Algo perseguía cada uno de mis pasos, sentía tan cerca el ruido de sus pisadas que me volteaba a mirar atrás a cada rato; era un camino misterioso, solitario el que tenía que atravesar para llegar a casa. Cargado de sombras tensas que en el silencio del crepúsculo el miedo vagaba suelto atrapando los sentidos al descubierto.
Nervioso, asustado avanzaba para cruzar el cementerio en donde rondan fantasmas atribulados buscando escapar de la penuria del frío sepulcro lleno de grillos, de gusanos saliendo de sus huecos y del hedor mortuorio aromando el ambiente funesto, sombrío. Los cuervos parados en las tumbas de espanto me llenaban el rostro.
Corrí desesperado, sin detenerme, el terror me asaltaba nublándome la mente, hasta perdí la entrada de la casa y en la travesía equivocada me topé con un montón de gatos negros, sus ojos encendidos no dejaban de mirarme, me metí dentro de una nube de mariposas grises las que cayeron sobre mi cuerpo, les manoteaba, les daba fuertes golpes para librarme de aquel infierno, pero no pude más, desfallecí.
Desperté cuando las gotas de lluvia golpeaban el cristal de la ventana; -aún estaba asustado-, el latir del corazón quería romperme el pecho, observé todo a mi alrededor, el ambiente estaba tranquilo, el habitual y comencé a buscar dentro de mi mente la realidad de lo que había pasado; no recordé nada extraordinario, pero al caminar del dormitorio hacia la sala encontré el piso cubierto de los restos de mariposas grises.
Julio Medina 12 de mayo del 2013
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