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En su calle, una alcurnia de neón a la distancia le titila perlas de rocío a un perro dormido. En el calor de un abrigo de chapa y una lata quemando maderas húmedas envalentonadas con aceite de motores, Don Mendrugo resplandece el insomnio que ha aderezado su historial de cartón. Y en el rito de su oficio de panadero, amasa la hogaza vieja de sus días prófugos con manos tristes y traicionadas, con venas pétreas que igual revientan en lo descampado de su techo galvanizado, cuando repta un recuerdo como araña infame. A la fuga se dieron para siempre por el surco de la necesidad los libros y los modales que lo hubiesen refinado. Sin necesitar un edicto de su patrón recibió el duro obsequio de la indeferencia, esa que desgrana el corazón a cuentagotas. Echado sobre la panza de su ciudad dormida, carbura sus sueños en el humo del aceite, que trepa por su chimenea improvisada. Y piensa: “Si un sueño siempre se torna en pesadilla, lo mejor es quitárselo de encima con un buen tiraje.” Él igual mantiene siempre ese fuego tóxico, como se preserva caliente cualquier esperanza dudosa.
©Gustavo Larsen, 02/01/2014
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