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Al niño le reclamaron su paleta, porque un dolor adulto se curaba con zumos dulces. Le pidieron la boca, porque en los días serios solo sería necesaria la boca vieja del espanto. Le dijeron que su espalda, que hasta entonces sólo había cargado con el sudor perlado de un columpio, era confiscada porque nada supera a una espalda cargando latas de reciclado y sueños ajenos. Le decomisaron el balón terrorista. Fueron después sus manos, libros que nunca leyó, horas de solaz a crédito y sus dientes, porque las mordeduras a labios doloridos y a gorduras ajenas nunca guardan la postura. Y por último, le dijeron que ignorara todo lo a él acontecido y le pidieron sus ojos. No era importante mirar atrás hacia donde iba, y hacia adelante el asiento de conductor no se encontraba vacante.
©Gustavo Larsen, 01/10/2014
En un par de días, me pegan las imágenes de dos niños, uno batallando una condición familiar altamente disfuncional, y otro luchando contra una terrible enfermedad. Para ellos, y para tantos otros que se hallan en la misma dura suerte, van estos versos.
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