Que el viento lime las aristas de la locura.
Que torne su brillo en algo redondo,
como el vientre de una madre exhausta.
Que arrastre lo lejano de nuestro lumbre.

Sopla desde hace un tiempo.
Le dio su fugacidad a nuestros tigres.
¿Hacia dónde se va tanta voracidad? ¿Quién la recibe?
¿O son ellos un hálito ígneo, que se pasa entre los cuerpos
y geminan con los recuerdos de quienes abandonan?
Entonces que otros respiren de nuestras memorias,
que se reencarnen en sus fauces hambrientas.
Es que apuntalamos castillos desmoronados
por nuestra condición de gaviota huérfana.

¿Qué selvas refugian a esas fieras errantes?
Hojas de su viento todos, pasajeros de los recuerdos
que son más veloces en su paso que nosotros,
aferrados a un mundo al que apenas le vemos la espalda.

©Gustavo Larsen, 10/02/2014