Mirando la profundidad del silencio, escuchando la tonalidad de la luz reflejada en el vaso de agua posado en el escritorio de mi habitación , recostado reconociendo grandes detalles en las cosas más insignificantes.
Vislumbrando mi propio ser, navegando en lo más profundo de mi esencia como el agua diluyéndose al interior de una cueva, recorriendo los más recónditos orificios.
Humedeciendo cada parte de mi lentamente, cada deslice, cada gota, cada recorrido denota lo frágil y fuerte que puedo ser a la vez en ese cruce de sentimientos.
Orquestado por una ola de recuerdos constantes, palpitantes, un sentir inagotable, sentimientos mezclantes y cambiantes como un recipiente con pintura de una variedad infinita de colores.
Colores que se entrelazan en un espacio interno y profundo; espacio en donde veo mi reflejo y puedo mirar mi propia alma unida al cuerpo,
Mi mente, mi conciencia, mi energía la cual emana constantemente. Veo lo que para mí es el principio, no distingo el final,
Es como agua deslizándose por una ventana en una tarde lluviosa. Me acerco, tengo curiosidad pero… Esté se disipa como el humo de las cenizas de una fogata apagándose. Final… ¿Habrá un final? ¿No está escrito en el libro de la vida? ¿En el destino?
¿Acaso no se puede escribir en ese libro a placer en donde lo que se escribe permanece plasmado con una tinta imborrable que se quedará para la eternidad, una eternidad inmensurable a la cual todos pertenecemos?
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