Termodinámica para poetas: los sillares del engaño

Fecha  12-1-2016 19:32:46 Tema:  Textos
En termodinámica, los conceptos de (1) minimización de la energía (y por ende, de alcanzar un equilibrio energético), y de (2) probabilidades de cierto estado o configuración (entropía), son de fundamental importancia.

Inmediatamente abajo, vemos tres versos del poema “Un muchacho andaluz” de Luis Cernuda (en rojo), y una copia que intenta enmascararse (en azul, trazada por quien escribe), que utiliza el primer principio, pero que cae víctima del segundo:

Eras emanación del mar cercano?
Fuiste el vapor de un cielo hermano?
A: Primer elemento natural, en dinamismo
Eras el mar aún más
Fuiste más cielo todavía
B: Nexo aumentativo de comparación
que las aguas henchidas con su aliento,
que las nubes preñadas de sus vientos,
C: Segundo elemento natural, aumentativo

Analizados a la par, es probablemente correcto sostener que ambos fragmentos alcanzaron cierto equilibrio energético: quizás no aparezcan como forzados el uno más que el otro. Su lectura navega sin grandes sobresaltos los tres versos, dejando los particulares gustos de lado a fines de la elección de las palabras. En definitiva, pasan creo estos fragmentos la prueba del “papel de Litmus” del primer principio listado más arriba. Sin embargo, uno tal vez es, desde el punto de vista ético (plenamente subjetivo de mi parte, en este punto) un plagio.

El problema reside en el factor entrópico: La entropía desde el punto de vista general, nos dice que todos los sistemas tienden a un estado de máxima probabilidad, donde el desorden de los indivisibles elementos constitutivos de cierto “ensamblaje” es el rey absoluto. Un corolario de esto, es que dos estados donde el “ensamblaje canónico” (es decir, como se arreglan las células estrucuturales indivisibles) es idéntico, deben responder a puras leyes de probabilidad. En este caso, es obviamente muy improbable encontrar al azar ensamblajes canónicos tan similares como los de esos seis versos, hermanados en una suerte de copia disfrazada. Lógicamante, las unidades canónicas en este caso, no fueron las palabras, sino los versos.

En la casi infinita sopa de letras de los poemas escritos y por escribir, es sencillo distribuirle a un poema una máscara aparentemente azarosa a las mismas. Sin embargo, detrás de la máscara residen los sillares indivisibles con los cuales el poeta contruye la columna vertebral del poema. En concreto, dichas unidades a mi entender en este ejemplo, fueron las categorías A, B y C que definiera más arriba. Usted puede rotularlas como le parezca, quizás con un mayor rigor literario.

El problema (sin ser experto en leyes de “copyright”) es que la ecuación ética, moral y del derecho humano es lo suficientemente compleja como para vernos obligados a probablemente tener que inferir que no hay plagio, por el mero beneficio de la duda. En efecto, la probabilidad de que estos ensamblajes idénticos en espíritu hubieran ocurrido al azar ¡no es exactamente cero!, y es precisamente el cero absoluto lo que demostraría la condición de plagio en forma concluyente de los versos en azul.

Las personas de buena voluntad seguramente coincidan que desde el punto de vista ético, uno es una “copia”. Pocas dudas al respecto tengo. Lo interesantemente complicado, es que este concepto de “fraude por ensamblaje canónico de muy baja probabilidad” puede cruzar la vereda hacia otros estilos, haciéndolo aún mas difícil de detectar. No hace falta aclarar por supuesto, que la copia no inventa nada, y que mucho menos aún sea una noble herramienta para crear nuevos Cernudas. Y ciertamente, nunca va a dejar al lector avezado con la sensación de haber leído algo nuevo.

Además de una migración estilística, otras formas más sofisticadas de este “plagio ético” involucrarían, a) redistribución del orden de los elementos constitutivos del ensamblaje canónico, y b) diseño de poemas antagónicos, como por ejemplo haber escrito:

Fuiste el hedor de un infierno lejano?
Fuiste más negro todavía
que las tierras enfermas de sus fuegos


No es descabellado pensar que esto podría ser programable en un código de “software” de detección, y otro de generación de poemas (el maldito Ying-Yang). El problema sería la enormidad del banco de datos de partida, y en definitiva esto pudiese ser algo que a nadie le interese, y mucho menos en el campo de la literatura. Sin embargo, no me cabe la menor duda de que T. S. Eliot se referió a este problema, cuando alguna vez dijo que el “buen poeta roba”.

©Gustavo Larsen, 12/01/2016


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