Hoy, después de tanto tiempo de haber fallecido, de estar a este ataúd sometido, sepultado en las sombras desgarradas de la soledad, quien se ocupa de los restos sombríos de un cadáver que deambula sonámbulo entre siluetas agónicas, intangibles y como momia marcha en la oscuridad del sepulcro frío; y aunque finado, respiro cenizas del humo de mi cuerpo incinerado; son tantos los años de angustia que socavaron hasta el tuétano la resistencia de los huesos dejando el esqueleto resquebrajado, ahuecado de orificios por donde escapaba el elixir del alma atormentada. Hoy, precisamente hoy la grisácea penitencia que fisga el túmulo inexacto de una verdad presagiada, roza con ahínco el vacío cadavérico de la cadena que arrastro con escaso revelar… Y llegan tus labios mostrando la espada roñosa, ensangrentada de perversidad, lanzando tajos mortales sobre la calavera desbaratada para una vez más hacerme morir; cuando ya estoy muerto.
Julio Medina 7 de noviembre de 2012
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