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En el último rincón del hombre solitario, aún cuando la borrasca de abril no es más que la mueca de una tormenta, se renace desde adentro hacia afuera. Y así ya no hay fiestas con padre ausente o madre ebria, un canto monocorde en un entierro, o el mendigo gritando en el parque como el viento contra el precipicio.
Se piden por un instante unos ojos más ciegos para no mirar el plumaje de los cuervos al alba. En el borde del papel, una ración de dulce nos devuelve los recuerdos. En la mano, un cuchillo clavado será un junco en flor.
Y somos de pronto el charco bajando hacia el río, ya no murmuramos lo que alguna vez gritamos a espaldas de alguien, cuando el silencio nos sostuvo los labios y la arrogancia se disfrazó de piedad. Sí. Hemos sembrado todas las semillas y el surco infinito está anegado. Pero igual le sonreímos al reflejo que ya no nos evade, a los enemigos, al que vacía las alacenas del hambriento. Las manos ya no saben de puños, se abren para que las toquen, para invocar a la vida.
©Gustavo Larsen, 03/04/2014
"Let it be" (Lennon-McCartney)
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