Una amistad
Camino las calles al lado
de mi amigo.
En la primera tarde,
cuando el sol comienza a
alargar las sombras.
Caminamos a la vez que
nuestra conversación crece.
Concentrados en nuestras palabras
apenas nos damos cuenta
que hay ventanas,
que hay puertas,
que pronto dejamos atrás.
El punto de la plática
cae de pronto en la filosofía
alemana.
Hablamos de su dios y de la
voluntad de la vida.
Debemos detenernos, sentarnos
al umbral de alguna puerta.
Esos escalones están bien.
La concentración llega a grado
tal que no permite un paso más.
Pronto me doy cuenta que esto
ha sido un monólogo,
y que mi paciente amigo
ha intercambiado compañía
por ideas,
con lo que él ha ofrecido
la mas sólida de las aportaciones
en aquel día.
Maldito poema
Cada maldito poema
es lo mismo:
terminar con él es mandar
al traste toda la sabiduría
que puse para construirlo.
Cada maldito poema
es lo mismo:
empezar de cero para,
verso a verso,
ir venciendo la ignorancia.
Cada maldito poema
es lo mismo:
decidirse por una forma
que iré construyendo
para jamás verla terminada.
Cada maldito poema
es lo mismo:
jamás traicionar la verdad
en lo que escribo,
así sea que en la realidad
jamás exista.
Cada maldito poema
es lo mismo:
estoy seguro siempre
de haber dicho exactamente
aquello que me satisface.
12:00 m.
Silencio
o sol
sobre
una espiga
de pasto.
A veces
una brisa
arranca
un inaudible
sonido
que apenas
dura
lo que
la sombra
al mediodía.
No hay
otra espera
que la
del crecer
para secarse
y morir,
pero la
espiga
es tan
simple
que renace
idéntica
en cada
temporada.
Vive tanto
al sol
que la
noche
no tiene
significado:
muere
sin temor
al final
del día
como una
forma
de dormir.
Así el olvido
viene en
cada despertar
ante un
sol que
resulta
eterno.
Metrónomo
Ahora el sol
se ha convertido
en el metrónomo
de la desesperanza.
¿Quién lo ha
acelerado al máximo?
El sustento
y la supervivencia
han despojado
a los días
de todas las
maravillas
que tenían en
la infancia.
Las interminables
horas ahora
duran
60 minutos
y la medida
del tiempo
son las
administrativas
quincenas.
Desesperados
queremos que las cosas
vuelvan a tener
sabores perdidos,
pero ahora
por más que damos
vuelta a las piedras
encontramos
las mismas piedras
con otra forma.
La solución
está en volver
—nos decimos
esperanzados—
al espacio
origen de los
significados.
Regresamos
entonces a los
terrenos de la infancia.
Vemos las calles,
charlamos con los amigos,
nos refugiamos
en las manos
de la madre.
Inútil todo,
ya no nos
perdemos
en las viejas
imágenes.
La angustia
es demoledora
y ya no sabemos
huír a ningún
sitio.
Comenzamos
a escribir
buscando en
la evocación
el recuerdo
de las palabras.
Pronto nos
damos cuenta
que la emoción
ahora es
un remedo
de las
explosiones
de antaño.
Y ahí
estamos solos
buscando
voluntariamente,
cuando en realidad
nos damos
cuenta que debimos
tan sólo esperar
a qué estas
horas desplegaran
las sombras
del día
a partir
de las hermosas
y terribles
nubes de la lluvia.
Elpoeta
Camino solitario
el camino solitario
bajo un sol solitario.
No pienso en el viento
que de muchas
maneras me impulsa.
He dejado atrás
responsabilidades
que no he sabido
cumplir.
Veo delante de mí
compromiso que no sabré
llevar a cabo.
Pero hay una acción
que vuelve para
hacerse presente
a cada minuto,
pensar en cómo
ordenar estas malditas
palabras
para que digan algo.
Infancia
Recuerdo la luz
(la luz inútil en sí misma)
sobre unas formas del valle
ya olvidadas.
Árboles en desorden plantando
contrarias sombras,
lomeríos proyectando alturas
al amanecer,
neblina como ingrediente etéreo,
esparcida.
Ya el paisaje olvidado es ahora
imagen de lo que yo quiero.
No hablo de lo que veo,
sólo que esta imagen inasible
quiere ser la encarnación
(mi modo de tocar lo eterno)
de la infinita felicidad sentida
por haber surcado
aquel tiempo.
Caída horizontal
Enfrentamos la calle nocturna
con todos los riesgos del frío.
Temblorosos unimos nuestros
arropados cuerpos
no para vencer el frío,
sino para recordar los
calores de nuestros cuerpos
juntos.
Allá adentro en la habitación
fue sorprendente como su
blanca cintura me recordó
a ciertos árboles enormes.
Pedí simplemente me dejara
verla desnuda
y ella a cambio
sacrificó su pudor
en una imagen de ave cayendo:
alzó su cuerpo sobre el mío,
plegó su cabeza hacia atrás y
dejó caer
la perfecta blancura de su cuerpo
a mis ojos.
Caída horizontal que,
por ingrávida,
no termina de suceder nunca.
Amanece
invisibles campanas
tañen al unísono
en los cuatro
puntos cardinales
los gallos cantan
respondiéndose a lo lejos
trazando una ruta imaginaria
cientos de avecillas
cantan telegrafiando
mensajes
desconocidos
esporádicos ladridos
ascienden como
una fuente de sonido
una sola vez
el canto de una paloma
implota en sí mismo
fácil sería encontrarla
la sinfonía total de azares
recrea con sus acciones
la permitida profundidad
del espacio
Vertigo en tres actos
Luz artificial
Luz amarilla que cubre todo con su grueso polvo revelador. La calle recta es una flauta con su largo costillar lleno de agujeros amarillos (resultado de las lámparas que la iluminan). Las recámaras inflaman su segundo espíritu tras encender un foco, como globos dentro de la carpa de un circo. Es este desplazamiento, que como un sacudión da la luz a las ánimas de los objetos, el que nos hace ver como una radiografía sus estructuras atemporales.
Tiempo limitado
Para la vida de un hombre es suficiente, la geografía de las montañas que lo circundan permanece inalterable a pesar de las inclemencias. Se antojan divinas, pues, las tijeras que recortaron las siluetas de los volcanes. Y es por esas cambiantes nubes que extienden las figuras por instantes, que otorgamos a los cerros el sinónimo de eternidad, sin que esto sea sólo un calificativo.
La grieta
No sé cuál es el atractivo de la grieta, si precisamente cada que vuelvo la encuentro más larga. "La cosa ha cambiado", me digo. Y esa es suficiente evidencia. Sin embargo, vuelvo. ¿Qué es esta sensación de la contradicción entre luz, montaña y tiempo? En el fondo es mi vértigo por las edades, una visioncita de lo que para Dios debe ser tan fijo como una estatua.
12 de abril de 2011
A la memoria de Juan José Arreola,
en el décimo aniversario de su muerte.
Brumoso espacio,
taxistas inmóviles
esperan eternamente.
Los árboles rígidos
parecen atrapados
en un calor gelatinoso.
¿Dónde está el sol?
Lo busco inútilmente
aunque su calor
es suficiente evidencia,
el sol existe y
miro gracias al él;
estoy vivo, lo sé,
porque hay en mí
una espera.
Espero el viento,
espero sus ondanadas
que harán rotar
mi cara buscando
su origen,
disfrutando sensualmente
su llegada.
Sé que el origen
de todo
está en el sol
que nos calienta,
se hace presente
desde lo lejos
y no hay quien dude
de su existencia.
Le agradezco
religiosamente
por todo lo que
desencadena y
vive a mi alrededor
incluida mi espera.