebro o en lo que mis infartos habían dejado útil de él… así bendecí cada día que llegaba, para saber algo de mi familia…
Los nuevos infartos y micro infartos, aprendí a sobrellevarlos y superarlos, aunque las secuelas de sus ataques, se reflejaban con perversión, en mis capacidades, en las respuestas que podía tener al moverme, al hablar, al pensar, en controlar mi temperamento… un aumento desproporcionado de mi próstata, generaría una condición todavía más crítica, tendría problemas de control de micción por el resto de mis días, peor aún, estaría obligado a utilizar una sonda, que me pondría en una condición de dependencia y vulnerabilidad terrible… meses y años después, el uso de esa sonda, terminaría lastimando mi uretra, con nuevos dolores e incomodidades a mi situación de enfermedades y dolencias…
La suma de mis enfermedades, coincidieron más de una vez en ataques masivos a mi capacidad de resistencia, así siento que dio inicio a esta resistencia final, sin posibilidad alguna de reabastecerme para luchar, de algún período de veda si se quiera que sea un respiro para mí; a finales del 2018 después de algunos períodos en hospitales, mis pulmones son el blanco del funcionamiento defectuoso de mi cansado luchador corazón, me internan en una clínica de cuidados intensivos y me someten a un coma inducido, para valorar mi condición…
…Tengo tubos en mi garganta, una vía de alimentación intravenosa, sondas, estoy dormido, o como se diría, más bien sedado, muy de lejos siento que alguien toma mi mano, deben decirme algo, pero casi no escucho, son murmullos y tampoco sé si es día o noche, o tarde… en esta condición me mantienen por alrededor de tres semanas, de ese tiempo me enteraría después, efectivamente antes de mi cumpleaños 91, me pasan de la unidad de cuidados intensivos a una habitación individual, en donde ya puedo apreciar la visita de mis hijos, algunos nietos y conocidos…
Supe también que ya me habían desahuciado, sin embargo los médicos decidieron, probar a desalojar, agua de mis pulmones, realizando incisiones en cada uno de ellos, para evacuar más de un litro de agua de cada uno; más tarde me retirarían estos punzones de mis pulmones y desensamblarían mi coma, para ver si reaccionaba: ¡lo hice!, gracias a Dios, ¡lo hice!, no podía irme así, derrotado, sin decir algo más, sin saber ¿qué pasó?...
Entre lo que escuché como susurro de ensueño, era el pedido de mis hijos que me recupere, para llevarme a casa y claro que quería irme a casa, cualquier sitio es mejor a ese macabro sitio en donde me habían entubado, me punzaron la espalda y me habían casi declarado muerto… mi hija se dio los modos de organizarme un verdadero cuarto de clínica en casa, a la enfermera que ya me venía cuidando u ayudando, se sumaron: cama de hospital, oxígeno, nebulizador, sonda vesical permanente; amén de los exámenes de laboratorio y Rx rutinarios de control…
¡Pero, al final estaba en mi casa!, aunque la tortura de los “cuidados clínicos” continuaban, y la verdad casi que no reconocía como “mi casa”, por las ayudas clínicas y las no siempre afables enfermeras, que más de una vez maltraté, más como una reacción a mis dolencias y limitaciones, que por alguna reacción violenta ni reprimenda alguna… me viene a la cabeza, las palabras de un médico cubano que me hacía chequeos periódicos en casa: “…con tantos problemas clínicos que tiene don Jorge, el día que no me reciba con una puteada, me tendré que preocupar…”
Y es que si no era algún problema de dosificación de la Anexoparina (anticoagulante), era el cambio de sonda, era la infección a mis vías urinarias, era la saturación, que la presión arterial, hasta una alarma de un nuevo rebrote de un cáncer que tuve en la nariz, fueron tantas cosas que tenía aparte de los dolores obvios, mucho coraje, por las trabas y límites en todo, en comer, en hablar, en caminar, que ya casi no lo hacía; así que, un carajaso, o un chucha madre, se venían más como rebeldía, que cualquier otra cosa…
Siento que lo de estar en casa, tampoco representó más tiempo con mis hijos, por sus actividades a veces casi que no los veía, a los que estaban cerca, imagino que es difícil interactuar con alguien que tiene problemas para hilar una oración completa, peor si es larga; juro por mi Dios que si lo conseguía en mi cabeza, pero no podía decirlas y me venía una frustración inmensa… sin embargo si hubieron detalles exquisitos, por la carga emotiva y la dedicación de mi hija e hijos, en algún sorbo de cerveza por ejemplo, o pedazos de golosinas, como pasteles, dulces, humitas, etc.
Compartí algunas fechas especiales, imagino que algún cumpleaños, día del padre, qué se yo, la presencia de mariachis, siempre consiguieron quebrar algún llanto extra represado y nuevos deseos infinitos de tener más días de vida, porque claro que valía la pena, mantener este espíritu de resistencia, de nunca aceptar bajar los brazos…
En alguno de los internamientos a los hospitales, mi hijo poeta dejó uno de sus libros de poemas conmigo y cada que recordaba, las enfermeras me leían esas cosas tan sentidas que escribe y que generaban casi siempre que solloce y leves espasmos sacudan mi espalda, cerebro y memoria… duele recordar y a veces también, no recordar todo…
Nuevos quebrantos en mi condición de salud, me llevaron, más bien les llevó a mis hijos, siendo finales del 2019, otra vez a buscar hospital, como que mi salud se ponía de acuerdo desde hace algunos años, con los finales de año y para variar, esta vez me prohibieron volver a casa, la infección que atacaba mis vías urinarias, era demasiado fuerte para pretender, atenderla allí, me dieron el pase a una clínica de cuidados paliativos… o sea, hasta que mi corazón y criticidad resista.
Aquí tendría que acoplarme además, a la ausencia de mi hija, que por su trabajo dejaría la ciudad y ya no volvería a verla; resulta terrible lo que ocurrió con mis hijas y esposa: mi primera hija murió en otro país y ni siquiera pude enterrar sus restos; debido a una intervención quirúrgica, no pude acompañar a mi esposa, cuando falleció en otro hospital y ahora, mi pequeña se va, -tampoco la volvería a ver-, como que sentí cuando se fue, que no la iba a volver a ver, duele mucho tan solo recordarlo.
La clínica, sin embargo, se sintió agradable, por los nuevos amigos y amigas, que pude conocer, otros viejitos como yo, personal de la clínica, otros médicos; pero también se convirtió, en una reiterada escena lúgubre, de adioses definitivos, de uno y otro, que ya no volvía y otra vez llegaban, sus relevos a ser los nuevos vecinos, en este espacio de la última morada…
Las visitas de mis hijos, se restringieron y eran apenas ratitos, los que podía compartir, con ellos, los cercanos… pero, como si fuera poco, llegaría la peste esa, del virus Cobid19, que acabaría de amargar, esta vida en resistencia, porque no quiero irme; quisiera ver regresar a mi hija, saber que hacen mis hijos y sus familias; ver cómo han crecido mis nietos; conocer mis bisnietos; volver a escuchar las poesías de mi hijo el poeta, aunque me leen algunas, sé que no deja de escribir y quisiera poder leerlas todas, me emociona y anima, que haya tanta sensibilidad en su espíritu, siempre fue mi consejero y me atrapaba sus relatos e historias… ¡hay! Mi poeta…
La pandemia del coronavirus, terminaría aislando, a los residentes de la clínica, puro viejito, vulnerable a más no poder, encerrándonos, para que nuestros familiares, no nos traigan la muerte en sus visitas. Tuvieron que pasar más de cuatro meses, para que pueda volver a ver a alguno de mis hijos y por muy poco tiempo, vestidos casi como astronautas, parece que estuviera otra vez en una de esas salas de cuidados intensivos, a las que tengo tanto terror…
Las visitas, aunque fugaces, siempre son tan atesoradas, uno, dos minutos más, otra despedida más, apretar las manos de mis hijos, intentar darles la bendición, aunque mis palabras no fluyan, lo prefiero, porque luego viene una larga, muy larga y triste espera… En ocasiones, he podido escucharlos y hasta verlos a través de esos teléfonos con cámara, no sé si me hace bien o me frustra más, es que también son instantes breves, no puedo preguntar, no me acuerdo y termino respondiendo lo mismo: estoy bien, si estoy comiendo, si estoy tomando la medicina, si claro, pronto vendrán a verme… y los abrazos esos por imagen, que no saben a nada, que no se sienten.
Las visitas llegan ahora, dos veces por mes, se acerca el fin de año y un inmenso miedo invade mi alma; quisiera verlos aunque sea a través de esas llamadas con video, quiero sentir su cercanía, saber cualquier cosa de todos… mi hija, quiero escucharla, verla, su ternura infinita me consuela, me alienta, me fortifica, siempre ilusiona…
Escucho que se viene navidad y es más de una semana de la visita de mi Ray, el vino a verme, siempre con alguna golosina y presentes, ¿será que no los dejan pasar?, en navidad, a veces no estaban todos, se juntaban con sus familias e hijos, pero recibíamos el año nuevo juntos, espero que vengan el fin de año, me siento agotado, casi no distingo los cambios de día, tampoco han llamado…
Escucho que mañana es año nuevo, nadie ha venido, no llaman, mi corazón se ahoga, me cuesta respirar, pero quiero alcanzar ese nuevo año, no sé ni cuál es… voy a recibirlo, a lo mejor recibo visita, temprano…
Cuánto extraño y cómo extraño, la compañía mutua que nos dábamos con la viejita, no importaba esperar juntos, lo que sea, pero esto de esperar solo, no es bueno, es tortuoso, me contraría… casi no he dormido, sé que amaneció, lo logré, éste es un nuevo año, pero no lo será para mí… siento que me voy, no me gustaron nunca las despedidas, pero eso no significa que no tenga que despedirme, pero esta vez creo que es lo mejor…
Me he estado yendo desde hace años… de alguna manera, mis hijos se han ido acostumbrando a sentir, que mi vida acaba, pero mi hija, ¿dónde está?, quisiera ver aunque sea, una borrosa sonrisa suya, los rostros de mis hijos, que alguno de mis nietos o bisnietos me agarre la mano… no será posible, así que antes que todo se obscurezca, quisiera bendecirlos, que sus vidas sean tocadas por Dios y tengan salud, trabajo, que no los angustie la enfermedad y menos una como la mía; que sus días tengan sonrisas y mucha esperanza, es vital tener esperanza, bajo cualquier circunstancia, es necesario pensar que todo estará bien, que todo puede cambiar, que podemos ser mejores…
Al final creo que esto es menos incómodo, éste es el final, final… llegan a término mis días y me anima la posibilidad, aunque remota, de reencontrar los espíritus de mis seres amados, que se adelantaron en este tan incierto viaje; también me ilusiona, que la vida de mis hijos, nietos, bisnietos, sigue y aquello es por supuesto, un triunfo de la vida y la esperanza, que bendigo y se convierte en mi mejor sustento, para este último esfuerzo, sin adioses, sin abrazos, sin miradas distantes, sin tan siquiera una lágrima; vine solo, busqué la vida y la peleé muchas veces, solo también, creo que este viaje último, será así mismo, solo…
“La muerte no existe, la gente solo muere cuando la olvidan;
si puedes recordarme, siempre estaré contigo”

Isabel Allende



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