|
Quieres borrar con el sopor del vino la hiel de olvido que dejé en tu boca, y eres la polvareda en mi camino y yo soy en tus vértigos la roca.
Es inútil que sigas mi destino con el sarcasmo que tu pie provoca. Yo fui para tu orgullo el torbellino, y tú la inundación que se desboca.
Por eso para ahogar tus ambiciones, te azotaré con risa en mis canciones, y como esclavo te unciré a mis huellas.
Mientras que cien pupilas de mujeres, te ofrecerán en lúbricos placeres mi propia imagen deformada en ellas.
|
Poeta
|
|
Espera, no te vayas. Reclínate en la felpa de mis sueños, y con unción sagrada escruta en el horario del silencio. Va a comenzar la danza; la bailaré de espaldas al destino, con los ojos azules de imposible y abierto en hilos el lagar del alma..
Ondularé sobre el calor de todas las bocas que durmieron su quimera, en la ternura de mis labios, y en la ceniza de los besos idos como una sombra posaré mi planta, mientras mis brazos ávidos de altura rozarán tu pasión como dos alas. Irán cayendo en tu estupor mis velos: primero el amarillo de mi angustia, el desteñido de mis horas idas, el rojo de mis cálidas palabras, el lila de mis sueños imposibles....
Y ante tus ojos surgiré tan blanca, como la leche tibia de mis senos. Habrá un perfume tenue de desnudez. Luego, de sombras leves se poblará la penumbrosa estancia; y tú, el de la boca oscura de placeres, el de las manos hondas de caricias, me seguirás con el deseo mudo, me beberás con la sonrisa casta, y al fin caerás ante mis pies ligeros con la sierpe del cuerpo encadenada.
Habrá un chisporretear de pebeteros, y alargarán las sombras sus caderas morenas: yo seguiré mi danza, sobre tu mismo alelamiento, sobre tu propia alma, hasta caer de espaldas a la vida en la puerta sin fondo del misterio...
Bajo las luces pálidas del día te encontrarás mirando al infinito, y oprimiendo con manos angustiosas una mujer dormida, con el sueño que abre los ojos turbios de la vida, sobre la eternidad de las estatuas.
|
Poeta
|
|
Pulpa de fruta que destila un vino tinto de sombra en el lagar rosado, dátil maduro, mora del camino, granado en flor bajo el azul tostado.
Dientes más blancos que la flor de espino y más menudos que el arroz cuajado. Nievan en la sonrisa como el lino, y son puñales de marfil tallado.
Boca, en sazón, perfecta, deleitosa, que tiene a veces languidez de rosa y ansia insaciable de recién nacido.
Ya que fuiste la copa de mi canto, sella hoy mi beso desteñido en llanto y ayúdame a partir hacia el olvido.
|
Poeta
|
|
Vámonos silenciosos por las hondas avenidas de palmas, y dejemos la luna que se tienda como una enredadera a nuestras plantas.
No derrames la copa de tus labios entre mis manos blancas, porque son porcelanas palpitantes que transparentan el fulgor de mi alma.
Deja que la mudez de nuestras bocas devore las palabras, mientras la fría claridad del cielo tiñe de azul la placidez del agua.
Es inútil que dejes tus pupilas vagar entre su túnica rosada; solo hallarás entre mi cuerpo tibio una glacial coloración de nácar.
Quiéreme así, con la sonrisa triste, con las pupilas al placer selladas; y si a tu beso me traiciona el llanto, bésame más... sin preguntarme nada.
|
Poeta
|
|
(Al compañero)
Sentémonos allí bajo la sombra de los granados frescos... y mientras rueda entre mi boca el grano sazonado y rojo, me dirás qué has hecho desde aquella mañana desteñida en que por azulados horizontes el tren humeante se perdió a lo lejos...
Sentémonos allí sin más testigo que la celeste claridad del cielo, no hagas caso del río, ni del viento que mece los cañales, ni del espino que en hilera muda perfuma el ocre pedregal del cerro.
Contéstame, ¿en qué ocasos hundiste el nido tibio que con mis manos ahuequé en tus dedos?
¿En qué copas vaciaste las caricias que delirante deshojé a tus besos?
¿Por qué licor cambiaste los peluches rosados de mis senos, que entre tus manos semejaban lirios de ternura o cámbulos de fuego?
¿Qué hiciste pues de aquella rosa viva que fue para tus vértigos mi cuerpo, cuando tronchaba, palpitante y muda te dio su savia en el dolor de un rito y en la infinita languidez de un beso?
Sentémonos allí bajo la sombra de los granados frescos... y que el secreto sollozar del alma cubra de nieve el llamear del cuerpo!
|
Poeta
|
|
No me mires así que me haces daño... Qué bellas tus pupilas de inconsciencia que tienen el hondor de los abismos y el verde oscuro de las aguas muertas. Qué fuertes esos músculos maduros bajo la carne aceitunada y fresca, que tiene a veces el temblor de un niño o la tensión salvaje de una fiera.
No me mires así que me haces daño... Con ese aliento abrasador me enervas, y frente a ti soy gajo que se dobla rindiendo sus frescuras a la tierra. Cómo rompe el crepúsculo sus oros en el lustroso añil de tu cabeza mientras tus manos torpes se resisten al loco impulso que en tu ser golpea.
No me mires así con esos ojos oscuros de inconsciencia... Dobla mi talle entre tu brazo fuerte, embriágate en la flor de mi belleza.
Sobre la felpa tibia de los musgos seremos yo el silencio: tú la selva!
|
Poeta
|
|
Vuelvo otra vez a ti con las pupilas hondas de paisajes. Vine a buscar quimeras, y regreso con un sabor de lágrima en los labios y un temblor de cansancios en el beso. No pienses que estoy lejos... Es tan solo la estepa interminable la que impide mi vuelo; pero mis alas son tan blancas como el día en que tocada de nevados tules te di en hostias rosadas la milagrosa comunión del cuerpo. Ábreme, pues, los brazos; voy de nuevo a tus ojos de sombra, a tus manos leales, a tu boca de fuego. Llevo para tus labios fatigados el opio de mi angustia. Soy la misma; sólo que ahora ciño un collar de crepúsculos y un anillo de inviernos. Pero eso nada importa... Soy juventud, soy vida, soy deseo. Soy nieve dúctil en tus manos suaves y llama en el contacto de tu aliento. Ábreme, pues, los brazos, aunque lleve un amargo de lágrima en los labios, y un temblor de cansancios en el beso.
|
Poeta
|
|
Esta noche llevo un blanco lucero partido en la sombra de mis dos ojeras, y mis ojos tristes de un verde marino parece que sueñan...
¡Oh si tu me vieras! Quizás anhelaras el cálido aliento de mi boca fresca, quizás suspiraras por los besos trémulos de mis labios finos, húmedos y rojos que esta noche tienen el sabor de una granada entreabierta. ¡Oh si tu vinieras! Cómo se posaran tus negras pupilas entre la cascada de mi cabellera que lleva tan solo el pálido adorno de un broche de luces que la luna borda con su luz enferma, mientras que mi cuerpo desceñido todo y envuelto en el manto azul e inconsútil de la primavera, tiembla con el beso tibio de esta noche que tiene un perfume fugaz de violetas.
Qué alegres podríamos juntos tejer el poema; yo con el prestigio de mi cuerpo joven, de mis ojos claros y mi boca fresca; tú con tus pupilas ardientes que llevan el dulce misterio de noches de luna, hasta la salvaje inquietud de las selvas¡ ¡Oh si pudiera fundir en idilio mi loca quimera, cómo florecieran mis cálidos versos teniendo por cuna tus pupilas negras. Oh si pudiera!
|
Poeta
|
|
Yo soy la plenitud, soy el estío. Mi piel trigueña por el sol tostada, tiene una leve amarillez de hastío y un perfume de fruta sazonada.
Mi amor ondula como turbio río por un valle de yerba calcinada, y es mi beso perenne escalofrío que aviva una celeste llamarada.
Amo el dolor porque el dolor es cumbre, amo la vida que la vida es lumbre si se perfila en páginas de fuego.
No me importan la vida ni el sarcasmo, porque templo la fe de mi entusiasmo, sobre la fragua del cupido ciego.
|
Poeta
|
|
Amé constante a los que no me amaron y les di la verdad cuando mintieron. Mientras unos temblando me besaron rogó mi beso a los que no quisieron.
Siempre busqué los que jamás me hallaron. Mi voz llamó los que jamás me oyeron. Y los que resignados me esperaron nunca en mi copa de placer bebieron.
Hoy una voz abscóndita reclama mi voluptuoso corazón de llama, que limpio ardió como la brasa al viento.
Allá me voy. Torciendo mi camino avanzo al horizonte de platino, desnuda hasta del propio pensamiento.
|
Poeta
|
|