Un canto y unos versos
Nos han visto postrados al rumor de unos rezos
que aprendimos de niños, cuando todo era bueno.
Después de haber crecido como la mala hierba,
pletóricos de ausencia y en pantanosas tierras;
de haber dudado tanto, de habernos confiado,
por pálidos reflejos, a credos nada claros...
Teoremas formulamos y frases aprendimos
y en nubes de ilusión buscamos raciocinio.
Capítulos trazamos de complicada historia
que ahora, sin nosotros, se desenvuelve sola.
Y estamos al amparo de débiles recuerdos:
la señal de la cruz, un canto y unos versos.
De "La posesión del miedo" 1996
Pasión de afecto
En el amor fatal no brilla el pensamiento.
La mente se coagula cuando la sangre estalla.
Vuelve sombrío el ingenio y sin gracia
la fatuidad fanática del fuego.
Yo creo en un amor clarividente,
una efusión borracha de prudencia,
el fruto que se alcanza, las fuentes del desierto.
El riesgo y la pasión están en el afecto,
en un miedo común al abrazarse.
Dormidos, compartir el mismo sueño.
Despiertos, afilar las diferencias.
Amor que no se abisma ni se engaña,
amor que se resuelve en transparencia.
De "La posesión del miedo" 1996
El corazón en casa
No levantan la mirada. No hay nada
más que el aliento gris
que emanan sus marrones,
un resuello que va espesando arriba
y les deja rendidos al asfalto.
Ni sueñan: no hace falta. Ni recuerdan.
Ni desde luego intentan
elevar su plegaria a las alturas.
¿Dios qué puede ofrecerles?
¿Qué puede ofrecer a nadie un mendigo
que va pisando charcos sin ser visto?
Pequeños, sometidos,
al ritmo de unas músicas paganas
y en una ratonera de edificios,
celebran naderías.
Mientras sigan rodando los días con sus noches
y no vuelvan a descubrir el cielo,
será mejor así: los párpados caídos
y el corazón en casa.
De "La posesión del miedo" 1996
El ángel y el vampiro
Pasé la vida entre vampiros y ángeles,
libando con paciencia los unos mi energía,
los otros trasvolando mis días más sentidos.
Todos los trances de luz fueron suyos:
al ángel los del cuerpo, los del alma al vampiro.
Al sol como en la sombra estuve ciego
y en el tránsito hacia el zenit, perdido.
Confundí las alas blancas con las capas negras.
Gusté, besando al ángel, los labios del vampiro.
Siempre acudí a la cita con lo eterno.
Cada vez que llamó, me encontraba.
Unas veces hermoso y otras veces oscuro,
el timbre de su voz me subyugaba,
la miel de su sonrisa me encendía,
y bailábamos juntos, el ángel o el vampiro
y yo que nunca supe muy bien con quién bailaba.
De "La posesión del miedo" 1996
Mi olor a ti
Toda mi ropa huele a cuando estabas.
Sería al abrazarte -no lo entiendo-
o que estuviste cerca y se quedó prendido.
Si arrimo mi nariz al hombro o a la manga, te respiro.
Al ponerme la chaqueta, en la solapa,
y en el cuello de un jersey que no abriga.
Aroma de placer, de feromonas,
de recostarme en ti mientras dormías.
Por mucho que la lave, mi ropa lo conserva:
es un perfume dulce que me alivia
como vestir mi carne con tu piel.
Y está durando más que mi recuerdo.
Tu rostro en mi memoria se disipa,
casi puedo decir que he olvidado tu cuerpo
y sigo respirándote en las prendas
que, al tiempo que me visten, te desnudan.
Pero la ropa es mía.
De tanto olerte en mí, tu olor es mío.
Tu olor era mi olor desde el principio,
fue siempre de mi cuerpo, no del tuyo,
de un cuerpo que lo tengo a todas horas
para quererlo entero como jamás te quise
y olerlo de los pies a la cabeza.
Es el olor de todas mis edades,
del niño absorto y puro,
del claro adolescente eléctrico y espeso,
de un joven con insomnio que soñaba
fantasmas del amor, y es también el olor
que al transpirar mis sueños dejaron en las sábanas.
Quién sabe tú a qué aspiras sin este efluvio mío,
sin mi esencial fragancia.
Estando en compañía, serás siempre la ausente
igual que si te fueras o no hubieras llegado.
Pues no olerás a nada, no dejarás recuerdo
ni podrás despertar auténtico deseo
ni embalsamar las yemas de los dedos
que un día te acaricien
con un perfume físico y concreto.
Serás para el olfato de los otros
como un espejo para los vampiros.
Y yo atesoraré con más fe que codicia
este perfume dulce de mi cuerpo
que descubrí contigo.
Si quieres existir, respíralo de nuevo.
De "La posesión del miedo" 1996
La rueda de los azares
De un día para otro, todo cambia.
Si ayer amanecías deslumbrado
y tus ideas parecían claras,
hoy mismo, en el espejo del lavabo,
has visto al perdedor de las facciones neutras
inflado de bostezos
y con el encefalograma plano.
La brisa que hoy alivia tu paseo
mañana es un ciclón que te estremece.
En una vuelta, igual que cambia el tiempo,
quien tuvo no retiene,
el más sincero miente
y el sueño del amor se desvanece
de puro aburrimiento.
En una vuelta orgánica del cosmos,
se pierden privilegios, se asustan los valientes.
Por un latido a tiempo, la risa más forzada
se aparece lozana y sugestiva.
y entonces quién no sale a la calle feliz,
quién no disfruta haciendo su trabajo,
quién no ofrece favores a un amigo,
quién no se ilusiona.
Pero, a decir verdad, de todos ellos
tampoco nadie espera
sacar de esos destellos que a veces les alientan
alguna cosa clara.
Pues ni el más tonto ignora que la vida
no tiene, en general, ni sombra de sentido
y que el azar, que es dadivoso pero incoherente,
no reparte papeles; sólo momentos, escenas,
situaciones confusas,
estados del humor y la conciencia.
De "La posesión del miedo" 1996
Del miedo
El miedo es una potencia cómica.
Me hace temblar en un pasillo
por el que voy dichosamente a tientas
para no despertarle,
con gracioso patetismo,
abismado en mi cuerpo.
El miedo es el humor de la carne.
Por dentro es una fiebre
de pesadillas sin cuento,
un terror a la vida.
Por fuera es una broma.
Y es un prodigio haberlo perdido:
por la gracia de sentir
que soy ajeno a mí mismo.
El ángel desde dentro
Desangelados, sin alas, sin brillo,
en las brasas de los últimos fuegos.
Así hemos llegado a creernos,
avanzando entre el lodo como vehículos
sin ruta y sin pasajeros.
Pero el ángel está en nuestros silencios,
guiando nuestros desvaríos, amansándonos la fiera.
Y el ángel no tiene alas:
se ha plegado a la vida con nosotros,
se ha rendido a las cosas
(sus formas, su número y su precio),
tiene sólo una oportunidad y un cuerpo que es el nuestro.
Y casi nunca nos abandona.
Como sueña, pesa más.
Como piensa, nos confunde y nos eleva.
Como siente, nos hiere.
El ángel que no nos salvará
tiene a ratos nuestros cabellos
y muy de vez en cuando mira con nuestros ojos.
Si toma prestadas nuestras manos, acaricia, crea, limpia.
Cuando está en nuestros labios, sonríe y besa con ellos.
Y si camina con nuestros pies, se detiene.
Hay un vértigo en el ángel que no es nuestro,
una curiosidad hambrienta que nos implica.
El ángel miente en el espejo,
ama por nosotros y ve por lo que vemos.
Cuando el tiempo, que es un mísero contable,
nos doblegue con la suma de los días que ha perdido,
el ángel se preguntará una vez más
a quién sirve sin alas si su señor termina,
por qué es traslúcido en un cuerpo que se apaga,
por qué ubicuo en un viajero que no regresa.
¡Todo lo que quiso amar el ángel,
la que pudo alcanzar, la que alcanzó a pensar!
¡Todos los ángeles que conoció,
hablándole cautivos de otros cuerpos
como se habla desde dentro, para salir hacia afuera!
¡Todas las cosas que te ayudó a imaginar
cuando no había nadie contigo,
la que quiso interpretar
y la que estaba dispuesto a construir!
Pero entre tanto, el ángel no puede dejarte.
Y al pensar en esto con sus pensamientos,
el agua sacia tu sed y el pan te alimenta.
Las nubes dibujan mensajes
para que el ángel, que eres tú, los lea
como se lee lo que nada significa y puede significarlo todo.
Y en la pasión del ángel, te rindes a ti mismo.
De "La posesión del miedo" 1996
Son barcos que zarparon finalmente
Son barcos que zarparon finalmente
y en sus bodegas llevan la alegría,
esa carga que acerca la utopía
y la alcanza por su fuerza eficiente.
Ambos barcos se buscan mutuamente
y en sus siluetas crece la poesía
la inagotable fuente de energía
que procede del cántico valiente.
Y los dos permanecen educando,
en la bella fragancia navegando
cunden con soleada ola sumada.
Del auténtico atlante es su herramienta
y en defensa de la fiera dorada
dos barcos van en la misma tormenta.
(José Pómez)
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