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¿Quién, cobarde, alzará una copa colmada con el vino de tu sangre robada?
¿A quién, oportuna, le palpitarán los senos?
¿Qué caballero desconocido compartirá el peso de tu nombre sobre la piedra?
¿Cómo respetar la superficialidad primaveral en su color absurdo?
¿Cómo podré recitar el hueco infinito del último verso cuando tú te vayas?
¿Quién despertará tu blancura sonmolienta en risas, por pura visita inesperada?
Nadie ha vaciado este hogar. Se llevó sus entrañas un torrente de hielo, a embestidas y latigazos contundentes. Solo queda sin mudar tu eterno imán de polvillo: el piano. El pulso de la calle arrastró nuestras venas calientes hacia otros dos cuerpos jóvenes. “De esta batalla no se vuelve”, alcanzaste a decir. “Mejor así”, pensé. Solo al caído le germinan las semillas por entre los huesos desnudos, le florece el trébol sobre el óxido de la piel que reposa. No al que se queda.
©Gustavo Larsen, 03/11/13
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