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Gracias digo por un mundo o por un guijarro, por la memoria perdurable sobre los labios, por el libro que escribo en el minuto de tus senos y por las cenizas de gloria que quedan cuando estallan, que sembrarán la nueva prosa de mañana. Tú entiendes todas mis rutas y mis posadas, los rincones de mi cuerpo donde te aguarda el rojo mis venas. Vienes como el verano, a afirmarme todos los brotes, a que las noches le digan al día que ya no son las esclavas de su calor. Luego de los tiempos y los años, a lo largo de lo signado en tu boca risueña, pudo aflorar en mí el tallo húmedo de la esperanza, con tu condición de mujer moldeada en tierras del Cafayate y estas uvas de lo nuestro.
©Gustavo Larsen, 15/01/2013
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