Y después el infortunio contamina el aire, lo respiro cada instante, su aroma se pega a mi piel, y el color etéreo de su dolor cae de las lágrimas del alma perforándome las manos; espinas salen metiéndose en la carne. ¡Y hierven, y arden, y son ácidos carcomiéndome la vida!…
¡Ya no grito, ya no duelen las hincadas, solo siento agrado! Placer llenando el vacío disperso de mi morada ensombrecida, nefasta, pero al final satisfecha de silencio frío, perturbador recorriendo las arterias de mi interior, y después quedo dormido entre los brazos de la soledad.
Si existe alegría, yo no lo sé. ¿A qué le llamamos así? ¿Vendrá alguna vez, o se fue y más nunca volvió?... Yo solo conozco soledad; sé hablar conmigo mismo, contándome historias de grillos y de escarabajos ahogándose dentro del fango. Y repito esos cuentos una, dos… ¡Ya ni puedo recordar cuánto los pude contar! Y después, y después te diré: -Pues no lo sé.
Julio Medina 4 de marzo del 2014
|