Paso el tiempo dando quejas de la soledad; ¡cuántos pesares desangrados! Vicio interminable de esas lágrimas, sin cesar vierten el cauce agrietado de humedad dolosa, alojándose en el borde del charco amargo del recuerdo.
Cada lágrima brota una y otra vez fustigando como látigo la quietud del alma. Nunca se halla paz en el espacio lastimado por la incesante penuria.
Salen cuando no las espero a condenarme la vida, recordándome al instante las penas, y recordarlas es morirse de nuevo, aunque no quieras.
Y esas lágrimas volvieron a fluir con mayor tristeza, muchas veces descendiendo impalpables por las mejillas escarpadas por el llanto. ¡Cada vez más las siento rondar entre las pupilas yertas!
Julio Medina 30 de noviembre del 2013
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