La araña (Soneto)
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La araña
¡Oh, virtuosa hiladora entre doncellas,
en tus patas el pincho enardecido,
teje y reteje un diáfano vestido,
mientras calmas el hambre y sus querellas!
Tus fibras rivalizan con centellas,
en tu embrollo la noche se ha perdido,
el viento es un acróbata bebido,
el tiempo corre al margen de tus huellas.
Tu bonanza vendrá con la mañana,
tu sosiego será recompensado
en la espiral etérea de tu rosca.
Acudirás cual viuda parroquiana
a devorar el cuerpo embalsamado
de una desfalleciente y torpe mosca.
Prefiero un corazón... (Soneto)
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Prefiero un corazón...
¿Para qué quiero un corazón maltrecho
que del suelo temblando se incorpore
y que cual ave triste, gima y llore,
apresado en la jaula de mi pecho?
¿Con qué razón, con qué banal derecho,
lo retengo convulso sin que aflore,
sin que no olvide, sin querer que ignore
el sabor de la afrenta y el despecho?
¿Para qué quiero el ánimo abatido,
la desazón, las ilusiones rotas,
ante un vigía parco y denigrante?
Prefiero un corazón enardecido
que a pesar de sus fallos y derrotas
aun con mayores bríos se levante.
Luna de Octubre (Soneto)
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Luna de Octubre
Tiza del cielo, faro de la mar,
beduina del desierto, cuenta pura,
grácil doncella, mágica criatura,
vaso de leche para el bien soñar.
Se embelesan los lobos con tu andar,
ambicionan los hombres tu ventura,
envidian las mujeres tu hermosura,
te ofrecen los juglares su cantar.
¡Es de noche, es octubre y es otoño!
Emperatriz de trono deslumbrante,
despeinas mi alma con tu blanco mimo.
Como una tierna madre y su retoño,
me arrullas en tu pecho, rozagante,
y te escribo estos versos y los rimo.
La despedida (Soneto)
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La despedida
Con el puñal dentro del pecho herido
y el corazón sangrando en mar abierto,
desconsolado sueño que despierto
en otro sueño sin haber dormido.
La vida se me va en cada latido.
Me voy, me voy; me marcho. Todo es cierto…
y si alguien te dijera que estoy muerto,
sepúltame en el tiempo y el olvido.
¡Qué nada, nada turbe tu postura!
Las ebrias olas borrarán las huellas
que mi paso moldeo en los alcores.
Entonces mirarás, con amargura,
en el cielo brillar nuevas estrellas
y otras tristes que apagan sus fulgores.
Idilio (Soneto)
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Idilio
Un grupo de gorriones vuela al cielo,
huye la tarde, pálida y sumisa,
el viento nos despeina con su brisa
como una llama derritiendo el hielo.
El manto de la hierba, su consuelo,
abriga nuestros cuerpos y su prisa,
siendo un tozudo guardia que precisa
nuestras ropas regadas por el suelo.
En tu interior resuenan mil espadas,
con mis brazos rodeo tu cintura;
me invitas a que plácido me adentre.
La luna nos acecha a dentelladas...
¡Con los besos que crezca la negrura
y entre las sombras nadie nos encuentre!
Entre todas las mujeres... (Soneto)
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Entre todas las mujeres
Entre todas las rosas del jardín
con sus vahos, aromas y candores;
entre todos los múltiples fulgores
que tienen las estrellas del confín.
Entre todos los pasos y el trajín
de un millón de personas y clamores;
entre todos los rostros con rubores
y los labios pintados con carmín.
Entre todas las blusas y los pechos,
entre todas las piernas y las faldas,
y los cuerpos, las almas y los seres.
Teniendo los sentidos satisfechos
y el corazón ceñido de guirnaldas:
¡yo te elegí entre todas las mujeres!
Nada queda, nada... (Soneto)
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Nada queda, nada...
Es después de este amor que nada, nada queda.
Nada del vendaval que sesgó con locura,
las sombras de la noche, los días de su albura,
cual rosas que se arrancan de una gran rosaleda.
Nada me queda, nada… Sólo giro en la rueda
de la tierra y sus montes, de la mar y su hondura,
de la tersa dureza, de la amarga dulzura,
del manto más opaco, de la más clara seda.
Tu luz se desvanece, volátil añoranza,
como un astro distante en sueños sumergido.
Pasan… pasan los días y, desde que partiste,
asfixio la razón, remato la esperanza,
expiro en el recuerdo, sucumbo en el olvido.
Y nada queda, nada… más que la vida triste.