HectorBeatle

Poemas, frases y mensajes de HectorBeatle

Selección de poemas, frases y mensajes mais populares de HectorBeatle


Un Amor Diáfano

El timbre anuncia el final de la última clase, la jornada académica ha finalizado y una gritona aglomeración hace presencia en el patio principal del pequeño liceo, una cadena interminable de conversas parecen hacerles más largo el camino, acrecentando el nerviosismo en sus ya temblorosos cuerpos. Julia y Victor van de la mano, asimilando las miradas comprensivas y esquivando en la medida de lo posible aquellas que intentan juzgarles. Logran a trompicones atravesar el alborotado pasillo y logran ver, a cierta distancia, el camino que seguramente estará plasmado de un silencio tan dulce como amargo, antecediendo a la escena. Ella aprieta su mano, en un gesto de impotencia por no lograr emitir palabra y él, toma la iniciativa de la conversación acariciándole uno de los nudillos con un movimiento curvilineo perfecto que le devolvió el color al rostro.
- ¿Te sientes bien? - Preguntó con más miedo que en su primer examen de matemáticas.
- No cielo, solo estoy un poco nerviosa... pero supongo que es normal. - dijo mientras se liberaba de la mano que la tomaba para admirar sus espasmos.
- Yo sé que las palabras surgen con más fluidez que los actos, por eso, y sin ánimos de presionarte te pregunto... ¿Estás segura de dar este paso tan importante conmigo?

Ella volvió a tomarlo de la mano, ésta vez con la solidez entrañable que no notaba desde hacía un par de horas, alzó su rostro hasta converger con la mirada de Víctor, esbozó una sonrisa algo forzada, lo abrazó (escuchando los latidos de su corazón) y devolvió la mirada a los labios de aquel muchacho, proclamando:
- ¡Si! Victor Andrés, nunca he estado tan segura como lo estoy ahora. - Sus ojos se notaron brillantes, como un vidrio. Y Víctor notó el amor en aquel gesto.

La caminata siguió su rumbo entre comentarios triviales sobre la locura de ésta profesora o el gesto amanerado de aquel otro, cada paso proporcionaba un suspiro más hondo en ambos cuerpos, con cada palabra ellos sentían mayor la conexión, no pensaban en ¿Por qué's? ¿Cómo's? ¿Para qué's? , solo disfrutaban aquel hermoso momento, casi anticipándose a la entrada al cielo, sintiendo la textura natural de aquellos ojos vidriosos, entre incertidumbre y amor, que nunca terminaron de soltar lágrima alguna.

Víctor frenó su lento paso en seco, advirtiendo que el final de aquella aventura había finalizado con la puerta de caoba lisa que se encontraba frente a ellos. Él separó su mano temblorosa de aquella otra mano y buscó en los bolsillos de su chaqueta las llaves de aquel familiar pero tenebroso lugar... y Abrió. El momento se dejó vencer por un silencio ansioso, se podía escuchar en aquella casita el zumbido de alguna mosca burlona y con afán vouyerista que se disponía a volar sin rumbo fijo en busca de acción, el clima se alivió un poco tras un vaso de refresco, un dulce y unos cuantos chistes típicos sobre alguna broma escenificada en clases, las risas y hasta carcajadas cada vez mostraban mayor nerviosismo y tras una última burla sobre el colectivo, Víctor tomó la iniciativa, encendió los sentidos de Julia con un beso Furtivo que casi provocó un corto circuito en su sistema nervioso, fue un beso largo, profundo e incluso, tosco. Empezó con la rudeza del miedo y poco a poco fue reduciendo su afán de dominio, dejándose ganar la batalla por una Julia que no soltó lengua hasta que su chico redujo las revoluciones de sus labios. El beso continuó, ella - casi con un movimiento automático - lo tomó por el cuello hundiéndolo hacia su cara. Él prácticamente sin hacer nada, terminó cayendo sobre el delgado cuerpo de Julia, que no mostró problemas sobre aquel bruto descenso. Los míticos besos continuaban y casi ni paraban, dejando un intervalo para oxigenarse que iba acompañado de una mirada tierna y llena de complicidad entre los jóvenes amantes, para luego hundirse nuevamente en aquel juego de lenguas. Como por arte de la naturaleza, ella tomó la iniciativa del asunto y procuró con movimientos suaves, casi imperceptibles quitarle la camisa beige a su chico, mientras éste, notando que su hermosa Julia le aventajaba en iniciativa, hizo lo propio con su blusa. No parecía haber tiempo entre cada beso, cada caricia, cada suspiro... mientras la arritmia se apoderaba de aquel pequeño pecho, de aquellos pequeños senos, la música sonaba y el cuarto vacío se prestaba para tal escena de entrega, sin embargo, ellos nunca abrieron los ojos, estaban tan sumidos en lo que sus cuerpos sentían que dificultosamente advertirían que alguien los obserbava; asi fuese únicamente la mosca vouyerista que Liendo nos enseñó un día. Las prendas seguían desapareciendo entre besos, él sentía pena tras notar que una ansiosa erección asomaba en su ropa interior y ella, ya desnuda, intentó hacerlo olvidar ese temor con besos... muchos besos.
Él, sin miedo a una desaprobación por parte de Julia se quitó bruscamente el único trapo que los acompañaba y, en un movimiento clásico empujó su cuerpo sobre el entrepierna exhibicionista de aquella chica, forzando un poco la entrada - él no sabía si por el famoso himen o si por falla en su dirección - tuvo un ataque de nervios y parecía padecer la misma arritmia que segundos atrás había sufrido su chica. Se hicieron eternos esos cuatro segundos hasta que la presión se hizo sentir, Julia emitió un chillido de dolor suave, mientras él, no sabía cual era el siguiente paso a dar. Husmeando en su mente las clases de sexualidad que había presenciado hacía un año. En su mente no aparecieron imágenes de ningún tipo, ni charlas, ni láminas, ni retroproyectores... pero por acto naturaleza, continuó el vaivén mientras Julia intentaba alejarlo sutilmente para evitarse a si misma, más dolor. Apenas él, - intentando suprimir el rostro de dolor que mostraba su chica - intentó besarla. Sintió un escalofrío que avanzaba desde su ombligo, provocando un temblor en sus muñecas y, automáticamente, haciéndole cambiar el rostro; había eyaculado. Los escasos 40 segundos que duró aquel precioso momento, fue suficiente para que Julia - a pesar del dolor en su ingle - sintiera el verdadero amor en carne propia; la famosa entrega de amor. Y Víctor, casi tan apenado que el color en sus mejillas se asimilaba al de un tomate, procuró en la medida de lo posible evitar la mirada de Julia, por miedo a ser recriminado. A pesar de la verguenza de un encuentro tan precoz como tosco, él, sintió el verdadero amor en carne propia; la famosa entrega de amor. Ella aun adolorida se sentó sobre sus rodillas, quedando de frente a aquel muchacho avatido por la inexperiencia, lo miró con dulzura, esbozó una aún más melosa sonrisa y le dijo: "Me has echo mujer, nunca olvidaré este hermoso momento... Gracias."

Aquel fue un momento único, lleno de sentimiento y verdadera confianza entre dos jóvenes que dejaron a un lado los prejuicios que impone una sociedad cada vez más hipócrita y, sencillamente, se amaron cuando lo creyeron correcto. No hubo un profiláctico, ni dudas, ni consideraciones religiosas ni de edad, tampoco hubieron detalles ostentosos ni brillantes, fue una escena tan común que fue mágica; al menos para ellos.
Fue el amor en las miradas de la juventud. Tan ansiosa como errática, pero tan sincera que, lo crean o no, debe tomarse de ejemplo.

Héctor L. González.

Lo Complicado del orgasmo

La lamentable noticia de que, la gran mayoría de los machos latino americanos no conseguirán en sus putas existencias, disfrutar de una mujer en pleno orgasmo delante sus ojos me tiene perturbado, es tan triste notar la incapacidad que muchos tienen en relación con este objetivo, que es verdad, es bien esquivo, pero tampoco es complicado. No me refiero al “Orgasmo” que sus chicas les reflejan en un gritico agudo en ese preciso instante en que los ven con lástima interna, al notar que por mucho que luchen física y mentalmente, no pueden siquiera acercarlas al tan mencionado punto “G”, tampoco me refiero a los innumerables chillidos que se pueden ver y escuchar en las tan nombradas como buenas películas porno, este tipo de películas ha dañado, con la excusa de darnos placer, nuestra forma de ver la intimidad, es obvio que tampoco me refiero como “Orgasmo” ese temblor de alquiler que las putas imitan para devolverles un poco la hombría que ya no sentían tener(por lo que prefieren abonar sus últimas dos quincenas laborales) en alguien o algo que les haga sentir que su capacidad como MACHO no ha caducado ante el estrés de una vida cotidiana, esto es causa de un tontísimo ego inculcado(contradictoriamente) por algunas madres machistas que, por alguna AUN MÁS TONTÍSIMA RAZON, piensan que su propio género es inferior al nuestro, - total locura - el orgasmo persé al que yo me refiero, se encuentra con un proceso de AMPLIACIÓN DEL CAMINO, se trata de preparar el encuentro íntimo con detalles totalmente fuera de contextos. Elevar el ego de una dama, hasta hacerlo tocar las nubes, hacerlas sentir respetadas y amadas bajo cualquier circunstancia, lograr que dicha fémina sienta un temblor en el pecho solo al verte, es un principio mágico para lograr, lo que buscas.

No se trata de ir a la farmacia de la esquina y esquivar la mirada de la farmaceútica que te atienda cuando vayas a pedir la ansiada píldora azul, ya que, de nada te servirá un miembro erecto por más tiempo, si tu seguirás en tu afán idiota de simplificar las cosas porque al parecer(porque eres un hombre “inteligentísimo”) encontraste un botoncito catalizador un poco más arriba del sexo, que te permitirá ser la envidia entre tu combo de trogloditas semi inteligentes amigos, por lograr, que tu pareja obtenga más orgasmos fisiológicos de lo que ellos en sus vidas habrán propiciado en otros entrepiernas, sin embargo, llegará el momento amigo mío, en que ella (ese ser MUCHO MAS INTELIGENTE Y SENSIBLE QUE TU) se aburrirá de tu constante búsqueda de dicho botoncito, ella disfrutará los orgasmos porque su cuerpo así lo indica, pero en su mente, los encuentros contigo serán cada vez más contados, puesto que serás solo un saco de huesos que, debido a su defectuoso coito, fastidiará hasta la saciedad el botoncito que(aunque te duela admitirlo, ya es conocido) y no es el “botón mágico”, se llama CLITORIS, y no es lo único del sexo, no te pediré que dejes de ser el ser poco inteligente que siempre has sido, para transformarte en un caballero educado que, está al tanto de las necesidades de su chica, que la atiende y que la trata como un socio en igualdades, de esa empresa que tan afectivamente tratan de sacar adelante, seamos sinceros y, ni tu ni yo tenemos tanta fe en ti. Lo que te pido, amigo mío. Es que empieces por aceptar que, delante de tan completo ser, somos plenamente inferiores, luego de que comprendas eso te verás en la imperiosa necesidad de respetar cuando una mujer se acuesta frente a ti y separa sus muslos, de hecho, te sentirás tentado a agradecer tal gesto de cariño, porque en el fondo, estás consiente de que no conseguirías una sensación ni remotamente parecida por tu propia cuenta, luego de aceptado esto, deberás entender que, el orgasmo PERSÉ del que tanto estas empecinado, llegará cuando te infiltres con acciones en el alma de una mujer, ahí, en ese preciso momento en que la haces sentir mujer fuera de la cama, estarás condicionando su forma de ver las cosas, y no necesitarás ni 20 minutos seguidos relamiendo el botón ni mucho menos 1 hora de coito ininterrumpido, se trata de hacerle conocer en frases simples: Soy tan perfecto como tu, pero tu por alguna razón eres superior, quiero que sepas que antes de probar el cielo que se halla entre tus piernas, quisiera saborear el paraíso de estar contigo sin priorizar sensaciones, solo amando. Y antes de seguir con la jornada, quiero agradecerte, porque sé que para ti, esto es tan importante como para mí, tu decidirás, si mañana quieres continuar.

Corazón

No seas otro testigo de mi simple existencia,
No utilices tu magnífica virtud en mi,
No recibas ni una gota de mi sangre; de mi vida.
No distribuyas el líquido divino por mi cuerpo,
no te enfermes, no huyas ni te quedes,
no hagas nada que te corresponda,
no te agites por mi ni evistes obstrucción en tus tejidos,
derrama tu sangre desordenadamente por mi castillo.

Corazón, no hay nada que puedas hacer por mi,
por éste hombre deseoso de un verdadero corazón
que no tenga miedo de hablar por mi,
que sea el único dueño de mis sentimientos, de mi carisma; de mí.

Prefiero un corazón de sentimientos, no de tejidos, un corazón que distribuya por doquier amor & no sangre, que muera si dejo de amar, no si dejo de respirar.

Aunque eso me lleve, sin lugar a dudas a un terrible final; La Muerte.

El amor como consecuencia

Quién sabe con qué motivo Gerónimo tiene esa tan divina rutina, separa los párpados casi al unísono con el inquieto repicar del despertador que yace en la mesa contigua a su camita individual, lanza manotazos al aire contra aquel tortuoso invento de la tecnología, se sienta en la orilla de su mini cama mientras lucha por mantener la mirada fija advirtiendo (o disfrutando) cada pequeño síntoma de dolor inquietante proveniente de sus iris. Se termina de levantar mientras va casi arrastrando los pasos al baño, se asea, divisa en el aún más pequeño espejo de su cuarto de baño todas las marcas de su rostro, alguna arruga, ojeras, o quizás se fija en lo tenebrosa que puede llegar a verse su barbita de días, sale del cuarto de baño casi corriendo pues piensa que es un lugar en el que no se debe durar mucho tiempo, no vaya a ser que Hitchcock se antoje de hacer presencia en su cuarto y así vengarse por la ausencia de una novela de verdad en su repertorio. Gerónimo vivía en un pequeño apartamento en plena Plaza de su ciudad, trabajaba de noche en una paupérrima clínica recibiendo las más cruentas emergencias. Luego del típico y diario baño y aseo él se dirigía al mismo café, compraba el mismo diario de noticias en el mismo lugar, se sentaba en la misma silla, todo esto de manera automática, sin excepción alguna.

Uno de esos tantos días de repeticiones constantes del sagrado ritual, Gerónimo pudo advertir que una muchacha de ojos hermosísimos lloraba dos mesas frente a él, sin saber como proceder más allá de ese instinto vouyerista que lo obligaba a ver, a disfrutar aquella sensación tan ajena, a admirar su frondosa cabellera color azabache, sus hombros al aire, sus piernas preciosas pero sobretodo; sus lágrimas. Sin querer dejó enfriar su café e ignoró blasfemamente el diario de noticias que seguramente no tendría ninguna crónica positiva – como todos los días. Había dejado de pensar en la vida y sus utopías, había dejado de leer el noticiero y de beberse religiosamente su café, y aún no le hablaba. “Es increíble como una mujer te cambia hasta las buenas costumbres sin siquiera mover un dedo” Exclamó al notar lo insípido y congelado que estaba su café expresso y al notar el diario crucificado en el mismo doblez que tenía cuando cambió de dueño. Él se atrevió y olvidando los protocolos se le acercó, opacando el rayo de sol que incendiaba sus cabellos, se paró tras ella y con un movimiento de cisne sacó de su chaqueta un pañuelo que secara aquellas incesantes lágrimas, que ya armaban una canal en sus pómulos, no esperó la invitación y enseguida tomó asiento frente a ella, él tenía un rostro armonioso y diáfano, sin marca alguna de desconfianza.

- No pretendo entrometerme, llora todo lo que quieras pero quiero que sepas que no estás sola –Comentó con el miedo a recibir una grosería o improperio aceptable debido a su imprudencia. Pero fueron diez minutos de silencio incómodo para Gerónimo.

- ¡¿Qué haces aquí?! – exclamó la misteriosa chica sin siquiera alzar el rostro, con una voz chillona y desafinada.

Él notó en el grito que ya las lágrimas habían cesado y que la joven se mostraba más estable, incluso haciendo uso de las razones de cualquier mujer que se siente acosada. Entonces, mostrándose fastidiado se puso en pie, le lanzó una mirada tierna, encendió un cigarrillo.

- Señorita, las lágrimas nos obstaculizan la vista, nos evitan conseguir soluciones. Espero que tenga un buen día, quédese con el pañuelo.

Y Gerónimo con esa última frase decidió marcharse, continuar con su vida, sin poder olvidar las bellas lágrimas de aquel rostro tan hermoso, > se dijo así mismo para fulminar las ganas que tenía de regresar y pedirle matrimonio a aquella hermosa fémina.

El día continuó, llegó la noche y con su entrada ¡las emergencias!, el asqueroso olor a alcohol y desinfectante, alguna tibia fuera de su sitio, algún balazo en el tórax de algún desgraciado mal ubicado o alguna golpiza familiar, todo eso pasó por la indiferente mirada de Gerónimo que solo se encargaba de ser el canal paciente-médico. Salió a las 3 de la mañana, fue a su pequeño apartamento que se encontraba a quince minutos de su trabajo e intentó dormir sin saber qué pasaría.

Sus ojos se abrieron y el repetitivo método volvía a su cause, los manotazos al despertador, el temor al cuarto de baño, el paseo madrugador por las calles hasta llegar al café de siempre, ¡todo marchaba como siempre!, la diferencia vino luego de absorbido el primer sorbo del café expresso de siempre, cuando, al disponerse a leer las noticias de un mundo tan jodido sintió una mano que chocó con su hombro tieso y flexible a la vez.

- Fuiste muy atrevido ayer, ¿Me permites? – Dijo ella mientras tomaba una silla, ahora con una cara cubierta de maquillaje, más hermosa, con un semblante totalmente distinto al mostrado el día anterior en ese mar de agua salada que vertían sus ojos.



Conversaron, se miraron, se disculparon y se agradecieron: se conocieron.



Ella se sintió atraída por ese acto de heroísmo que –sin él saberlo- la había salvado de un acto más radical y terrible. Añadida dicha aventura a sus maneras sutiles, sus ojeras marcadas y sus grandes manos, ella vio en Gerónimo una esperanza de amor que hasta los momentos solo formaban parte de una utopía para ella. ¡Alicia, qué nombre más bonito! ¡Yo en cambio lo detesto! ¡Alicia me arrecha que me pellizquen! ¡Pues te la calas, fue tu culpa por meterte en mi vida!



Él tan metódico y lógico, planeando todo en su vida; desde las visitas al baño hasta las veces que debía tomar agua, trazando en plan de cada cuánto encender un cigarrillo o en qué parte de la noche arroparse. Ella, tan alocada como un volcán en erupción, dando el primer beso, siendo la primera en tocar poblaciones íntimas, encaramándose sobre los tiesos muslos de Gerónimo, ella que no veía malas noticias y que a cada mañana estropeaba el sistema matutino de su caballero al atravesarse en el cuarto de baños y durar ¡horas!. El lo planeaba todo y ella no creía en los planes.

El amor los resurgió, él dejó de creer en las estadísticas y ella empezó a darle horas aproximadas a sus aventuras de alcoba, el amor los cambió, o ¿Ellos cambiaron por el amor?

Se conocieron más y empezaron a compartir sus miedos, ella lloró de la risa al escuchar sobre sus piernas el continuo miedo de su caballero a durar mucho tiempo en cualquier cuarto de baño, pensando que algún escritor inglés lo mataría a apuñaladas mientras él, escuchaba atontado como un niño, las historias del padre muerto de Alicia, sus hazañas en el cuadrilátero hasta que un día, de esos malos, un accidente automovilístico apagó sus latidos.



Se estaban amando con tanta pasión que no eran capaces de visualizar las radicales diferencias que los marcaban, el amor cruzó esa pequeña salita donde él leía algún capítulo de La fiesta del Chivo y ella en la otra esquina pintaba sus uñas de un color rojo tan apasionante como todas y cada una de sus locuras. Ella en un arranque de melancolía soltó una lágrima al pensar en lo que la afligía en aquella trágica mañana en la que el osado de Gerónimo se acercó a su mesa, sus manos temblaban pintando sus dedos (más que sus uñas) y fue cuando en un susurro ininteligible, quien sabe si con la intención de ser escuchada o de escucharse ella misma dijo “Ya llegará el momento ideal para contarte aquella aflicción, gracias por sacarme del infierno”.



Héctor L. González

Tus virtudes en mí

Este amor tan mío del que te has adueñado,
Símbolo magnánimo de lo que por ti yo siento,
Hiperventilaciones a las que me has arrastrado,
Cambiando mis bostezos por ratos sin aliento.

Mi corazón se agita con movimientos sinceros
Y mis labios dilatan buscando besarte al viento,
Mis poros ignoran al dios del amor; Eros,
Y esta Maniafilia de amor, ¡créeme! Va en aumento.

Tú eres mi felicidad, rubores en malos ratos
Por ti, dejo de de ser yo si tan solo lo pidieras,
Tus caricias me aceleran y me llenan de arrebatos
Mi vida sería grises si tu vida no existiera.

Divina obsesión

Darío nunca supo la diferencia entre oír y escuchar, su pre adolescencia pasó inadvertida entre tantos cuerpos azonzados por las hormonas, nunca sintió pasión por nada – excepto la lectura-. Ni la música alborotaba su sistema nervioso y mucho menos se interesó nunca en algunas faldas cuyos rostros hermosísimos perfumaron sin duda, su mundo sin que él lo notara. Su personalidad tono sepia y sus constantes lecturas nunca se llevaron bien, por mucho que lo intentara, Darío no encontraba motivos para salir de sus libros, no encontraba mayor seguridad y satisfacción que la permanencia eterna entre las páginas amarillentas de cada uno de sus autores. Uno de esos tantos minutos en los que permanecía en un estado catatónico frente a sus libros, Darío se sintió enamorado; ilusionado. Sintió cada cosquilla y cada sombrío ataque de risa sin sentido, enmudeció mientras comparaba lo narrado por Flaubert con lo que en ese momento se revolcaba en su estómago. Desde ese tormentoso capítulo de Madame Bovary en el que Darío entendió de las palabras mágicas de su autor, que el amor casi nunca era suficiente; que el hastío (ennui) solía vencer incluso en una historia tan genial.
Él cumplió diecisiete años y con dicho número su actividad social fue mejorando, siendo detallado sigilosamente desde un exterior bien marcado por sus compañeros de clase, que veían en él, a un sujeto tan raro como nerd, tan obscuro como psicodélico. Su típico corte al rapaz desapareció en una selva de cabellos ensortijados, hondas maravillosas que bloqueaban en cierto modo su panorámica visión, sus ojos, tan azules como antes, mostraban un misterio jamás visto en el chico que en otrora, era un autista sin remedio (Diagnóstico nacido de entre las entrañas de su núcleo de compañeros), el cabello se le notaba más obscuro y sus pómulos cada vez más pegados al esqueleto. Se había alargado – o esa era la impresión que arrojaba a su grupo de amigos luego del regreso de vacaciones de verano – y ya no era el más bajo de la clase, su ropa lucia desganada y casi sucia, y su abdomen antes hinchado había disminuido bastante, muy posiblemente producto de aquel alargamiento de sus miembros. Había algo que permaneció como si se tratase de una manía inherente a su alma; el libro en la mano. Nunca – desde que era conocido- se le había visto en la escuela sin un libro, sea cual sea, cambiaba constantemente de título evadiendo las preguntas de las niñas atontadas por su misterio sobre las obras que modelaban a diario por su tacto. Algo había ocurrido en el pequeño mundo de Darío, ahora fumaba (intentando simular la presunta intelectualidad que Cortázar le daba al alquitrán), ahora apretaba entre sus labios cigarrillo entre cigarrillo buscando adentrarse en las características de Horacio Oliveira, e intentaba que sus vecinos de aula lo acompañaran a escuchar jazz mientras él fumaba y fumaba, dejándose llevar por la prosa poética de Cortázar, recreando aquellas magníficas y viciosas reuniones del Club de la serpiente, drogándose de a poco por las sublimes frases y más encantadoras metáforas de su Rayuela. Darío no era el mismo y sus amigos lo sabían, de a poco sus maneras fueron sufriendo cambios radicales, ahora padecía de un encanto tan increíble como su propia metamorfosis física, Darío era otro, ahora los rostros hermosos que tanto circulaban a sus alrededores sin divisarlo prescindían de cualquier conversación tonta para pararse frente a él y lanzar las mejores y más rebuscadas miradas donde aparentemente debía haber sensualidad. Su casi interminable encanto (según sus propias palabras), era una metáfora estética de la majestuosa obra de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, un encanto adolescente e interminable que solo sufría al ver su propio reflejo, mientras las hermosísimas niñitas como hipnotizadas por cada frase de Darío armaban escándalos cada vez que el otrora nerd del grupo entraba al salón. Viviana fue la elegida por su propio ego, de grandes caderas y unas piernas bellísimas, fue la seleccionada por Darío para entablar lo que de entrada parecía ser una relación, Viviana tenía una mirada incluso más azulada que la de él, pero cada vez que era tomada de su mano, sus piernas y pómulos temblaban de rubor, furor; quien sabe si amor. Sus tres grandes compañeros fueron víctimas conscientes del próximo juego del nuevo Darío, quien encontró en aquella robusta señorita, la imagen perfecta; curiosa similitud física de lo que buscaba: a Lucrecia. Aquella Lucrecia citada por Mario Vargas Llosa en su obra Los Cuadernos de don Rigoberto sodomizada a su gusto por una encantadora personalidad, ahora la prolija narrativa del peruano no estaría tan alejada del galán Darío, y su novia; Viviana. La señorita fue dejando rápidamente el camino de la moral y “decencia” y se dejó llevar por toda clase de juegos eróticos y sexuales, encantada por la sublime personalidad de su novio, diciendo SI a toda insinuación o juego del que Darío (O Rigoberto, ¿quién sabrá?), disponía. Esos tres amigos de andadas de Darío habían disfrutado desde el perímetro todos los cambios y las respectivas consecuencias padecidas por él, pero lo que más los cautivó, entristeció, asusto y a la vez, calmó fue darse cuenta lo tenebrosa que había transmutado aquella personalidad inocua de Darío, un día llegó contando la terrible noticia de la ruptura con Viviana (evidente, fue ella la que por algún motivo renunció a su encanto), todo esto dramatizando una especie de discusión en la que ella había confesado haberle sido infiel, quizás unos cuantos besos con un chico menor que ambos, la macabro del relato de Darío fue que mientras ajuntaba las piezas de la conversa en el rompecabezas imaginario que pintaba con gestos frente a sus amigos, a su rostro asomó una gran sonrisa maquiavélica, casi disfrutando aquel “Fatídico” momento, fue cuando sin respingos, uno de los testigos del relato le preguntó como una flecha envenenada al narrador. “¿Por qué la sonrisa? ¿Qué tiene de alegre eso amigo?, dejando en el ambiente un frio silencio que antecedería a una respuesta jamás pensada por su grey, “Se dio todo como lo supuse, justo como lo dijo Flaubert en su Madame Bobary” Dijo mientras sacaba un nuevo cigarrillo, Esas Palabras que quedaron encerradas en aquel círculo de amigos, con el eco de la resonancia subdividida en algo peor que esas flechas en forma de pregunta. Definitivamente, Darío no era el mismo. Estaba a la intemperie de la imaginación de todos los grandes autores voraces que viven de la imaginación, estaba transmutando constantemente de acuerdo al libro que se hallara entre sus dedos: no era ni él, ni era nadie.
Darío llevaba una semana sin esbozar sonrisa alguna – de esas típicas de su encanto físico, ni emitía palabra alguna en clases, tampoco se dignaba a escuchar jazz, ni a fumar ni a leer. ¿Estaría sufriendo alguna nueva transformación? –todos se preguntaban-. Un día surgió en el grupo una pregunta un tanto directa y mordaz, tan hábil como el propio Darío, ¿Amigo, eres feliz? A lo que Darío solo respondió con una seca frase que enmudeció el entorno, pintando de blanco y negro los traslúcidos rostros del colectivo. “Lo he hecho todo, tengo una linda familia y soy feliz. Pero hay algo que no me deja sonreír, ya lo dijo Coelho alguna vez, “Un buen día, llegaré a la conclusión de que la vida es así, de que es inútil rebelarse, de que nada cambiará. Y me conformaré”. Algo me pasa amigos, pero no se asusten, se me olvidará.
Sus amigos se quedaron perplejos ante tamaña confesión, un viernes al salir de clases él dejó su mochila en el aula y salió cuan espectro irreconocible y desapareció entre los árboles del jardín de su colegio. Sus tres esbirros de lucha se preocuparon al notar que Darío desapareció – sin ánimos de exagerar – dejando su bolso, un cuaderno y el libro azul tornasolado que se encontraba leyendo y que ellos desconocían. Uno de ellos se tomó el atrevimiento de husmear entre sus cosas, cuando de pronto una brisa helada recorrió sus sienes, encorvando su torso, chillando por dentro. Palideciendo sentado en el puesto de su amigo mientras ojeaba quién sabe que. Fue cuando decidió tomar fuerzas, olvidar las posibles malas impresiones de su lectura y entonces la compartió con sus otros dos compañeros con un aire a luto que no dejó duda alguna en el ambiente. Diciendo “Muchachos, yo espero estar equivocado, pero creo que no volveremos a ver más a Darío, no tomen mis palabras como una certeza irrevocable” finalizó mientras señalaba el libro que se encontraba en el mesón del galán. Cuando los otros dos chicos se acercaron sintieron el mismo temor del primero. Mientras uno de ellos, casi con la intención de poner punto y final a esta obra dijo en voz alta y sonora “Veronika decide morir de Paulo Coelho”.

Efectivamente, esa fue la última vez que vieron a Darío, muchos rumores caen sobre su ausencia pero solo estos tres muchachos, testigos oculares de las múltiples personalidades de su amigo, supieron a ciencia cierta y con la certeza de quien conoce y sabe, cual había sido la última transmutación de su gran compañero.

Carta desde el espejo

No se trata de un poema a mis características, ni mucho menos se trata del gesto de arrogancia que ya muchos de los que en algún momento leerán esto, imaginarán.

CARTA DESDE ESPEJO

No pretendo juzgarte ni intentar ponerme en tus zapatos, tampoco pretendo dirigir tus pasos; esa no es mi tarea en este mundo. Mírame, observa que tengo defectos, quiero que detalles esas pequeñas arrugas que sobresalen de entre mis sienes, no omitas las ojeras ni mi cabello, quiero que te enfoques en conseguir todos mis defectos físicos: ojos desganados, mi nariz no es lo que has soñado desde aquella vez que viste en alguna revista, un ejemplo "Digno" de una nariz perfecta, mi boca ya no puede siquiera fingir una sonrisa amable, muchísimo menos tiene la estética para formar un arco semi perfecto, por lo que es evidente que para mí, sonreir no es una opción. Mira mi cuerpo, ha crecido - no lo que esperaba - , tampoco tengo el aspecto de algún top model de la europa sureña, mi abdomen no se encuentra marcado por ninguna respuesta al excesivo trabajo de gimnasio, mis manos no son suaves - de hecho, tienen el aspecto de algún obrero de poca monta - ¡Mírame! Quiero que sigas con tu vista clavada en mí, que no veas nada más que mi cuerpo, mi rostro y mis aptitudes. Aqui, al verme, podrás encontrar todos los defectos superficiales que más parecen importarle al mundo en el que vives (o vivimos), podré ser discriminado por tener ese vistigio de panza del cual nunca he intentado salirme, puedo ser ignorado por mi color de piel, por mis tatuajes, puedo ser, inclusive, odiado por exponer gestos o actitudes no "Aptas" y muy pocos aceptadas por la sociedad. Es frustrante ¿Verdad?, Pero no dejes de mirarme, ahora quiero que intentes centrarte en mi mirada, sé que estos ojos color azabache rondados por las tamañas ojeras que yacen sobre mi rostro pueden restarte algo de confianza, pero ¡vamos, inténtalo! Ahora dime, ¿Qué ves en ellos? solo puedes ver unos rasgos de lo superficial en mis pupilas, nunca, por mucho que lo intentes, podrás ver a través de mis ojos; lo que esconde mi alma.
Puedes pasar todo el día haciéndote el acomplejado frente a mí, observando cada detalle mal ubicado en mi cuerpo, criticándome por no tener la imagen del último sex symbol de moda entre los jóvenes, sé que no forma parte de mis responsabilidades en éste lugar, pero podré darme el lujo de aconsejarte ¡Idiota!, que te dejes de auto-herir despreciándome, que por alguna vez en tu vida, salgas a la calle sin verme, sin advertir nuevamente los defectos que yacen sobre mi aspecto físico, sal a la calle con tu personalidad, alma y principios como única imagen, es probable que la multitud te mire con cierta sosobra o incluso, curiosidad. Cuando eso pase, saca a relucir lo que de verdad vale la pena, ese espectro lleno de vida que, por mucho que lo dudes, mueve día y noche ese saco de huesos lleno de defectos del cual tanto te quejas, mañana, cuando te despiertes y en tu estado automático pretendas arreglarte frente a mí, ¡Reacciona!, regálate un día para que el mundo se fije en lo desarreglada que está tu imagen, y en lo reluciente que se encuentra tu alma.

Post amor

El silencio domina estas cuatro paredes,

Y yo que te amo y te beso y te añoro

Y el silencio domina ésta, mis cruentas redes,

Donde no encuentro solución más que amarte y lloro.

Nos usamos sin pudores ni dolores ni penas,

No hay felicidad post coito en esta cuarto,

Reina gran silencio que me duele como un parto

Tu drenaste la humedad y yo desangré mis venas.

Infidelidad sin género

¡Te amo!

¡Nunca te sería infiel!

¡Tú eres la única persona en mi vida; el único amor!

Tantas frases típicas, clichés tontos usados ligeramente por sus dueños de alquiler con el único fin de apaciguar las tormentosas y violentas aguas que llevan la relación entre dos personas. No pretendo con éste inicio tan directo exonerarme de la culpa, negar contra toda prueba haber caído en éstas cómicas muestras de cinismo. Es claro que nadie, y quiero que esto se lea con total lentitud y concentración N-a-d-i-e ha salido ileso de este maltrecho uso de las palabras dentro del romanticismo encubierto por la pareja. Ya lo dijo el escritor colombiano Gabriel García Márquez “hay que ser infiel, pero nunca desleal” y atacando este punto con toda la autoridad de la que no dispongo, busco desde mi ego, liberarme un poco de la culpa; tratando de ser leal a mi mismo, aunque sea admitiéndolo.
Se ha buscado dignificar un poco el lugar de la mujer en relación a este tema, bien sabido es por todos los hombres que las mujeres son mucho más inteligentes que nosotros, lo hemos llegado a asumir muy a pesar de lo tosco e inflexible de nuestro proceder. Ciertas féminas – por no cometer el error de generalizar, aunque quiera generalizar- acuden a esta razón de saberse más inteligentes y leales y de conocer que nosotros hemos bajado la cabeza admitiendo esto, para aclarar que ellas “Son fieles porque conocen las consecuencias de sus actos, y porque… son inteligentes”… Allí es donde mi terca razón se atraviesa, interrumpiendo el dignito discurso de las señoritas y casi como por reacción automática pienso. “Si éstas carajas son superiores en intelecto a nosotros, y lo que es más notorio; saben que estamos claros de eso… ¿Cómo carajo pretenden que nos comamos el cuento de que son respetables y dignas, sin un ápice de infidelidad en sus átomos? Nosotros somos como animales, o como coleccionistas, podemos tener a la mujer más encantadora del mundo a nuestros pies, y siempre buscaremos la manera de explorar los horizontes que sabemos que no existen. Muy a sabiendas de las consecuencias que posteriormente tendremos que asumir. Y esto lo hacemos con la poca inteligencia de la que disponemos (Si la comparamos con la de las féminas), muchas veces, ¡Admítanlo colegas! Salimos victoriosos de éste presuntuoso juego de compartir sábanas con ajenas a nuestro estado civil, entonces… Si nosotros con nuestro pensar limitado adoptamos las condiciones necesarias para no ser descubiertos (aunque no siempre salimos victoriosos), que alguien (Y quiero que sea una mujer), me explique ¿como es que siendo seres en su totalidad superiores a nosotros, y, en todos los sentidos mejores que nosotros pretenden que caigamos en el discurso señorial y moralista que nos quieren vender? ¡Cinismo; otra gran prueba de lo grande que son las mujeres!
Ahora, alejándonos un poco del descaro de no admitir las vainas como son. Entro en algo un poco más serio, el amor está formado y forjado por dos personas (en el mejor de los casos), está integrado por dos personalidades que pueden ser distintas o similares, se complementa con actos, detalles, gestos, discusiones, juegos en la cama/O en el sofá/ o en el baño. El amor tiene átomos, células, ideas, problemas, visiones, metas. El amor crece según nuestro esfuerzo y empequeñece según nuestra apatía, el amor es esa condición metafísica en la que dejamos de comunicarnos con nosotros mismos para solucionar por otro. El amor viene dado de los errores y anacronismos de las dos personas que le conforman; no es perfecto. Entiendo con esto que a medida que el tiempo pasa y éste se consolida, los dueños de ese amor actúan casi de manera automática: rechazando ciertas cosas, proponiendo otras tantas. Lo que quiero decir con ésta sarta de definiciones y características de este sentimiento, es que el amor, aunque no tenga cuerpo es un tercero entre dos seres: un tercero que comparte nuestros errores. Si bien es cierto que no sabemos nunca qué grado de dificultad vendrá con él, siempre sabemos que las habrá. Aunque esto suene polémico o controversial, es necesario que se entienda bien que, el impulso a descuidar por momentos la relación y acudir, sea por la excusa que sea… a otras faldas u otras cremalleras, es una condición intrínseca del amor que fueron criando, es decir, era algo previsible. Si tú fallas, si yo fallo. El amor fallará, y no somos perfectos para pedirle al amor que no cometa errores apoyados en nosotros. Una infidelidad es parte fundamental de una relación; te ayuda a ver con ojos reales (No los de Romeo & Julieta) a la persona que escogiste como tu pareja, Está en ti perdonarlo(a) o mandarlo al carajo. Si lo(a) perdonas, te habrás dejado de respetar a ti mismo(a) para tomar el riesgo de darle una oportunidad a un amor que muy posiblemente vuelva a desfallecer, pero es tú decisión… y tampoco es tan mala. Si lo(a) mandas a volar, quedará en tus labios un sabor a derrota, un dolor intangible de haber entregado todo a quien no supo valorarlo como tú. El acre olor de haber perdido tu tiempo en quien sabe qué tipo(a), y ¡Créeme! Tampoco es una mala opción. Las infidelidades son un termómetro que mide nuestro amor propio, si las perdonamos le estamos dando prioridad al amor, y si no, estamos tomando el camino fácil, donde sabremos que el mismo perro / o la misma perra no nos verán la cara de idiota. Pero quién sabe si esa historia se repetirá en otro rostro; en algún otro(a) perro(a)

En el fondo

Sintiéndome dueño de una canción ajena me llené de valentía para escribir sobre tu alma toda mi historia desumida en un beso de grafitto, sintiéndome dueño de tu corazón me atrevi a transformarte en un amor deshonesto que dentro de mí dejaba caer toda una ola de ardor y miedo... Hoy soy testigo de un ejemplo de deshonestidad que se ha convertido en mi credo con el pasar de los días: sentirme dueño de tu corazón, siendo ajeno.

Agradecimiento

Pocas veces nos paramos, pocas veces evitamos el terrible momento de frenar nuestro apurado camino – vale acotar que no es un camino productivo - pocas veces bajamos el ritmo de nuestra acelerada rutina para, quizás, disfrutar un poco del intoxicado oxígeno que recorre cada centímetro de nuestra sofocante y atestada guarida urbana donde el corazón humano enferma, como lo dijo una vez William Wordsworth, o para, aunque no lo entendamos, tratar de encontrar ese punto exacto donde convergen tantos colores formados por uno de los mecanismos más perfectos de éste azar presuntuoso que nos dio vida: la vista. Mucho menos, nos detenemos en camino al trabajo para saborear el triunfo de tener cada miembro en su perfecto lugar, salud para caminar, y la dicha de poder (por nuestra propia voluntad) inhalar y exhalar el aire que tanto hemos intentado contaminar, a veces, por mucho que nos cueste (y no sé bien por qué), debemos frenar en pleno beso aunque esto arruine el momento, abrir los ojos bruscamente y chocar mirada a mirada con esa persona a la cual le regalas (sin garantía previa) toda la confianza y pasión dibujada en un beso, mañana, aunque no sea costumbre en nosotros, debemos intentar parar en seco nuestro apresurado paso y darle gracias a la vida por todas las cosas que nos ha brindado, por habernos parado de mal humor al notar que nuevamente es lunes, por haber derramado un poco de café en la corbata, por tener seres queridos que bien sea por costumbre o real aprecio, cada mañana nos desean un excelente día, por cada cigarro que se fulmina nuestras bocas o por cada beso en la mejilla de ese amigo fiel que siempre se muestra abierto a nuestros problemas, por cada grito irónico de nuestros jefes, por cada mirada comprensiva de nuestras madres o por cada vivencia que, por mero capricho; se reproduce totalmente fuera de contexto en nuestro día.
Existen muchas cosas por las cuales agradecer, algunos agradecerán a un Dios, otros a un billete de alta denominación y otros, como yo, que solo agradecen a la vida por este maravilloso azar que, de entre tantas otras opciones en la guerra inicial (Esa guerra que formamos en el vientre de nuestras orgullosas progenitoras), nos permitió llegar de primero dándonos nuestro primer ¡Golpe de suerte de la vida!

Por ésta y muchas otras razones, mañana no insultaré al celular por despertarme o al estudiante por entrometerse en mi camino matutino al trabajo, tampoco odiaré el tráfico y mucho menos al vecino de camino que, ejerciendo su libertad personal, decide escuchar música en alta voz, mañana respetaré a cada objeto o persona que se interponga en mi camino, pues, he tenido la suerte de vivir y sobrevivir, de respirar, de opinar, y, de amar. Aún amanece gratis, aún hay esperanza de un mundo mejor, pero, nada cambiará si empezamos la mañana quejándonos por trivialidades que – si vienen al caso - pero que no trascenderán.

Mañana sé libre y procura disfrutar de cada paso y cada gesto, como lo haré yo.

Consecuencias

Cuando el ambiente no nos permite respirar con comodidad, cuando sobre la mente solo reposan muy pensadas oraciones violentas con la que, sin escrúpulo alguno, pretendemos hundir más el cuchillo. Las miradas suelen chocar con un intervalo constante, los improperios en voces silenciosas aumentan y, aunque en algún momento se amaron, hoy no tienen la concentración necesaria (ni quieren tenerla) p
Cuando el entorno se vuelve pesado no es posible siquiera esbozar alguna mueca parecida a una sonrisa, el recurso sarcasmo, las continuas críticas hacia cualquiera que sea la debilidad del contrincante y cualquier otra sarta de inútiles modalidades de defensa sin riesgo de ataque se hacen presentes.
ara hacer ímpetu de memoria y exorcizar alguna visita al mirador, aquel primer beso alumbrado por dos farolas en sus últimos segundos de vida útil, quizás, recordar las escenas cursis que hacía años atrás se atrevían a exhibir sin mayor pena, el estupor de aquel encuentro físico, los abrazos cálidos en el primer viaje juntos, aquella navidad en la que se hizo exasperante la ausencia de la otra mitad, atreverse – sin miedo alguno- a buscar en la casi infinita memoria algún momento en el que una discusión trivial no significaba el final de nada. Ni el comienzo de nada.
Las fuerzas disminuyen; el amor también. Aquellas personas que, sin miedo alguno podían atreverse a echar un polvo rápido en cualquier baño por no poder controlar el deseo inherente de eso que llamamos amor, esas mismas personas que soportaron las críticas y juicios imprudentes de seres ajenos (y no ajenos) por el gran paso que se disponían a tomar. Hoy, esas dos personas que hace una treintena de años dejaron atrás todo tipo de críticas para embalarse de sentimiento con el único escudo que puede utilizar una pareja: el amor. Hoy esas dos personas no soportan las miradas, no parecen guardar ningún rasgo de aquel empalagoso sentir, sufren sobremanera con el simple hecho de estrechar las manos que años atrás acariciaban los sexos sin pudor, sin miedo.
El odio parece ser el único sustituto lógico, total antagónico de una trama en la que no hubo ni enemigo ni rival más allá de lo que sus propios sentimientos refutaban… o confirmaban.
A pesar de tener el milagro de una vida engendrada por la máxima demostración de amor como rasgo en común, ya no había modo ni manera de mantener una conversación civilizada. Ahora se comportan como dos soldados enemigos, dispuestos a acabar entre sí, aunque de esto dependa la vida de millones de personas.
Ninguna de las partes se ha parado a pensar en ese cuerpecito joven que nació fruto de un sentimiento tan lejano al que hoy por hoy profesan, ni él ni ella se pararon a pensar en cómo podía esto afectar el crecimiento de aquella personita.
Se estrechan las manos con calor y odio, intercambian papeles y se sientan en la misma mesa ¡ya no se aman!, se sientan frente a frente, pero ellos no hablan pues ahora los intermediarios encargados de romper toda señal de lo que en otrora era un amor lindo y puro empezaron sus ataques, usando la jerga legal típica de estos abogados indignos que viven de esto, de darle el pisotón final a una historia. Es evidente que ella no pensó en su hija cuando permitió que aquel extraño acariciara su ingle, profanara sus senos, relamiera su lengua y se apoderara de su sexo, es evidente que ella, ¡la esposa mala! No pensó en las consecuencias cuando traicionó el amor de su esposo, de su hija… de su familia. Es evidente que él no pensó en su descendencia cuando, al descubrir el moretón (o mordisco) en el entrepierna de su esposa arremetió contra ella en un catastrófico ataque de celos que terminó con una visita madrugadora a un hospital y con una mujer con fracturas múltiples en las costillas y alegando algo tan estúpido como “Me caí por las escaleras”. Era evidente que éste matrimonio no debía continuar, pues ya estaban rotos los márgenes de respeto, por fallas recíprocas y malévolas que terminaron adhiriendo existenciales traumas a la unión.
Los abogados siguen intentando llegar a un acuerdo amistoso, mientras esas dos personas que antes se amaban con tanta intensidad, callan esperando algún alegato final, hoy no pueden recordar aquella primera vez en la que hicieron el amor o aquel primer aniversario… Hoy él, solo puede recordar el espantoso segundo en el que golpeó tan terriblemente a aquella traicionera mujer, Ella, solo puede recordar aquel penoso sexo basado en una química tan tonta, que acabó con su matrimonio. Ambos se sienten culpables, ya no recuerdan las cosas que los llevaron a amarse, solo pueden recordar los desplantes y las cagadas que hoy, los mantienen allí, odiándose. Ni él ni ella, se detuvieron a pensar en la pequeña hija, y ella, aunque los vea a ambos durante su crecimiento… Tendrá que crecer sola, siendo la única afectada por la falta de conciencia de sus progenitores, lo que ella deberá entender con el pasar de los años, es que muchas veces el amor no es suficiente. Y aunque ahora resulte precario el esfuerzo de sus padres en darle el doble de la atención que faltó en aquellos fatídicos momentos, ella (como si se tratase de una característica inherente a su ADN), solo recordará lo que en algún momento la hizo sufrir.

Héctor L. González.