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Se diluyen sus bordes y sus aires, sí, reverberando vientos calientes en la lontananza de las memorias. Su esencia pura es a veces revoltijos que la cordura ahora sabiamente me compacta. Calle que se ama antes de aprender a quererse, donde fui certeza de niñez y parte humilde del paisaje. Veintitantos años ya, trayéndome de ella de cuando en cuando un muestrario a los apurones y luego el vacío, incapaz de pintarle los detalles al recuerdo.
Y si la busco, la busco en varias partes. En el centro de mi alma y en el alma de mi añoranza, que custodia lo que ya no soy. Y a veces, sin mis insistencias, se aparece al galope en viejos rostros, en el choque de lo salobre con la tierra negra: la rambla, los acantilados, la dársena y sus lobos redondos, las faldas de las sierras y su trigo, el otro mar.
©Gustavo Larsen, 25/02/2014
Mañana de añoranzas y con pocos adornos literarios para mí. Por suerte en un mes me desquito: tango en Baires y playa en Marpla. Buen martes para todos.
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