Nunca acaricié por entonces en serio tus vestidos. Ciudad, del rostro duro y los familiares labios, caderas de sal, mujer que te me dormías luego de haberme vencido. Ya no cabe esa sorpresa de que hayas sido barca varada en mi carne. La nave encallada no era tu viaje frustrado por mi cuerpo; era mi cuerpo mismo.
Hoy sólo un vidrio de recuerdos me separa del viento de tus velas. Verte siempre dulce y amarga a la vez, ofreciéndome todas las arenas de la vida temblando. ¡Qué importa que mi cabeza olvide lo que los sentidos recuerdan!
Nada tuyo es de nadie más ahora. Todo es mío en este momento. Desde lejos, en silencio fui voyeur de todos los defectos que te enumero. Es que el verbo siempre yació inmóvil frente al delirio de tus ojos verdes.
©Gustavo Larsen, 07/11/2016 [img align=center width=410]https://c1.staticflickr.com/3/2289/2144889281_eb9f460106_b.jpg[/img]
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