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Yo no tengo la culpa de amar tenaz la sombra de las cosas que fueron, y sentir la impaciencia del misterio que ronda, y vibrar la certeza de la luz que fulgura. Yo no tengo la culpa de quedarme conmigo en la hora del brindis, del laurel, de la espiga, en refugio de infancia, en retorno de escuela, en regreso a la tierna canción adormecida. Yo no tengo la culpa de sumarme a la noche, de soltarme en los techos en congoja de lluvia, de morir de vergüenza con aquél que se humilla, de quemarme en la fiebre mortal de los enfermos, de dolerme en las hojas pisoteadas de otoño, de gemir en las ramas de bramar con el viento. Yo no tengo la culpa de ser una partícula del cuerpo de la pena, del coraje, del sueño, del amor por la eterna tristeza de los hombres. Solo tengo la culpa de reunir en mis versos el dolor que rezuman esas cosas amargas que remuerden y acusan, de eso tengo la culpa...!
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Poeta
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Hay arena y hay mar, y un horizonte que podría tocarse con las manos. Un instante canícula, vacío, pescadores tan solo que adivino más allá de envoltura, sal y espuma. Sin embargo, me circundan palabras y señales. Voy en busca de mí; partí hace tiempo, soy apenas, la pisada brumosa en la memoria de un distante hacedor alto, trazando nuevos seres, y nuevas borraduras. El sol viene a quererme; siento, dentro, ronronear mi pureza primitiva. Cae el párpado denso... Las palmeras reiniciaron su juego para estar durmiendo.
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Poeta
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Tienes algo de montaña... A tu lado me he sentido leve y me he creído blanca. Sin reparo te he mostrado mis llagas y a tu cumbre nevada a veces traje barro, y hecha pedazos mi alma. Y he vuelto siempre limpia, y he vuelto siempre sana.
Tienes algo de planta... es tan fresca tu sombra y es tan calma la voz de tu follaje, y es tu raíz tan honda. Al rumor de tu savia, descansé mi fatiga y adormecí mis ansias...
Tienes algo de mar... Toda la majestuosa distancia, del gigante de sal. Espuma y linfa, por magia de tu espejo mi cara entristecida, se ha visto cristalina. Y cuando en hora perpleja llegué a tus orillas tu verde voz me trajo de nuevo una olvidada tibieza de regazo. Eres tan humano que no pareces hombre tan majestuoso y blanco, tan fresco y tan hondo que pareces montaña, planta, mar... y aunque te asombre tan humano eres que no pareces hombre.
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Poeta
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Tiemble tu corazón antes de hacerlo. Vas a juzgar no olvides, que hay un dolor de siglo en cada hombre, y una causa anterior, a lo querido. Cuando pongas tu pesa en la balanza, suma en piedra la parte que nos toca. Suma orgullo y desprecio y abandono, suma rosas y pan incompartido. Mira que en cada una de tus sentencias pongas tu señal de durar a signo limpio. Que tu sangre camine gota a gota, decantada, traslúcida, sin prisa, que las culpas ajenas necesitan un reposado espacio de medida. Guarda no olvidar a tu madre ni a tus hijos cada vez que señales un culpable, ni olvidarte de Dios cuando castigas; y perdona si es que temes tener que perdonarte. Suelta al fondo de ti hasta la pura contextura de sal que te contiene; palpa el rostro rugoso de la culpa, muerde amarga condena, sufre rejas y retorna cuando sientas crecer árbol de cuna y poblarte piedad desde tus hojas. Funde razón a fuego de conciencia duele el hombre que llevas, y medita; bajo la toga, hay un hueso que cruje la partida y una carne final que ya deshace. Vas a juzgar, detente...! Y cuando sepas Que la ley es aquello que tú lates y que vas conformándote a minuto propia génesis lenta de conducta, y comprendas, en el filo más fino de tu duda, en la ultima hebra de certeza que tu estrado es banquillo y que te juzgan, alza recién desde el barro y, juzga...!
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Poeta
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Vamos a morir de muerte natural; de esta muerte de estar amando al hombre, y vamos a morir sobre su llanto.
Sobre esta roca sola, pura roca, bajo esta noche de mirar los sitios, donde quedan sin hambre, los sin trigo, definitivamente ya saciados.
Puestos todos en fila, con los ojos, puro miedo y pregunta, detenidos en el tiempo, buscando ver.
Oh, estrecho mundo grande y hermético, cerrado, sin ventanas, miseria color cuervo. Sobre los huesos chiquitos blancos, del niño que soñó un día trigales, los intuyó del lado de abundancia, no del suyo, del otro, donde nacen, viven crecen, celebran y disfrutan.
Mundo miseria grande, sin salida, sin manera de huir, sin otra forma, de escapar de pobreza que muriéndose. Sobre esos huesos, chiquititos, blancos, nos vamos a quedar, y avergonzados.
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Poeta
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Sueño que llueve y que me estás queriendo. Cielo en congoja, mi corazón deshace, y deshaces con él; lluvia tú mismo me transcurres lento; yo me dejo llevar por los canales inundados de hojas y de pasos y un crujido me llora desde el hueso.
El mundo en selva de colores viene a espejarme en nosotros, y a impregnarnos de misterio, de aroma y de raíces.
A la vera de esta irrealidad, palpita, un niño tibio que indeciso arrima con su barco de papel y quiere navegar nuestra sangre.
Sueño que llueve; acaso estés soñando a mi ritmo, y amándome, y en tanto, esta lluvia silente, tal vez sueñe ser mujer, y sufrir.
Ávido el suelo que la bebe sueña, quizás, ser hombre y consumirla; ruedo como una gota entre tus brazos, vuelco sollozando tu nombre.
Tu deslizas, compactado llanto, por mi cielo y rompes; un deshacer unidos, ya no somos, y despierto. Sin nosotros, y sin sí mismo, el sueño se ha quedado soñando ser la muerte.
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Poeta
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Tú sabes que estoy aquí a la altura de tu boca, a lo largo y a lo ancho de tu nervadura. Aguzada a tu rumbo, y siempre estando, y siempre siendo, y siempre anticipándome a tu búsqueda, liberada y sujeta cosa tuya. Tú sabes; has medido la distancia, que podrías tocarme con tu idea, y empapar mi ternura con tu lágrima. Que resuenas en el ámbito líquido del golpe, y que lates conmigo gota a gota. Que te extiendes mas allá del contorno de mi vida, contenida en el tiempo de tu órbita. Tú sabes que me guardas limitado mi mar a tus orillas, evidencia que bebes y que mojas y que tiembla en mi espuma a tu caricia. Tú sabes todo. Razonas mi emoción como un teorema. Yo fluyo solamente, sin ideas, estoy aquí a la altura de tu boca, a lo largo, a lo ancho de tu nervadura, siendo, nada mas que siendo, tuya.
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Poeta
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Salvaje como el viento, y arisca, y triste a veces como un rezo a la muerte, y otras veces dichosa, y transparente, y otras veces turbia como esos charcos donde nadie bebe. Naranja salvaje, verde agria, y otras veces dulce, roja por dentro como tal vez fueran algunas de las que rezuman en el monte y nadie prueba. Salvaje, como mi cabello de batalla de insomnio, como mis uñas mordidas como mis cejas rebeldes, y otra vez tierna con la voz ausente. Salvaje, como la garra en la que estrujaría mi corazón cuando se encierra en víscera. como la despavorida coraza de la selva. Como el tigre en disentida mancha tras la presa. Como el asombro de Adán ante el rostro espiral de la tormenta. Como mi deseo si alguna vez se despertara y no hallara la multitud en torno. Como el gozo que entrecierra mis ojos y abre las puertas de mi grito de par en par. Como el dolor que me atraviesa con sus crines mordidas por el fuego. Con el infinito miedo de mis noches poblándose de monstruos. Como mi impulso frenético de golpear o o besar, y a veces recogida como un murmullo al sol, y a veces abandonada y a veces abandonada y quieta como la certeza del amor, y silenciosa, como la alcoba de mis horas entreabriendo furtiva a la sorpresa. Salvaje como mi audacia, y otras veces miedosa y tímida y cubierta, y otras veces con la impudicia latiendo a flor de ropa. Salvaje deshaciéndome de mí misma, y aullando y resonándome despedazada y estremecida y tensa entre el lino dormido de las sábanas. Fruta roída, y otras veces intacta, semilla, pulpa, zumo, toda guardándome para la augusta nada. Naranja salvaje, verde, agria, con dolor de colores en la cáscara, y algunas veces dulce, increíble y algunas veces, cuando nadie me prueba, miel y lágrima.
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Poeta
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Entonces, ciega y sorda, me abrazo a la poesía.
La aprieto contra el pecho, la muerdo, la trituro, me prendo a sus dos manos, hundo en ella mi grito, me aniño en su regazo, sollozo en sus rodillas, y encuentro que me acoge piadosa a su ternura, se adhiere a mi tristeza, me entrega gota a gota, su sangre, me amamanta, me acuna, me adormece, y en sueños, poesía madre, le elevo mi plegaria.
«Sé lecho a mi cansancio, sé sombra en este páramo amargo en que transito volcando ya mis pasos.
Sé el camino que busco, transvásame tu esencia, conviérteme a tu imagen, haz de mí, la elevada poesía de poesía».
Y caigo ya sin fuerzas de nuevo entre los hombres que aplastan mis cenizas, en tanto me perdonan la culpa de ser mártir.
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Poeta
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Cúbreme con un abrazo de tierra y de gusanos. Con un abrazo ancho que me envuelva por todos mis costados. Húndete en mi sangre, fúndete en mi carne, hazte a mi piel, erízate conmigo, extiéndete por todas las fibras de mi urdimbre, y guárdate, y quédate como el agua quieta debajo de los sauces. Plenitud abierta al cielo, al aire, a las estrellas. Cúbreme con un abrazo de tierra y pasto tierno, con toda la fuerza de todos los minutos asfixiados en la pausa desierta, de las horas vividas sin amor en esa feria, de cosas que se compran, de cosas que se venden, de cosas que se buscan, de cosas que se encuentran. Y mírate en mí, dentro de mí, y quédate y bésame como el agua besa y muerde y penetra la ávida boca de la tierra seca, y bébeme, y sofoca con tu boca entera, mi aliento y mi latido y mi memoria. Que ya no piense nada y que ya no recuerde, y al fin que ya no sepa si eres tú quien me muerde, si soy yo quien te besa. Enróscame a tus brazos, rama verde, y tórnate gusano, y devora hasta el final mi médula. Devuélveme a la nada, a la quietud más quieta, que la luz no me canse, que el viento no me mueva. Haz un surco en tus venas y siémbrame en la hondura de tu futura tierra. Mis raíces prendidas a tu sangre beben tu ser, y tus espigas se devoran mi hambre. Filtrando por mi piel corre tu río su frescura de paz bajo mi carne.
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Poeta
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