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¿Fue así? Ya no lo recuerdo, pero creo que ayer escribía sobre la lluvia que había caído en la noche. Creo que del frío dije que se interponía entre mi pensamiento y lo que escribía, como cuando el agua se nos mete entre los dedos. Ahora que estoy en pleno sol me parece difícil escribir sobre la lluvia; qué rápido he olvidado la humedad del espacio. Hoy que hay sol ya no sé de qué hablar, vuelvo a aburrirme entre tanta claridad. Deseo recordar lo que tanto deseo. Yo sentía que bajo la lluvia podría volver a escribir los viejos recuerdos que no eran otra cosa que los deseos perdurados. Ahora que estoy bajo el sol ¿qué necesito? Ya no lo recuerdo, pero este hastío me hace pensar que hay algo que está por darse sólo como cuando de los árboles caen los frutos maduros.
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Poeta
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Silencio, que las estatuas apenas se mueven.
Hay que evocar la oscuridad para revivir el recuerdo; cierro los ojos y vuelvo a mirar:
dos cuerpos a la velocidad de la nube se besan, se miran, se entregan; no quieren convertirse en el otro, no quieren disfrutarse en el otro. Desean ser el Uno en ese acto que los hace amantes, es decir, portadores y cuerpo del amor. Se miran, lo demás sucede: las manos acarician sin saberlo, las bocas besan ignorando. La entrega es natural y certera, no hay nada que aprender en ese primer encuentro. Los acontecimientos se dan como la ignorancia de la luz que a todos ilumina.
La entrega es perfecta y no tiene final puesto que hoy que estoy solo no lo recuerdo.
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Poeta
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Enfrentamos la calle nocturna con todos los riesgos del frío. Temblorosos unimos nuestros arropados cuerpos no para vencer el frío, sino para recordar los calores de nuestros cuerpos juntos.
Allá adentro en la habitación fue sorprendente como su blanca cintura me recordó a ciertos árboles enormes.
Pedí simplemente me dejara verla desnuda y ella a cambio sacrificó su pudor en una imagen de ave cayendo: alzó su cuerpo sobre el mío, plegó su cabeza hacia atrás y dejó caer la perfecta blancura de su cuerpo a mis ojos.
Caída horizontal que, por ingrávida, no termina de suceder nunca.
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Poeta
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Cada maldito poema es lo mismo: terminar con él es mandar al traste toda la sabiduría que puse para construirlo.
Cada maldito poema es lo mismo: empezar de cero para, verso a verso, ir venciendo la ignorancia.
Cada maldito poema es lo mismo: decidirse por una forma que iré construyendo para jamás verla terminada.
Cada maldito poema es lo mismo: jamás traicionar la verdad en lo que escribo, así sea que en la realidad jamás exista.
Cada maldito poema es lo mismo: estoy seguro siempre de haber dicho exactamente aquello que me satisface.
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Poeta
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Perrita faldera o león volcado, la luz me sigue siempre. Amorfa, puede tender su alberca de claridades a la vez que me araña con sus ascendentes minutos en forma de burbujas. Hay ocasiones que me ladra a los ojos lastimados, enrojecidos por su rabia. Me grita que mire, que mire hasta quedar enceguecido de tanta verdad visiblemente oculta. Pero la prefiero vespertina cuando ronronea acurrucada en la esquina de mi habitación haciéndome cree que hoy sí no entrará en mis sueños.
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Poeta
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Quien dicta la ley ha sido siempre el sol. Lo reconozco en los sentimientos vespertinos que no son sólo míos, sino de la ciudad entera. Somos capaces de apreciar las dulces tonalidades de su fuego en retirada, sin darnos cuenta. Una especie de reflexión precede al descanso y siempre, una satisfacción; los silencios, entonces, son la consecuencia natural de todo esto. Nuestra vista se pierde en el luminoso túnel inexistente del cielo. Somos mirada y aire, apreciando por último instante repetido la solidez del tiempo.
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Poeta
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I Donde quiera que mire todo confluye a la ausencia de tu cuerpo.
II Hemos tomado de la luna su capacidad de mensajera, espero que tú también interpretes su trayectoria.
III He encontrado que cuando me pierdo bajo las nubes de lluvia encuentro las confluencias hacia tu espíritu.
IV Vivimos en el mismo meridiano y es la noche común cuando en el sueño nos descubrimos juntos otra vez.
V Mira aquí extiendo todos mis sueños, pero no te los lleves me dejarías sin mi tarot.
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Poeta
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Conozco la noche, conozco el día, sé de los monstruos y las maravillas del bosque, pero no conozco el mar. He mojado mis pies en sus aguas y jugado con la arena; el resplandor del sol en sus aguas no me es ajeno, pero esa es la seguridad de la playa y no conozco el mar. Sólo puedo imaginarlo y errar en mis concepciones. “Desierto resplandeciente”, decía erradamente Borges, quien no ignoraba la vida en las entrañas del mar. Sin embargo, sí creo que estar en él es estar completamente solo, tal vez ahí el origen de mi terror frente al mar. Los acantilados y las cuevas marinas me producen un terror incomprensible. No ignoro que muchos peces de colores traen la muerte consigo. Así que estoy perdido, por arriba la soledad y por debajo la muerte. ¿cuando podré, entonces, conocer el mar?
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Poeta
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Recuerdo la luz (la luz inútil en sí misma) sobre unas formas del valle ya olvidadas. Árboles en desorden plantando contrarias sombras, lomeríos proyectando alturas al amanecer, neblina como ingrediente etéreo, esparcida. Ya el paisaje olvidado es ahora imagen de lo que yo quiero. No hablo de lo que veo, sólo que esta imagen inasible quiere ser la encarnación (mi modo de tocar lo eterno) de la infinita felicidad sentida por haber surcado aquel tiempo.
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Poeta
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Despiértese temprano, niegue a la continuación de sus sueños. Hurgue en la oscuridad de las figuras sin sombra de las cosas cotidianas. La pronta ausencia de estrellas indicará, como una bandera, la dirección del viento solar y la fuente del nuevo día. Es inevitable, si escucha atentamente, esas ansias que empiezan a tamborilear dentro de usted. El deseo de luz hace que pronto ésta aparezca en tonos azules que van del oscuro a uno cada vez más claro. Y es esta flama celeste la que inicia el transcurrir de las horas. Está frente al comienzo. Ya las cosas tienen sombra y es claro que han abandonado la planicie de sus sueños. Las ramas del árbol parecen serpentear e ir cambiando de figura mientras la luz desciende poco a poco en las hendiduras de su corteza. Florecen por segunda vez los geranios en tan transparentes colores que parecieran teñir al viento mismo. La dimensión profunda se evoca ahora con los lejanos cantos de los gallos. ¿Dónde se encuentran? Ignorar su origen nos hace sentir, extrañamente, en el centro de un invisible reloj de manecillas sonoras y a la vez luminosas.
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Poeta
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