Textos :  Lectura a tí
Lectura a ti
Miguel Humberto Hurtado



Comencé esta lectura. Tú escuchabas fingiendo prestar la atención solo como participante, pero tus sentidos poco a poco se incorporaban a mi lectura. Mis palabras te penetraban, recorrían tu piel y levantaban suavemente esos cabellos casi invisibles, cercanos a tus lóbulos, que respondían sensualmente a mi jugueteo. Mirabas nerviosa y esquiva a los otros oyentes, intentando que no notaran tu perturbación ni el agradable sentido de satisfacción que te recorría con cada palabra, con cada respiración. Mis palabras atravesaban tus sentidos, bañando tu cuerpo. Ese cuerpo al que yo fingía no ver, pero que recorría, acariciaba y besaba en cada palabra. Lo recreaba como en cada momento, con sus curvas y rincones tatuados en mis dedos, en mis labios, en mi gusto y en mi olfato. Sentiste como un calor inusitado te recorría. La sensación llenó la sala de reunión, y se hubiese multiplicado, cuando ocurrió lo impensable. Tu cuerpo, tu cara, tu sexo, tus senos altivos, divinos como siempre, cedieron el control a tus labios, y por primera vez, se humedecieron en una entrega que ya no era sólo física. Mis ojos notaron ese movimiento, y el tú infinito comenzó a perturbar mi aplomo. Un rubor en tu cara, inusitado, más revelador que un gemido, terminó de abrir un abismo. Comencé a tar…tar ta mudear... a perder la ilación. Con un sentimiento de complicidad, que sé que tú compartes, y sin saber cómo mantener el control de mí mismo, dije que la explosión final quedaría para el próximo encuentro. Y entonces terminé mi lectura.
Poeta

Poemas :  La noche y tú
La noche y tú

Con el fondo de mar la bella noche
se ha llenado de ti con tu derroche.

Ha lamido la miel de tu cadera;
de tu cabello vive prisionera
y se quiere zafar con tolvanera
sin saber que tu lid es sin frontera

Tu mirada le rapta su nobleza
y la noche te da su gran riqueza

ya se rinde ante ti sin un reproche:
te regala el mecer de la palmera
sabida de perderse en tu belleza
Poeta

Poemas :  Una mañana común
Una mañana común

Era una mañana común,
como cualquier otra.
Otro amanecer con la soledad.
Con la frialdad de las sábanas.
Con la repetición de la rutina
iniciada con el café
que no se comparte;
Que no se toma viendo otros ojos
a través del humo,
o enviando una sonrisa
sin otra finalidad
que la de sonreír;
Solo con el café que se hace parte
de la subsistencia.
Iniciada con los rituales de la limpieza
también solo como supervivencia,
ya no como querencia para lucir,
ni para sentirse bien
ni para halagar.

Después
pensar en lo terrible del resto de rutinas:
Comer… ¿Qué comer? ¿Qué preparar?
Salir a comprar…
Y las querencias libres, abiertas:
El viajar, sesgado por el desastre económico;
el placer, roto por tu partida;
el baile, ligado a la pareja no existente,
y al desastre económico;
la Ciencia, que me requiere vivo;
tu, suma de todos los placeres,
y que no estás;
la escritura, último eslabón que las integra,
inútil en el ser melancólico,
con la necesidad de un café
compartido
como debe ser el café.

Bajo la mirada triste
y me preparo a salir
para subsistir.

El desastre ha llevado
a cada día
buscar sustento,
porque ya no alcanza el sueldo,
ni permiten la escases,
ni permiten las colas,
el comprar para una semana.
Se vive como los perros,
buscando la comida en cada instante
por ese instante,
para ese instante.

Salgo a la calle, con un sol normal.
Camino con mis pasos lentos,
pesados;
de los años que se quejan del desastre;
de la soledad;
de que no valieron los logros
ni el lugar obtenido
ni la pureza brindada,
ante la crueldad del desastre,
de la soledad,
de la ausencia.
Entonces,
de la nada,
una bella muchacha
me saluda:
—¡Profesor, que alegría de verlo!
¡tantos años!
¡Siempre lo recuerdo!
Su alegría levanta mis hombros,
rejuvenece mi cara.
—¡Hola! ¿Cómo te va? ¿Sobreviviendo?
—¡Claro! ¡Hay que sobreponerse! ¡Saldremos de esta!
¡Así, con un espíritu como el suyo!
Se despide
con un abrazo que me reanima.

Reinicio mi caminata
y cuando mi cabeza va a bajar
le cuesta un poco.
Locales más adelante,
colas y negocios más adelante,
tiempo más adelante,
vuelvo a encontrarme a otro exalumno:
—¡Profe! ¿Cómo le va?
—Bien, gracias.
—¿Sigue torturando a sus alumnos con el “justifique su respuesta”?
—Jaja… Ya me jubilé.
Ya descansaron.
—Bien útil que nos fue. Se lo aseguro.
Un placer. Hasta luego, profe. Cuídese.
Esta vez reanudo la marcha erguido.
Sabiendo que debo seguir siendo ejemplo.
Entonces recuerdo las sonrisas
que se multiplican hoy en recuerdos;
los alumnos antiguos, hoy profesionales,
que siguen creciendo.
Recuerdo que en lo humano
no existe lo perfecto.
Y parece mentira,
y detallarlo no quiero
que al seguir el camino
otros mis alumnos
sin saberlo, me socorrieron
Pero lo más hermoso
que recibí de ellos
fue la amplia sonrisa:
gratuita, fácil, sin maquillar
sin interés ni esmero
solo alegre reflejo
de un sentimiento eterno
que aquellos exalumnos
a mi tristeza dieron
sin saber ni entender
el bálsamo que fueron.
Y regresé a mi casa
y comencé a escribir.

Era una mañana,
común,
como cualquier otra.
Aderezada con el canto de los pájaros
con tu recuerdo, eterno.
Las sábanas, frías,
me invitaban a buscar el calor del termo
a saborear el café
y preparar el día
para escribir de nuevo.

Miguel Humberto Hurtado
Poeta