EN AQUELLA CASA DEL TIEMPO

Fecha  17-1-2011 3:10:02 Tema:  Crónicas
Tradução para o espanhol pelo poeta JUAN JAIME MARTIN RUIZ


(Reflejos de Sofia (zocha) / Carro grande del tiempo (de los polacos))


El pequeño jardín de tablas afiladas era amordazado siempre por una cerradura oxidada en el portón. Bajo el cielo desnudo, los ojos estrábicos del agujero de la cerradura parecían tener poca importancia en aquellos arrabales que guardaban aquella casa entre el arbolado de la calle Goiás. La acera de cemento pelado llevaba hasta la baranda de ladrillos, en el umbral de las horas...Oigo el aroma del bizcocho relleno de crema de piña tropical y revestido con una capa de clara batida a punto de nieve bajo la sencilla mesa de formica roja con bolitas doradas, piso corriendo entre los pétalos rojos caídos al suelo, el suelo tiene el vientre caliente, el peral está repleto de flores aunque de los rosales cuelgan los pesares, el clavo se cuece rápido en la olla de presión, la misa ortodoxa toca la campana en la iglesia parroquial de cúpula dorada, Leontcho me mira desde su casa del otro lado de la calle, los curas de la iglesia católica meriendan con café en la cocina de la casa parroquial, en frente de la iglesia, siempre nos daban unas estampitas de santos y nosotros con hambre, no teníamos qué comer en casa, espiábamos a través de su puerta y la vieja beata doña Julia nos obligó a salir corriendo. Vimos los quesos redondos sobre la mesa, parecían grandes hostias... Pero, al lado de la casa de madera, nos espiaban los ojos de la niña Soniasz, siempre dispuesta a enfrentarnos a las hijas del señor Emidio, el creyente en constante vigilia... y esparcir por la calle Goiás pedazos de vidrio, atendiendo siempre a las solicitudes de Tchenko. Bajo las cercas de tablas, Florián, su madre, hace la peregrinación diaria al jardín de los claveles, solitaria, acariciando con las manos escuálidas los ojos hondos en las cuevas de su rostro de cera, parece ahondada en el molde de su arcilla, no consigue comprender cómo las abejas moldean con el cuerpo la propia casa. La suegra de bozo crecido carga con los arreos de aquel mundo... Pero del lado de aquí de la frontera, sobre el sofá nuevo de la salita desnuda, que como un santuario sólo alberga la televisión nueva “Empire” de patas puntiagudas, puede estar el sombrero de gamuza oloroso de mi padre... Quién sabe si habrá llegado de noche, con su maleta de viaje y sus jerséis de punto con olor tan extranjero para mí... En el armario de pino barnizado, no hay ropas suyas... pero mis ojos bastardos están sintiéndole el olor... Sobre la mesa del tiempo un vaso de agua hoy desechable... algunos códigos escriben ahora esos poemas desechables... Mis ojos parecen desechables, también, y se sumergen, atravesando, hasta el reverso del otro lado de la calle del ahora, gotean los poemas, la gota retorcida, que sobre el blanco papel infringe y delinque reincidencias.



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