Esperando encontrar sosiego para esconder el alma en el secreto nítido del silencio, -emancipada de miedos, de férreos tormentos-; le busco sumido en la impaciencia que me hizo incapaz de estar cerca del ámbito indiscreto.
El umbral etéreo allana la entrada a su feudo silente, ese fragor cada vez se vuelve inmisericorde. Con garras estrépitas me rodea y quedo detenido sin poder entrar a sus dominios.
Cierra la abertura de acceso a la inmensidad. ¡Y maldigo, maldigo una y otra vez! Echando a correr sigo a la imagen que no veo, que ni siquiera detecto sus huellas.
Agobiada mi alma empieza a culparme del ímpetu fallido… ¡Cuánto ruido hace burlándose! Intenta zumbar muy dentro de mí vibrando sobre la esencia protegida por mi cuerpo.
Sin deseos, con las fuerzas agotadas, arrastrándome, despedazándome, reventado en miles de fragmentos que van juntándose con el viento del tiempo, me desborono, mientras la esencia escapándose; convertida en fluido sale, y rápido entra a la esfera deshabitada quedándose afuera el entorno despedazado.
Julio Medina 3 de septiembre del 2014
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