PAVOROSA INGENUIDAD
Llevaba al partir primaveras, el ritmo ardiente entre dientes. Pero volvió el eco tembloroso, con la sorpresa que no he muerto, con la luna vieja y blanquecina, porque en cada rama advierto rosas.
Al tañer tiñendo mi dureza, en la ventura de los luceros, para tornar al pandero en trueno, y muda la paz a mi ruego venga, como rayo vespertino al crepúsculo, de leve espuma y zafir color, que ni sabe nada de luz incierto, entre vientos afilados y rumbo raro.
Donde ceñía alfombras tiñendo, al tañido de rojos rayos. Por éso y por aquéllo, donde, arde ya la yedra, y el orejero ojo azuza, eso que oyeréis leyendo lento, aunque fueses fuera hoy raudo, y de mucho sepas poco, o loar croar olas ralas.
Del llorar cansado un sable, surge un rostro y figura descarnada, al despertar nobles ideales yerto, por mudable falsa esquiva paz, del ensueño errático y efímero.
Así no hiciese lo que hizo.
Y oyese oasis floreando malvas. Y supiese del vino un irse.
Porque... Aboba ata reconocer oro. Como tañíamos al dolor su rojo.
Y Deposita triunfal su himno ausencias. Y Los cielos adoran declinando.
Dejar su voraz ardor. Dejar su atroz guía. Dejar su feroz flecha.
Y que de tan fuerte. Debilidad. Crezcan espirales alfileres.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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