De la Nueva Córdoba al Mboboré…
marchó la sandalia deshojada jesuita, el hueso flaco
y la cruz de madera joven.

Desfilaron las huestes de la Escritura desde el calor
de las piedras de paz de la pampa seca
a la rugiente selva de La Bandeira…
a un final de masacre signado en el verde mar eterno,
en manos del bestial engranaje selvático
de la guerra sucia.

Rasgaron con dolor las cobijas de hábito cobrizo los tres,
Domingo Torres, Antonio Bernal y Juan Cárdenas.
Besaron quizá por vez última
el broquel militar de Satán que creían enterrado…
y la espada del hierro y la luz en la misión final.

Pero el indómito guaraní
trazó una fraterna línea junto a los tres colosos,
marcada con la carne sagrada del ancestro.

Setenta canoas erizadas de la saeta nativa
laceraron a la arteria mesopotámica de América…
esa noche…

El cerrado rayo flagelaba al Paraná
a oleadas de ira…
avanzaron con ojos de fuego
hacia La Bandeira del arcabuz atronador
y tres mil quinientos guerreros.

Y desguinzó al bandeirante y la carga paulista
la bravura del que nunca estira
dos manos juntas hacia el grillete.

Peinó por dos largos meses la flecha guaraní
los esteros del Iberá
y las comarcas de la Garganta del Diablo
en degollina emancipadora.

Los saltos del Iguazú,
desde aquel once de marzo
de mil seiscientos cuarenta y uno,
lavan por siempre
la sangre de su tierra bermeja.