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Dicen que esta esfera verde fue azul. Que a cien pies los aplastaban cuatro, y que a cuatro los descuartizaban dos. Todos ellos quemando sus entrañas como una vez por segundo, inhalando oxígeno para pervivir con sus biocombustiones. Eran ellos la eterna miseria que arde, un apetito depredador siempre inconcluso. Dicen que era una esfera de sudores agradables pero de crueldades inconcebibles. De gigantes fotosintetizadores, así como nosotros, mudos y pacientes; pero eran ellos indefensos comatosos, absorbiéndole minuciosamente a la esfera cada purulencia, en cada estado de la materia, dejada por tanto multípedo rabioso. Y dicen que finalmente, al bípedo lo devoraron esos otros caminadores de pavorosa simpleza mental, y a éstos unos humildes enanos ciliados y gelatinosos. Y ahora veo el polvillo verde en las orillas de los lagos negros. Ni rastros de ellos. Ni de los suaves gigantes, ni de las bestias.
Pero quizá todo sea una nueva exo-leyenda, otra más que me cuentan los vecinos supersticiosos de estas rarezas del universo, estas rocas fosforescentes que se siguen multiplicando.
©Gustavo Larsen, 27/09/2015
El cuadro surrealista que se muestra se llama “Luz desde el comienzo de los tiempos”. Es de Kenneth Callicutt.
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