|
Murió sin una lágrima en los ojos; Era joven, muy bella y muy sensible, Y cuando iba á expirar, sus labios rojos Murmuraron: “¡Me mata un imposible!” El llanto que faltó en esa agonía, Quedó tras sus pupilas, sin embargo Y los gusanos de la tumba fría No lo bebieron. ¡Era muy amargo! Más tarde, y al abrir la sepultura Que del ángel guardó el pesar postrero, Del cráneo yerto entre su cuenca oscura, Un diamante encontró el sepulturero. Y desde entonces pienso enternecido, Al contemplar las joyas más preciadas: “¡Cuantos de esos diamantes habrán sido Lágrimas congeladas!”
|
Poeta
|
|
No sé si me engañaste, más fingiste tan bien tu amor y tu entusiasmo loco, que hoy, aunque nada entre los dos existe, aún me parece que me amaste un poco.
Y si hoy, otra mujer, una alegría dejar quisiera en mi existencia triste, para hacerme feliz le pediría que me engañara como tú lo hiciste.
|
Poeta
|
|
Hirsuto el pelo, el caminar doliente, inútil o humillada la altanera cornamenta que el tigre en lucha fiera venció bajo la luz del sol ardiente.
Hambriento, despeado, lentamente el que antes fue señor de la pradera, va de la rocallosa cordillera ascendiendo por la áspera pendiente.
Al fin, bajo el rigor de las jornadas, imponente desplómase en la altura; y al volver al oriente sus miradas
lánguidas de cansancio y amargura, regosto hay en sus nervios de vacadas, y en sus ojos, nostalgias de llanuras.
|
Poeta
|
|
Ante el viejo retablo donde lloras, mi madre se postraba de rodillas, y, lo mismo que en ti, vi en sus mejillas rodar el llanto en las amargas horas.
Como un rayo de luz de dos auroras, de ella y del cielo en que sin mancha brillas, bajaba con mis súplicas sencillas la compasión que tú de Dios imploras.
Muerta mi madre, en noches de amargura ante el cuadro a caer vuelvo de hinojos, y cuando el alma su oración murmura,
se aplacan de mi vida los enojos, porque al rogarte a ti, se me figura que ella me está mirando con tus ojos.
|
Poeta
|
|
Cómo se aleja el tren, cómo se aleja, y decreciendo va y al fin se pierde, y sólo el humo en espirales deja en la extensión de la llanura verde.
Así se van las dichas de la vida, así se van las horas de ventura, y dejan sólo en su fugaz huida de los recuerdos la espiral oscura.
Los dos en el andén se despidieron largo rato a los ojos se miraron; mientras sus manos trémulas se unieron, en silencio sus almas se besaron.
En la hora fatal de la partida no hablaron de promesas ni de agravios; en los grandes instantes de la vida, hablan mejor los ojos que los labios.
Ella está aún en la estación mirando del humo las confusas espirales; y él, que ya no la ve, sigue agitando el pañuelo a través de los cristales.
Y cual de un mismo pensamiento heridos, con un acento de profunda queja, quedo exclaman los dos entristecidos: "¡Cómo se aleja el tren...Cómo se aleja!"
|
Poeta
|
|