Porque la piedra que ablanda el lago
es sólo el atribulado esmeril tímido de Cronos,
desvistiéndose en el entretelón de la miseria del plantígrado,
y los vericuetos del salario humilde hacen estragos en el día del ácaro
empecinado en bordar de ponzoña la línea recesiva de las calvicies incipientes…
es que suceden las rimbombantes parrafadas de un chaleco de fuerza prófugo,
una pluma que dispara al ojo de lo inaudito (o que cae en microcéfalos sordos),
que eyecta disparates para despertarle el trasero a un altísimo intelecto dormido,
aún cuando hiberna en casi todos más del ochenta por ciento de la materia gris.

Por lo tanto se declara, así lacrándolo
con el lacre más sordo al rojo de la sangre derramada,
más pegajoso e ideal como para tapar a un lago de desechos tibios,

Artículo I

que todo intento poético de presentar al ser humano como ese bicho celestial,
indefenso, noble, mequetrefe, poderoso, tilingo, apasionado, sarcástico, cruel,
tierno, explorador, conformista, enamorado, vituperado, desquiciado y cuerdo,
se encuentra obsoleto, se le considera una práctica muy deleznable y paleolítica,
y será punible con trece toneladas de escritos del calor del corazón de la ameba,
la cabellera dorada al viento de un paramecio rejuntando sus tornillos perdidos
y una fuerte dosis de psico-blableta tendiente a desasnar lo ya casi indesasnable.