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Descanso certezas de tumba, y el sueño arrinconado entre sus miedos, desarrapado no por huérfano, sino por haberse devorado su atuendo en los precipicios de un destiempo. Es un pájaro perdido entre la escarcha que ofrendó sus plumas a las heridas de su memoria.
Y si bien ni su condición de loco y oscuro ni la mía de ojos velados por el olvido de aquellas corduras compradas amedrentan a los tigres de cualquier recámara sincera, humana, de cuerpos inexpertos, y que sabemos que a trasluz de algún poema impúber y nuestra vida de trigo fuimos también todo eso, una separación como la nuestra les espera sin asedios a esos amantes. Es que nos hemos visto alguna vez con firmeza también juntos. Así, como ellos. Éramos licor onírico, irrealidades felices, la noche y las risas de un astro solitario.
Aquí yazgo, como afirmo, y él unos metros más allá. Estas noches no son aquellas. Somos dos ciegos de tanto párpado enlutado que en fusión hemos vivido cuando fuimos esa insignificancia, eso casi unicelular que en la superficie incierta mora. Allá, desde donde de otros ahora reverberan los pasos vacilantes, cada momento más cerca nuestro.
©Gustavo Larsen, 25/01/2015
Un hombre yace, disociado finalmente de su espíritu. El mismo ni flota ni es alado: se encuentra confundido como él, absurdo y sin propósito alguno. Tal vez sea este poema una representación simbólica del proverbial "limbo". La imagen es un cuadro de Spencer Joyner, "Empty tomb".
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