Finalmente, deidad, firmamentos desnudas;
me cerrabas tus pétalos sin dulces intenciones.
Por celestes propósitos, tejiste las prisiones
que a Endimión le velaran, con mil urdimbres mudas,

su avidez por el día. Quizá, desde mis dudas,
tú seas mi Selene, envuelta en las canciones
que trajo un plenilunio, astrales conjunciones
en labios que arrebatan, cuando ese brillo exudas

desde tus ojos claros. El beso resoluto
de tu Olimpo invencible no entiende del grillete.
Tal vez, ¡solo una vez!, me lleves en tus gasas

asido a tus cabellos, inerme a tu atributo
de diosa enamorada. Podré ser el jinete
que en tus rondas nocturnas galope entre las brasas.