A ver, tocame el alma con tu tacto insólito… Con esa varita con estrella; tu lengua maestra, flagelame los labios. Arrancame la mordida que salte delírica a partir en cuatro la guinda cara, de champaña que es tu boca.
Y si es que yerro haceme que levite cuando caiga hondo desazón adentro. No me hagas más daño que un suspiro que está muy frágil mi cristal de olvido y estás aquí para volverlo acero.
Abrime la maraña de tu bosque idealizado, secreto a pesar de mil veces descubierto. Dejame, extasiado sumir mi báculo lascivo entre el follaje de su fronda arcana. Pretendo arrancarle sus gotas de recóndito recelo,
multiplicar en ellas mi nimbo entre tus copas. Que mis rayos inspiren nenúfares y líquenes defraudados que dormitan en tu ego, así como en el mío fermentan mis deseos: insatisfechos, sedados y plausibles.
¡Resucitame! ¡Volveme Elfo! ¡Algo!, que te haga inolvidable y a mí, hazaña. Orlarme quiero de tu polen tácito, fulgente quiero mi aura como antaño. Quiero colmarte de rubicunda savia
que exhume, desvaídas tus raíces de amor. ¿Porqué entornás los ojos? ¿Soy difícil? ¿Es mi enfática elocuencia inoportuna? ¿O no es tal tu prestigio, mentada prostituta que “Hada del Alba” llaman y se dice?
No llores. Perdoname, encantame como puedas y ya, que tu tiempo es oro y el mío quimérico empeño que dilata tu fama. Hacelo antes que afloren tus grietas de rímel y tu bronca que “un hombre los encarna a todos”.
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