Crónicas de un gerente

Fecha  17-5-2017 22:06:19 Tema:  Poemas
Comí siglos en festines de papeles,
incólume fue el mármol del prejuicio.
Mordí hogazas inconcebibles con los dientes del rencor,
el umbral de la decencia pesando sobre los hombros,
entre varios pensamientos esqueléticos.
Hubo emplastos de cordura programada
sobre servilletas de encaje.
Los pies alados fueron descarnando los caminos,
los hielos del compromiso
quemándome durezas por las noches.

Fueron sólo pilares de adobe y paja los ancestros.
Me vi volar en círculos sobre mi juventud agonizante,
evanescerme desde el centro de la intrascendencia,
abortando un brote de humanidad
sin poder enhebrar la aguja remiendafuturos.
La filosofía la abandoné entre los niños,
que son sabios y la arrullan.
Me untaron piedras en el pecho,
mi mirada fue la alfombra de las suelas sucias de otro,
las manos temblando en el calor de un hogar
pero firmes golpeando una mesa de negociaciones.
Avanzar arrodillado en la escalera corporativa…
los huesos y el honor pelados,
porque el pellejo es circulante de rápida devaluación.
Y es así entonces, que tuve que irme a la capital.

Rota la nube de la duda en el espanto de las horas,
vi aves y hombres
sacudiendo el pico de vergüenza por lo que comían.
Tras las puertas se escondía la verdadera ciudad,
la que de tan mortal y cambiante
asustaba hasta a las crisálidas,
la que siempre detienía los relojes
en el minuto del olvido,
los paredones sonriendo
con sus dientes de cal descascarada
mientras mascaban la goma
de otro afiche político vejándolos.
Una ciudad con pobres melindrosos y bastos pianistas,
vastas callejas y enanismos de rascacielos,
donde los pulmones desarrollan dentaduras
para masticar su aliento alquitranado en las avenidas,
con próceres de piedra en las plazas,
pisoteando lanzas rotas,
con minifundios de almas y sonrisas,
latifundios de huesos secos perdiéndose en un tren.
Sentí el olor a pegamento y bencina
en los cabellos de un niño sin dientes que aun sonreía,
el dolor de un pañuelo blanco
volando por las noches hacia el fondo del océano,
buscando los huesos del hijo entre los cangrejos,
el gol gritado entre sopores de una damajuana
y el domingo moribundo,
la radio y el trabajador en su siesta,
para suicidarse a cuentagotas,
los cajones de maderas mordidas
a través de las ventanas rotas
de un panteón en La Chacarita,
el café de apuro, servido en un pocillo sucio,
el buceador de contenedores de basura repletos,
en su apnea experta de yerbas y empanadas de ayer.
Aquí se desaparece fácil, casi desde el nacimiento.
Soy feliz y adinerado, mientras me almuerza la nada.


©Gustavo Larsen, 17 de mayo de 2017



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